El encuentro sobre víctimas en el que ayer participaron más de cien alcaldes de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa convocados por el lehendakari Iñigo Urkullu reflejó la diferencia entre las dos formas de abordar un tema primordial para avanzar hacia la paz y la convivencia en Euskal Herria. La postura del PSE, crítica con el propio encuentro por considerar que mezcla unas víctimas con otras, era conocida, y el lehendakari desarrolló un discurso probablemente destinado a contentar a su socio, propugnando como él ese «suelo ético» que conlleva un relato del pasado que excluye cualquier otro. Frente a ese planteamiento, el alcalde de Errenteria, Julen Mendoza, propuso en su intervención una «memoria compartida» para lograr una paz igualmente compartida, con el concurso de todos sin excepción.

Por supuesto que es preciso mirar al pasado. Hay que hacerlo para aprender, para no repetir lo que se ha hecho mal, para construir mejor el futuro. Pero esa mirada al pasado no puede ser impuesta, sino compartida por todos, y para ello ha de aceptar relatos diversos. Instalarse en el pasado buscando comodidad en él denota nula voluntad de avanzar, supone utilizarlo de forma partidaria, como instrumento para hipotecar al adversario político de cara a un futuro que debería ser obra de todos. No es de recibo poner deberes a los demás desde la supuesta superioridad de quien sabe que él no tendrá ninguno porque las materias que tiene pendientes no entrarán en ningún examen. Los ejemplos se agolpan: al parecer, nadie, ningún responsable institucional tiene que confesar «errores del pasado» como haber mirado para otro lado ante los miles de torturados. O «errores» del pasado y del presente como los 16 allegados de presos vascos muertos en carretera no precisamente al ir o volver de vacaciones.

Decepciona que un acto como el de ayer sirva para evidenciar la falta de voluntad para avanzar en un terreno en el que la sociedad va muy por delante. Una voluntad que debería llevar al imprescindible entendimiento.