Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
ELECCIONES ANTICIPADAS EN TURQUÍA

Los 45 días de un Armagedón llamado (Recep Tayyip) Erdogan

El autor, colaborador residente en Estambul, acusa al presidente turco de haber llevado el caos al Estado turco tras la pérdida de su mayoría absoluta hace mes y medio. Su objetivo: salvar su plan de convertirse en presidente plenipotenciario. Habrá que ver si lo logra en los nuevos comicios.

En 45 días Recep Tayyip Erdogan ha conseguido su objetivo: dirigir al Estado turco hacia unas elecciones anticipadas y crear el caos en cada rincón de Anatolia para aferrarse a su ansiado sistema presidencialista. Es la jugada que muchos aventuraban después de que su partido perdiese en junio la mayoría absoluta que ostentó durante 13 años. Para ello, ha obstaculizado las negociaciones para conformar una coalición dirigida por su compañero Ahmet Davutoglu, ha reanudado el conflicto armado contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y ha demostrado que la Constitución no se acopla a su persona.

«Hay un presidente con poderes de facto en este país que no son simbólicos. Si lo aceptan o no, el sistema administrativo de Turquía ha cambiado. Ahora, lo que deberíamos hacer es adaptar esta situación de facto a la legalidad de la Constitución», reconoció recientemente en la provincia de Rize. En el último ejemplo de su aversión a la ley y a su intolerancia política ha negado la oportunidad de conformar gobierno al segundo grupo más votado el 7 de junio, el CHP, y ha optado por convocar comicios sin consultar al Parlamento.

«No se ha podido conformar un gabinete ministerial y es evidente que no hubiese sido posible bajo las condiciones actuales. Por lo tanto, es necesario renovar los comicios», reflejó el comunicado de la Presidencia después de que Erdogan se reuniese durante cuatro horas con el presidente del Parlamento, Ismet Yilmaz. El documento, en el que se ensalza la constitucionalidad de la decisión, oficializa las insinuaciones públicas de Erdogan en la última semana.

Ahora, según la Carta Magna turca, se tiene que celebrar el plebiscito en un plazo inferior a 90 días. La fecha elegida es el 1 de noviembre. Hasta entonces, el gobierno transitorio encargado a Davutoglu tendrá una representación acorde al número de votos obtenidos en los pasados comicios. Esto significa que los kurdos ocuparán puestos gubernamentales por primera vez en la historia. Los cargos de Justicia, Interior y Transporte serán desempeñados por tecnócratas independientes. Pero este Ejecutivo temporal podría chocar con la reticencia opositora y añadir aún más tensión a la esfera política: tan solo el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) ha aceptado participar a pesar del rechazo de Davutoglu. El Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) y el CHP han anunciado que dejarán libres sus asientos, que serían ocupados por burócratas que podrían decantar la balanza decisoria hacia el partido islamista. De momento, en la primera ronda para conformar un gobierno interino, la sorpresa la ha protagonizado Tugrül Türkes, hijo del fundador de los Lobos Grises, quien desoyendo al líder panturco Bahçeli ha aceptado la propuesta de Davutoglu. Esta decisión supone la primera fisura de una oposición que se había mantenido unida en el «no» a los islamistas.

Según el CHP y el MHP, el presidente ha sido el principal escollo para lograr una coalición. Ambos querían ajustar el poder de Erdogan al texto constitucional e iniciar una investigación sobre la trama de corrupción, que estalló el 17 de diciembre de 2013, en la que fue salpicado junto a sus familiares y otros altos cargos del Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Eran sus dos condiciones, pero la falta de independencia de Davutoglu, unido al peso de un Erdogan que ha ido purgando las voces discordantes, dejan al Estado turco a la deriva. «Nos enfrentamos a un golpe de Estado civil», dijo el domingo el líder kemalista Kiliçdaroglu en un guiño a la tradición golpista turca.

La inestabilidad, al alza. Hasta la nueva cita electoral los anatolios sufrirán con casi toda probabilidad un aumento de la inestabilidad en cada rincón del país. Eso es lo que al menos indica la dinámica del último mes: los toques de queda brotan en las regiones kurdas en las que se declaran «autonomías democráticas», la lira turca cae en picado y el panturco MHP ya ha reclamado la ley marcial. Hasta Davutoglu podría perderse en esta vorágine, dejando su liderazgo si en el congreso de su partido propuesto para el 12 de setiembre no obtuviese el respaldo de su grupo o del propio Erdogan, un Armagedón que no entiende de colores cuando se trata de afianzar su autoridad.

Como destacó el columnista Murat Yetkin, el presidente tiene poderes extraordinarios en este Ejecutivo transitorio. En caso de un receso parlamentario, asegurado al menos en la fiesta del sacrificio a finales de setiembre, la Constitución le otorga la opción de convocar un gabinete en el que podría procla- mar el estado de emergencia y tomar decisiones como declarar la guerra si el país es atacado. También cancelar o posponer las elecciones. Esta ecuación se antoja complicada, pero en el Estado turco nada es imposible cuando una de las partes es el hombre de Kasimpasa.

