Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Todo saldrá bien»

La primera vez que el 3D no provoca emoción alguna

El cineasta alemán Wim Wenders lleva tres décadas reñido con la ficción, que se le resiste desde que “Paris-Texas” (1984) se convirtió en una película de culto destinada a condicionar su posterior carrera. Parecía haber encontrado un refugio seguro en el documental, que le permite no tener que ser necesariamente tan personal. En el documental “Pina” (2011) había experimentado con el 3D, y ahora ha sentido la tentación de aplicarlo por primera vez en la historia del cine a un drama intimista. La prueba no ha provocado ninguna emoción o sorpresa, dada la frialdad con que la crítica y el público han recibido “Todo saldrá bien”, llegando incluso a hacer juegos de palabras bien obvios con la frase del título.

Al menos el rodaje con cámaras estereoscópicas no interfiere en el visionado de la película tal cual es, aunque la fotografía de Benoït Debie peca de preciosista, y esta tenía que haber sido una historia de perfiles más duros. Se supone que el 3D debería de dar más profundidad a la dimensión interiorista de “Todo saldrá bien”, o a los primeros planos de los protagonistas, pero sólo se consigue cierto efecto de relieve en las tomas en las que se deja entrever el exterior a través de los ventanales y las cortinas mecidas por el viento.

Ventajas o desventajas técnicas a un lado, el desarrollo dramático del guion escrito por Bjorn Olaf Johanessen, a quien Wenders conoció impartiendo un taller para guionistas en Sundance, se resiente del poco consistente protagonismo de James Franco, quien en la reciente “Una historia real” también se mostraba incapaz de sostener un drama. Aquí ha de trabajar sobre la interiorización de la culpa, algo que en ningún momento acaba de transmitir al espectador. A pesar de un prológo inspirado, el resto de la narración no le favorece, debido a que los saltos en el tiempo no hacen madurar a los personajes, ni en su aspecto externo ni en su psicología o actitud vital.