Yahvé M. DE LA CAVADA
JAZZ

La paradoja de acertar equivocándose

En la música en directo hay muchos factores, y todos ellos juegan un papel importante en el resultado final. Algunos de esos factores son incontrolables, otros, son simplemente una buena o una mala idea. El primer gran día de esta edición de Jazzaldia, con todos sus escenarios funcionando a pleno rendimiento, una serie de errores de concordancia entre espectáculos y escenarios dejaron cierto sabor agridulce. No vamos a entrar en la línea de programación de este año, pero no podemos evitar reparar en lo abusón de programar conciertos con aspiraciones de asistencia mucho mayores de lo que admite un lugar como la Trinidad, que por otro lado es perfecto para conciertos, cómo decirlo, menos específicamente comerciales (dicho esto en el sentido estricto de la palabra, sin ninguna alusión estética o artística). La noche del jueves, el programa doble de Sílvia Pérez Cruz y Zaz venía teñido de éxito morrocotudo. Todo el mundo estaba, o quería estar, allí. En el aspecto artístico, ambas vocalistas tienen varias cosas en común, aparte del éxito: una voz extraordinaria y personal, un estilo muy concreto —la primera más alejada del jazz todavía— y un show tan efectivo como maniqueo y autoindulgente. Sus conciertos tuvieron la misma progresión, con propuestas de mecha corta que parecían agotadas antes del ecuador de cada recital. Pérez Cruz es fantástica, pero un registro estético muy reducido diluye sus muchas virtudes a medida que transcurre su actuación, mientras que Zaz domina a la perfección esa tendencia tan del siglo XXI de aglutinar una serie de indicadores estilísticos, banalizados y reducidos a manejables estereotipos estéticos, para construir una fiesta que suena tanto a un vodevilesco jazz tradicional como a pop francés, sin ser ninguna de las dos. Lo de Zaz es como el más perfecto mueble hecho en imitación de nogal por Ikea: música transgénica y muy reconocible, que cansa enseguida.

‏Para voces, la de Gregory Porter, que cerró el día en el Escenario Verde con un concierto que hubiese lucido mucho más, precisamente, en la Trinidad. Un concierto —este sí— de jazz vocal de primer orden, con una de las voces más importantes que han aparecido en la escena en los últimos años. Porter es todo interpretación y expresividad, y sus composiciones suenan muy contemporáneas, cosa que se echa en falta en el jazz vocal actual. Su “Water Under Bridges”, por ejemplo, interpretado en Donostia acompañado únicamente del piano, pesó más que cualquier otra actuación vocal en la jornada, a base de pura excelencia. En el otro extremo, Jamie Cullum, que sustituyó destreza por carisma y capacidad instrumental por puro manejo del escenario y el público, en su concierto en solitario en el Kursaal. Un formato que no había practicado nunca, lo que dejó entrever sus muchas carencias, aunque Cullum es, ante todo, un gran comunicador. Podría haber perpetrado una auténtica catástrofe y el público seguiría adorándole

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