EDITORIALA
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Turquía, el Estado Islámico y la cuestión kurda

El Gobierno turco de Recep Tayip Erdogan, que erró de lleno al vaticinar en 2011 un inminente derrocamiento del régimen sirio de al-Assad, amenaza con una intervención militar directa al otro lado de la frontera. No hay duda de que la resistencia de Damasco, imposible sin el apoyo militar de Irán y de Hizbullah y el sostén político de Rusia, ha trastocado los planes de la Turquía neotomana –al punto de que la decisión de acabar con su tradicional política de cero problemas con los vecinos (en este caso el sirio) no le ha granjeado rédito alguno y sí muchos problemas–.

Ankara apoya sin disimulo a los grupos rebeldes islamistas y salafistas que controlan la provincia fronteriza de Idleb y que han lanzado una ofensiva para intentar conquistar totalmente la ciudad de Alepo. Pero no sería ese el principal objetivo de la operación con la que el Ejército turco controlaría una zona de 100 kilómetros de largo y 30 de profundidad al interior de territorio oficialmente sirio. El objetivo de Turquía es acabar con la experiencia radicalmente democrática y transversal (no sectaria) de Rojava, enclave autogobernado en territorio de Kurdistán Occidental (Siria). Una experiencia que el líder del PKK y prisionero Abdulah Oçalan reivindica para Kurdistán Norte (Anatolia) y que cuenta con unas milicias armadas de autodefensa (YPG) que se han convertido, con la cobertura aérea de los bombardeos estadounidenses, en ariete contra el avance del Estado Islámico (ISIS) y de su califato.

Ankara asiste alarmada al creciente reconocimiento de la lucha del pueblo kurdo –como siempre, Madrid sigue sin darse por aludida y ha detenido a dos brigadistas que han luchado con los kurdos contra el ISIS– y ha evidenciado que prefiere a los seguidores del autoproclamado califa Al-Bagdhadi antes que a los kurdos. Pero, en perspectiva, el problema para Turquía no deberían ser los kurdos, sino el ISIS, que nunca ha ocultado su intención de izar su bandera en Estambul (la Roma de Oriente).