Jon GARMENDIA
BIARRITZ
Elkarrizketa
LUIS SEPÚLVEDA
ESCRITOR

«Estamos cerca de convertirnos en una especie de civilización sin memoria»

Biarritz recibió ayer la visita del escritor Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile 1949) con motivo del festival latinoamericano. Con una frase que simboliza su sentido del humor, «es difícil aparentar ser inteligente a esta hora de la mañana», comenzó la conferencia en una sala abarrotada de gente. GARA tuvo la oportunidad de conversar con él.

Hablar de Luis Sepúlveda es hablar de resistencia, de exilio, de prisión y de un sinfín de capítulos históricos que bien darían para escribir una larga novela tomando como referencia su propia vida. Pero hablar de este escritor chileno es hablar de la realidad, bien conjugada con la ficción, y sobre todo es hablar de literatura que abarca diferentes géneros literarios, narrados en verso y en prosa, y es esta última la que le ha llevado a recibir grandes premios, pero, sobre todo, a vender millones de libros.

¿Cuál es el motor que le motiva generar historias?

Resistir. Hay una maquina monstruosa que nos va destrozando la memoria, estamos cerca de convertirnos en una especie de civilización sin memoria donde prima lo inmediato. A través de mis libros intento reflejar la época que me tocó vivir, que es convulsa y rica al mismo tiempo, y mi intención es dejar reflejada la memoria de esa época.

Convulsa ha sido también su vida: prisión, exilio…

Podríamos decir que mi vida ha sido movida. Desde la época de la gran participación social y política en Chile y en otros países del continente americano, la experiencia dura de la prisión, del exilio, con todo lo que eso significó, son parte de mi memoria, de mi capital humano y, evidentemente, han hecho más fuerte mi punto de vista. Lo que perseguían con la represión, con la tortura, la prisión, con no permitirte habitar en tu propio país, era que renunciaras a tus posiciones, destruir tus principios, derrotarte, porque la razón estaba de nuestro lado. Esa forma de ver las cosas está reflejada en mi literatura. Yo tengo claro que soy un escritor de izquierdas y que me lee gente de izquierdas; si del otro lado me leen me parece bien, pero cuando hablo en una sala llena de gente como hoy, me doy cuenta de que comulgan con mi manera de ver el mundo, que es una idéntica manera de pensar, como si vinieran a decir «estoy de acuerdo contigo en que las cosas están mal y hay que cambiarlas», y eso me da fuerzas para seguir escribiendo.

¿La participación política a la que hace referencia es la que le llevó a formar parte de la guardia del presidente de Chile Salvador Allende?

Yo era joven, y terminada la carrera de Arte quería hacer teatro, dirigir, pero era 1971 y me eligieron para formar parte de la guardia del presidente Allende. Para mí era una obligación y un deber como socialista formar parte en la ayuda de nuestro amado presidente y en su intento de cambiar todo aquello que estaba mal. Pero ocurrió el golpe de estado, me hicieron prisionero…

Recuerdos que no dejó atrás.

No puedes dejar atrás, no; y hay preguntas que te pueden resultar molestas. Nadie recuerda con placer la prisión, porque son muy duros los momentos que se han vivido allí, pero si en todos esos recuerdos existe algo que se puede salvar es el valor de los compañeros, no es justamente la tortura, ni la soledad, son cosas como ver llegar a los compañeros después de haber pasado los interrogatorios policiales y oírlos decir «aquí estoy, y no hablé». El valor de los compañeros es el que te hace creer, y seguir luchando es resistir. Y esos son los valores que yo quiero seguir transmitiendo.

Unos compañeros, que aún después de haber desaparecido usted sigue mencionando.

Cuando apresaron a los que estaban con Allende en el Palacio de la Moneda, esos que el presidente ordenó que se rindieran después de haberse suicidado, de esos dieciséis quedaron vivos dos, los demás fueron apareciendo a lo largo de los años, en cuerpos sin vida. Yo pertenezco a un grupo de escritores que tenemos un pasado similar, chilenos, argentinos, uruguayos… que un día tomamos la determinación de mencionar con sus nombres reales a nuestros compañeros en todos nuestros libros, de una manera meterlos en todas nuestras historias para que sigan estando con nosotros, y eso a mí me encanta. No hay que permitir el olvido.

Y en sus duras historias aparece entremezclado el humor, poco a poco.

El humor es muy subversivo. Lo que tiene mayor eco en los momentos duros no son los discursos como «¡qué hijo de puta, es un dictador!», pero cuando aparece el humor y lo ridiculiza, todo cambia. Por ejemplo, en España, un tipo tan mediocre y pusilánime como Rajoy, que es el presidente del Gobierno, no lo vas a dejar en evidencia por las ideas que rara vez manifiesta, y no vas a hacerle frente por esas ideas, sino porque te regala el factor humor para referirte a él, ya sea con sus desastrosas ocurrencias, o frases erróneas. Lo pasamos mal, estamos mal, pero aún tenemos el valor de reírnos de estos miserables, y poder mostrarlos como son.

Y su literatura actual discurre por…

Los lectores actuales son muy exigentes, te piden el lenguaje poético, te exigen un tratamiento bello de las cosas… y es un lector inteligente. Yo creo que te exigen que reflexiones con humor, la realidad es muy patética y a escala mundial estamos en manos de mediocres sin ideas, que son miserables repetidores de consignas que les mandan los dioses del mercado. No hay más que escuchar el discurso que tiene la actual directora gerente del FMI Christine Lagarde, y ese discurso patético es repetido hasta por un alcalde de un pueblo que tiene 20 habitantes.

La historia y las historias, usted sabe contarlas.

Un escritor tiene que saber contar bien las historias, es una clave importante. En los pocos talleres que yo he dado eso es lo primero que he trabajado: «Demuéstrame que sabes contar, que sabes narrar, y después ponte a la tarea».

Biarritz, Euskal Herria…

Mi abuelo era un anarquista andaluz, que sabia contar bien las historias, que me impregnó de curiosidad por ellas. Mi abuela era vasca, así que una cuarta parte de mi es vasca, mi abuela hablaba el idioma, con sus semejantes, yo no comprendía ni una palabra, pero veía mucha magia en ese idioma, eran unos momentos inolvidables. Después, he seguido el conflicto vasco con mucha atención, con acuerdos y desacuerdos, como es natural, pero me he interesado por él. Es una cuestión pendiente, como lo que está ocurriendo en Cataluña, y es la obcecación enfermiza del nacionalismo español, que no acepta la diversidad, y que la diversidad tiene sus expresiones políticas, que no puede existir la diversidad para ser asimilada por mí, existe para ser respetada, y eso un día se llamará identidad, se llamará nación.