El principal inconveniente para los anatolios es que el futuro no parece más halagüeño que el presente: las encuestas otorgan un desenlace parecido al de junio. El HDP pasaría el corte y eso volvería a dejar al AKP sin la mayoría absoluta. Entonces, si los resultados se asemejasen y kurdos y panturcos pasasen el umbral electoral, tendríamos un panorama aún más preocupante porque el Estado sería ingobernable por segunda vez y, bajo la sombra de 1997, curiosamente cuando el islamista Erbakan estaba en el poder, ya no sería una quimera volver a ver al Ejército comandando un cambio político o, incluso, apoyando una sublevación civil. La otra opción, en la que los kurdos no llegasen a rebasar el corte o fuesen ilegalizados, traería el más que probable estallido de la revuelta popular kurda, el 15% de la población de Anatolia.

La guerra como arma electoral. Este último extremo sería la peor noticia posible para Oriente Medio y, por eso, la comunidad internacional coincide en que es necesario retomar el diálogo con el PKK. La creciente polarización del Estado turco ha enterrado al islamismo moderado que cautivó a Occidente. En 2012, Barack Obama incluía al actual presidente en el club de los cinco líderes con los que compartía mejores relaciones. Era la balanza dentro de una inestable región. Un año después comenzó el giro de 180º: primero la represión de Gezi, luego la corrupción y, por último, el impasse en el proceso de paz con los kurdos. Este viraje está teniendo sus primeras consecuencia diplomáticas: Alemania y EEUU han decidido retirar las baterías de misiles Patriot que aseguran la frontera turca con Siria. También se podrían haber producido contactos entre el PKK –o el grupo afín PYD– y EEUU para mediar en el conflicto, un extremo negado con retórica por la Casa Blanca.

En este enrarecido ambiente EEUU tendrá que tomar decisiones complejas. Por un lado necesita a Turquía como aliado en la región, pero, por otro, sabe que la mejor arma contra el Estado Islámico (EI) son los kurdos. Erdogan ha repetido que no permitiría una autonomía kurda en Rojava como la de Kurdistán sur, a efectos prácticos un Estado. La zona de exclusión en el norte de Siria se ha demostrado más cercana a este objetivo que a repeler al EI. Las redadas internas solo corroboran esta tendencia: el 80% de las más de 1.000 personas detenidas en el Estado turco tras el colapso del proceso de diálogo están relacionadas con el HDP. Pese a ello, el carismático líder kurdo Demirtas –que tiene causas abiertas por presuntos lazos con el «terrorismo»– ha continuado dando lecciones democráticas al proponer un referéndum sobre el sistema presidencialista, tal vez el camino más rápido para terminar con muchos problemas y contentar al propio Erdogan, quien equipara su elección a un referéndum vinculante.

Las preguntas que ahora surgen son muchas: ¿Así es la ‘Nueva Turquía’ que Erdogan prometió? ¿Aprenderá el AKP a com- partir el poder? ¿La Constitución es papel mojado? ¿Podría el pueblo turco vivir un nuevo golpe de Estado? La espiral de violencia no ha dejado de crecer desde que el AKP inició su ofensiva contra el PKK. La sociedad parece disgustada e incluso familiares de militares turcos fallecidos claman contra esta guerra que consideran un arma política para voltear los resultados de junio y asemejar al HDP a los militantes marxistas. Es la evidenciada táctica del AKP para restar parte del apoyo que el partido prokurdo obtuvo de los turcos moderados y de izquierda, aunque no parece funcionar y pasarían el umbral electoral, según las encuestas.

Lo indudable es que los últimos 45 días han retrotraído al lustro pasado las relaciones entre los ciudadanos kurdos y turcos. Costará mucho recuperar la confianza construida en los últimos dos años. El único camino, como repite Demirtas, es la paz, la vuelta al diálogo y silenciar las armas de ambos bandos. Pero la contingencia parece la opuesta: los acontecimientos en Kurdistán norte son aún más alarmantes que la propia escena política de Anatolia.

En esta vuelta al pasado, a diario se pueden leer las noticias relacionadas con la muerte de soldados turcos, mientras las masacres que acontecen en las regiones kurdas son silenciadas. El canal turco ATV, conocido por sus estrechos lazos con el AKP, lleva meses recordando el antiguo Estado turco que Erdogan heredó. Ese en el que no había agua potable, las basuras decoraban los barrios más desfavorecidos de Estambul y la trompeta sonaba en los entierros de soldados. Desde hace 45 días, el considerado como mayor problema para el pueblo turco, la causa kurda, parece renacer con virulencia junto con la idea de la «Nueva Turquía» de Erdogan.