María SANZ (EFE)
PROTESTAS EN PARAGUAY

CRUCIFIXIÓN, FORMA EXTREMA DE RECLAMAR DERECHOS LABORALES

LAS CRUCIFIXIONES SE HAN CONVERTIDO EN UNA EXTREMA MODALIDAD DE PROTESTA LABORAL EN PARAGUAY. CERCA DE UNA TREINTENA DE TRABAJADORES DE DIFERENTES SECTORES ACUMULAN MÁS DE UN MES CLAVADOS A MADEROS EN EL GRAN ASUNCIÓN COMO FORMA DE PRESENTAR SUS RECLAMACIONES AL GOBIERNO DEL PAÍS.

En el centro de la capital, en una carpa de plástico instalada en la acera frente a la sede del Ministerio de Trabajo, once personas yacen sobre cruces individuales de madera con clavos de más de un palmo de largo atravesándoles las manos. Junto a ellos, otras cuatro personas protestan con las bocas selladas por gruesos clavos curvos, que les desgarran los labios y les impiden hablar y tomar alimentos sólidos.

Trece de ellos son conductores de autobús de la línea 49, conocida como La Limpeña, que desde hace 37 días protestan por el despido de 51 de trabajadores, efectuado después de que los empleados notificaran a la empresa que habían creado un sindicato.

Comparte el suplicio en la cruz la esposa de uno de los despedidos, Norma Bogado, y se suman a ellos otros siete trabajadores que permanecen crucificados a unos quince kilómetros, en la parada de la línea entre las ciudades de Limpio y Luque, el lugar donde se originó la protesta.

Sus compañeros se turnan para atender a los crucificados, dándoles de beber y, a veces, de fumar. También piden dinero para su sustento, ya que los chóferes en protesta llevan más de un mes sin recibir ingresos.

El dolor que provoca mantener los brazos extendidos durante tantos días, el riesgo de infección de las heridas de los clavos, las dificultades para lavarse o el intenso calor que, en pleno invierno austral, dispara las temperaturas por encima de los 30 grados en Asunción no son obstáculos para que hayan decidido «seguir hasta el final».

Así lo expresa Miguel Garcete, chófer despedido y ahora crucificado, quien dice a Efe que ese sacrificio es un paso más en su lucha por «exigir que el Ministerio de Trabajo reconozca legalmente al sindicato y la empresa readmita a los 51 despedidos». Se interrumpe cuando entra en la carpa el padre Juan Carlos Ayala, sacerdote franciscano que visita casi a diario a los manifestantes. «Intento darles ánimo y bendiciones, creo que les hace bien. Oramos para que pronto se pueda llegar a un acuerdo que solucione este conflicto», señala.

Por segunda vez

El sentimiento religioso es una de las razones que llevan a los trabajadores a optar por la crucifixión como símbolo de protesta, un rasgo común al del otro grupo de obreros que también yacen en cruces en Asunción: el de los extrabajadores de la hidroeléctrica Itaipú. En este caso son siete los crucificados, seis de ellos exempleados de la represa, además de Rosa Cáceres, esposa de un extrabajador.

Cinco de ellos se clavaron el 30 de junio por segunda vez en seis meses, después de que a fines de enero abandonaran la protesta tras llegar a un acuerdo con el Gobierno y haber pasado más de 50 días crucificados. Los otros dos se sumaron el 7 de julio.

Los siete permanecen en una carpa frente a la Embajada de Brasil, que comparte la represa de Itaipú con Paraguay, y exigen el pago de unos derechos laborales retroactivos por un convenio firmado entre los gobiernos de ambos países. Se trata en muchos casos de personas ancianas, que presentan algunos problemas de salud, como recuerda Carlos González, representante de la Coordinadora de Trabajadores de Itaipú y Contratistas.

Todos los crucificados del Gran Asunción dicen tener en la fe católica una de sus mayores fortalezas y algunos dirigentes alternan consignas sindicales con exhortaciones espirituales. De hecho, cada día se reúnen para elevar sus plegarias, en espera de que su grito sea escuchado, además de por santos y vírgenes, por las autoridades terrenales.