Joseba VIVANCO
Athletic

Mejor al lado que enfrente

El excolchonero tiene muchas cualidades que aportar a un equipo necesitado de esas mismas cualidades.

Sus compañeros «son sagrados». Quizá, dicho además por él mismo, sea lo que mejor define a Raúl García. Por eso se le considera un jugador de equipo, aunque en realidad aporte mucho más que un jugador de equipo. Por ejemplo, goles, esos de los que el Athletic adolece y que con la llegada del navarro espera no fiarlo todo al olfato de Aduriz. El de Zizur Nagusia (11 de julio de 1986) es la biografía del jugador hecho a sí mismo, al que nadie le ha regalado nunca nada pero que siempre ha sabido dónde estaba y cuál era su papel, de ahí que no debiera caber dudas de lo que vaya a aportar en su nueva etapa en Bilbo. Como nadie duda del salto de calidad que debiera imprimir al equipo, por su veteranía, por su liderazgo, por su entrega, por su llegada a la meta rival, por sus goles… Que Simeone no quisiese su salida, sus compañeros se despidieran de él como lo hicieron o la afición colchonera le eche ya de menos, dice mucho a su favor. Y a sus 29 años, el navarro tiene mucho que decir.

Raúl García arriba al Athletic tras 329 partidos en el Atlético, 45 goles y seis títulos. En las últimas cuatro campañas ligueras ha anotado 11, 5, 9 y 5 goles, un total de 30; de la actual plantilla, solo Aduriz ha metido más dianas que el navarro: Susaeta 20, San José 17, Ibai 13 y Muniain 11. Y solo hablamos de números.

Dudar del ‘fichajazo’ como muchos lo han llamado que ha hecho el Athletic parece fuera de lugar. Otra cosa es lo que la masa social rojiblanca, y no solo los socios, piensen de él más allá del terreno del juego. Sería estúpido ocultar que Raúl García no era hasta hace unas horas santo devoto de San Mamés, por sus añejas declaraciones sobre la poca simpatía que le despertaba el club rojiblanco –hasta lógico siendo osasunista de corazón– o por su aguerrida defensa de los colores colchoneros cada vez que pisaba el verde bilbaíno. La última vez, se acordarán, marcó y lo celebró como si fuera un título. Y la grada no pudo sino volver a acordarse de él… para mal. Raúl García sabe que deberá ganarse a la grada a base de lo que ha sembrado estos años a orillas del Manzanares. Nadie espera ni desea que se bese el escudo como días atrás Fernando Llorente con la insignia sevillista, pero sí que quienes teman su pasión, fiereza y goles en el rectángulo de juego sean los otros, y no nosotros.

Era uno de los deseados. Lo fichó Osasuna con 15 años, lo hizo debutar ‘el vasco’ Agirre con solo 17 y en el mismísimo Camp Nou. Luego, tras ver a un chaval más maduro de lo que aparentaba, el mejicano se soltó lo de «no te jode, parece que lleva jugando en Primera toda la vida». Agirre le convirtió en su estandarte y dos temporadas después, se lo llevó al Atlético. García era un jugador que lo hacía bien en cualquier puesto, y esa misma cualidad fue a veces su cruz, difícil saber dónde unicarle para sacar su máximo potencial. «Si le atas no tiene llegada, su punto más fuerte», decía de él uno de sus entrenadores allá en Tajonar. Y Agirre le ató. Tanto que acabó regresando a Osasuna, a casa, hasta que Simeone lo reclutó, reubicó por detrás del delantero y el navarro explotó. Hasta hoy. Hasta el domingo.

Dicen de él que es amigo de sus amigos, y no pierde oportunidad de juntarse a cenar en Navidades con sus excompañeros del juvenil rojillo. Que es amante de su familia. Que prefiere acudir a un acto con niños enfermos que a una presentación de botas. Que es un líder nato. Y que en el campo, eso lo sabe cualquiera, mejor tenerle a tu lado que enfrente. Y parece que es lo que necesita este Athletic.