Amaia U. LASAGABASTER
DONOSTIAKO KLASIKOA

Adam Yates se saca la espina para abrazar su futuro

El prometedor corredor británico, que saltó en la ascensión a Bordako Tontorra, cruzó la línea de meta con un puñado de segundos sobre un selecto grupo de perseguidores.

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Dos de agosto de 2014. En vísperas de disputar su primera grande, la Vuelta, Adam Yates superaba la novedosa ascensión a Bordako Tontorra en cabeza de carrera junto a Nieve, Mollema, Purito y Valverde. Pero el vertiginoso descenso acabó con los huesos del británico sobre el asfalto, mientras sus cuatro compañeros de fuga se lanzaban en busca del triunfo, finalmente para Alejandro Valverde.

Fue, pese a todo, un año magnífico para Yates, el mejor debutante de 2014, con dos victorias en Turquía (etapa y general), el GP Industria e Artigianato en Italia y buenas prestaciones en prácticamente todas las pruebas que disputó. Y eso que, teóricamente, es el peor, o el «menos bueno» de los gemelos Yates. Aunque su palmarés es mejor que el de su hermano Simon –de lustroso pasado pistard y vencedor del Porvenir en 2013–, que todavía no ha podido levantar los brazos desde que ambos se estrenaran como profesionales, con el maillot de Orica, la pasada temporada. Y que, como Adam, acaba de terminar un Tour –el segundo para Simon– frustrante para su equipo que, a las primeras de cambio, perdía a Gerrans e Impey. Los gemelos, al menos, consiguieron llegar a Paris. No es poco, cuando todavía no han cumplido los 23 años.

La sorpresa del ganador

Los celebrarán esta misma semana, el día siete, y Adam podrá vacilar a su hermano con la txapela –Simon reconocía cerrar el pasado curso un tanto picado por no haber podido ganar una carrera, algo que no le sucedía desde que comenzó a competir con doce años– que le colocaron ayer en Donostia. Porque un año después de ver cómo se le escapaba el tren, el ciclista de Bury se sacó la espina. Volvió a marcharse en Bordako Tontorra, para coronar esta vez en solitario –aunque después de que una moto arrollase a Van Avermaet– y marcharse sin miedo por el vertiginoso descenso al casco urbano de Donostia, al que llegó con doce segundos de renta.

Suficiente, pese a la calidad de sus perseguidores, para levantar los brazos en línea de meta. Un gesto que no se permitió Yates, al menos no cuando le correspondía. El corredor británico, que solicitaba sin respuesta información por el pinganillo, no se supo vencedor hasta que, veinte metros después de cruzar la meta, se lo indicó uno de los auxiliares de Orica.

Afortunadamente para Yates, el retardo en la celebración no penaliza, con lo que en el palmarés de ese futuro que se prevé tan lucido, luce ya una victoria de la categoría de la clásica guipuzcoana, que en más de tres décadas de historia encumbró por vez primera a un británico. «Había ganado en Turquía y en Italia, pero sin duda esta es mi mejor victoria, una victoria impresionante», se felicitaba el corredor de Orica, que reconoció que «no me creía que había ganado, estaba hablando por la radio pero hasta que no me lo han dicho después de cruzar la meta no lo he sabido».

La nacionalidad del ganador no fue lo único atípico de la prueba, en la que los movimientos de hombres fuertes se produjeron bastante antes de lo habitual, aunque finalmente fuera la ascensión a Bordako Tontorra, presente de nuevo en el recorrido tras su exitoso debut el año anterior, la que decidiera el desenlace. No faltó la escapada tempranera, bastante más habitual, por no decir imprescindible. Apenas se habían recorrido diez kilómetros, cuando Mas, Boaro, Degand, Haas, Vannendert, Hardy, Agnoli y Wynants saltaban del pelotón para marcar el ritmo de la carrera durante la primera mitad del trazado, aunque el trabajo de Movistar, y después Katusha, por detrás, impidió que su ventaja sobrepasara los cinco minutos.

Boaro optó por marcharse en solitario pero su intento estaba igualmente condenado al fracaso. Sobre todo porque para entonces la batalla ya se había desencadenado por detrás, con unos cuantos ilustres como protagonistas. Se marcharon primero Arredondo, Rosetto, Caruso y Taaramae, saltó también Barguil. O Mikel Landa, con dos compañeros por delante y muchas ganas de dejarse ver en su regreso a la competición.

Tampoco esta fue la buena. Pero hubo más. En la última ascensión a Arkale y con treinta kilómetros por delante, fue Philippe Gilbert (BMC) el que lo intentó. Sin el golpe de pedal del Tour pero claro candidato a la victoria, al que además se unieron ciclistas como Hesjedal (Garmin), Silin (Katusha) o Pietr Serry (Etixx), que incluso tomó algunos metros de ventaja para cuando se realizó el primer paso por la línea de meta. Pero las distancias eran mínimas, entre los corredores del fragmentado grupo de cabeza, y también respecto al pelotón.

Van Avermaet, arrollado

Tanto que, para cuando comenzó el ascenso a Bordako Tontorra, se sucedieron los intentos, incluido el de Greg Van Avermaet, que incluso llegó a liderar la prueba cuando –según denunciaron el propio corredor de BMC y su director Yvon Ledanois, que calificó lo sucedido de «inaceptable»–, fue arrollado por una moto que le hizo caer al arcén, además de dejar su bicicleta inutilizada.

Fueron momentos de desconcierto, sin cobertura televisiva y con mucha tensión, que se saldaron con el salto, esta vez definitivo, de Yates. Pasó por el último, y abarrotado, alto de la jornada con un puñado de segundos, aumentó su renta en el descenso y, favorecido también por la excesiva vigilancia en un grupo perseguidor repleto de candidatos al triunfo –Valverde, Purito, Gilbert, Mollema, Martin, Moreno...– supo después administrar su ventaja por las calles de Donostia para hacerse con la victoria. Aunque él, el vencedor más joven en la historia de la prueba, no lo supiera todavía.

 

Enfado y mofas por una retransmisión que no existió

Seguro que en casa de los Yates se descorchó el champán, aunque no pudieran disfrutar de la carrera prácticamente hasta los seis últimos kilómetros. No fueron los únicos.

Problemas técnicos en un avión del operativo de retransmisión dejaron a Euskal Telebista y, en consecuencia, a todas las cadenas enganchadas a su señal internacional, sin imágenes de la carrera en su tramo más interesante, prácticamente los cincuenta últimos kilómetros, de los que solo se pudo ver el primer paso por meta, con las cámaras estáticas, el descenso de Bordako Tontorra y el posterior callejeo por Donostia hasta la llegada a meta.

El enfado de los aficionados fue considerable. También las mofas, que se multiplicaron por las redes sociales. En todos los idiomas imaginables, ya que la prueba debía retransmitirse en directo en numerosos países. Como en los viejos tiempos, la radio, y como en los nuevos, Internet, se convirtieron en la única manera de seguir la prueba en directo.

Algo más que una anécdota, que incluso podría tener consecuencias negativas si la UCI no se muestra comprensiva con lo sucedido. La cobertura televisiva de calidad es uno de los requisitos contemplados en la adjudicación de categorías a las competiciones.A.U.L.