Mikel INSAUSTI
UNOS DÍAS PARA RECORDAR

Una hospitalización puede resultar tan reparadora como para cambiarte la vida

El nombre de Jean Becker equivale a prestigio, en cuanto digno heredero de una saga familiar que incluye a su padre y maestro del cine francés Jacques Becker, además de a su hermano y directo de fotografía Étienne Becker. Aunque las biografías no se ponen de acuerdo, porque unas dicen que nació en 1933 y otras en 1938, lo cierto es que cuenta ya con una edad como para tomarse el cine con calma y sin presiones, de lo cual se beneficia su última etapa, que transmite al espectador una serenidad y una filosofía de la vida muy reconciliadoras.

En sus últimas cinco realizaciones se ha consagrado por entero al cine de personajes, concediendo una especial importancia a la capacidad de diálogo entre las personas como vehículo para relacionarse de la mejor manera posible. Ha adaptado sendas novelas con una puesta en escena minimalista, casi teatral, lo que le permite un mayor control de las situaciones a desarrollar. “Conversaciones con mi jardinero” (2007) se basaba en una novela de Henri Cueco, “Dejad de quererme” (2008) en una de François D’Épenoux, “Mis tardes con Margueritte” (2010) en una de Marie-Sabine Roger, “Mi encuentro con Mari Lou” (2012) en una de Eric Holder y “Unos días para recordar” (2014) de nuevo en otra de Marie-Sabine Roger.

Dentro de este esquema en el que el veterano Jean Becker se siente tan cómodo resulta clave la dirección interpretativa, siempre con una selección de los repartos muy ajustada, y con actores y actrices que se superan. Es el caso también de Gérard Lanvin en “Unos días para recordar”, ya que la película acaba de una vez por todas con su estereotipada imagen de tipo duro, encasillado en el mercado francófono dentro del «polar» o cine negro local.

En “Unos días para recordar” el actor representa una profunda transformación, fruto de una hospitalización. Y es que en esta sociedad tan estresante y competitiva, hasta el paso obligado por el hospital puede suponer una oportunidad de verdadero reposo y reflexión, casi como unos ejercicios espirituales.

Tan reparadora experiencia comienza el día que el protagonista vuelve a nacer, al salir con vida de un atropello, a resultas del cual acaba ingresado y sin saber cómo pudo acabar en las aguas del Sena, de donde fue rescatado por un «chapero» que prestaba sus servicios debajo del puente. Un comienzo así parece sacado del clásico de Jean Renoir “Boudu, salvado de las aguas” (1932), por lo que se presta a la idea que sigue de la redención. Y, en efecto, este hombre solitario, huraño y gruñón irá cambiando de carácter gracias a las atenciones y cuidados que recibe. Al final, ese mismo amor que recibe despertará en él un sentimiento solidario hacia otros pacientes, necesitados también de cariño.