La tensión interna en Turquía crece por momentos. El pasado sábado, veinte intelectuales, parte de un grupo de «sabios» nombrado por el propio Gobierno de Erdogan hace dos años para respaldar el proceso de paz con los kurdos, firmó un comunicado para pedir el fin inmediato de los enfrentamientos armados y la recuperación del diálogo político y civil.

En la misma línea, el líder del prokurdo HDP, Selahattin Demirtas, en la diana de las autoridades judiciales, reiteró ayer su llamamiento a ambos bandos de hacer callar las armas. «El PKK debe silenciar las armas y quitar el dedo del gatillo, y el Gobierno, poner fin a sus operaciones. No digo que el Estado deje las armas, quitar el dedo del gatillo es otra cosa», subrayó Demirtas, quien durante el fallido proceso de paz mantuvo frecuentes contactos con el PKK.

Horas después, el primer ministro Ahmet Davutoglu restaba autoridad a Demirtas, alegando que el PKK le permite «jugar el juego político». En una singular pirueta argumental, Davutoglu aseguró que «el mayor golpe al proceso de paz» fueron las protestas del parque Gezi, iniciadas en verano de 2013, «en la que se aprovechó un asunto ecológico para convertirlo en una gran anarquía social».

El ataque kurdo más trágico, ocurrido de madrugada, fue descrito en un primer momento por el gobernador turco como un «atentado suicida con un tractor cargado de dos toneladas de bombas». El Estado Mayor de las Fuerzas Armadas señala que tras la explosión, el cuartel fue tiroteado, sin mencionar al supuesto kamikaze, pero el diario “Hürriyet” dice que en el ataque fue despedazado el militante que conducía el vehículo agrícola cargado de explosivos. Medios kurdos anunciaban una nota explicativa que anoche aún no se había hecho pública.