Jaime IGLESIAS
Elkarrizketa
VIGGO MORTENSEN Y DAVID OELHOFFEN
PROTAGONISTA Y DIRECTOR DE «LEJOS DE LOS HOMBRES»

«La solución a todo conflicto debe empezar por entender su naturaleza»

Viggo Mortensen vuelve a salirse de la senda del mainstream para ejercer como actor y productor de un film arriesgado, la producción francesa «Lejos de los hombres». En ella el director David Oelhoffen se sirve de una estructura de western para narrar las derivas de un conflicto de identidad sobre la base de un cuento de Albert Camus y con la Guerra de Argelia como telón de fondo.

Hay escritores cuya prosa desafía cualquier tentativa posible de adaptación cinematográfica, al menos en su literalidad. Albert Camus (1913-1960) es uno de estos autores. Existía algún precedente ilustre pero fallido (como “El inocente”, dirigida por Visconti) y otros directamente desastrosos (la adaptación que Luis Puenzo hizo de “La peste”). Por eso es digno de alabar el trabajo realizado por David Oelhoffen a la hora de llevar a imágenes el profundo humanismo que emana de la prosa de Camus en “Lejos de los hombres”, donde versiona un pequeño relato del escritor francés y que cuenta con el protagonismo de Viggo Mortensen: «Yo siempre he sido un admirador de Albert Camus no solo como novelista sino también como filósofo –comenta el actor–. Cuando me llegó el guion de esta película percibí que en él estaba condensada de una manera muy fina y muy exacta la visión del mundo de Camus». Quizá por eso el actor, además de protagonizar la película, decidió producirla: «Hay proyectos que al margen de mi compromiso como actor me piden otro tipo de implicación en el deseo de proteger el producto».

“Lejos de los hombres” está ambientada en las montañas de Argelia en los albores de la Guerra de independencia y narra el encuentro entre dos individuos: un nativo, apresado por la policía colonial tras haber matado a un miembro de su aldea, y un colono, maestro de escuela, a quien entregan al prisionero para custodiarlo hasta la ciudad más próxima: «El cuento de Camus tiene una esencia muy filosófica. El principal problema que se me planteó a la hora de adaptarlo fue el convertir un conflicto de índole moral en una acción física –comenta el director de la película–.  No obstante, enseguida vi claro que el relato tenía una serie de elementos (escenarios aislados, fronteras, choque entre dos sistemas de leyes, etc.) que permitían acercarse a él en clave de western«. Mortensen comparte que la película pueda asumirse como tal atendiendo no solo a esos elementos sino a la propia idiosincrasia de su personaje: «Es alguien taciturno, complicado, con un pasado que le condiciona y del que pretende alejarse buscando el modo de vivir de una manera más limpia, sin que nadie le moleste. En ese sentido se parece a ciertos héroes del western clásico. Lo que ocurre es que, tarde o temprano, el destino te coloca ante situaciones que te obligan a salir de tu aislamiento. No puedes pasarte la vida huyendo de tu pasado».

Argelia, tema tabú

Para David Oelhoffen, director de “Lejos de los hombres”, ese empeño por condenar al olvido la parte más oscura e incómoda de nuestro propio pasado es justamente lo que ha venido haciendo el Estado francés respecto al tema argelino: «La Guerra de Argelia es un tema que aún no está digerido por la opinión pública francesa. Se trata de un episodio de nuestra historia que no se enseña en las escuelas y, sin embargo, las consecuencias de aquello están a la orden del día. Basta darse una vuelta por los suburbios de París para ver como el Estado francés ha ido creando guetos para acoger a las víctimas de aquél conflicto sin hacer nada, en la práctica, por su integración social. Luego cuando ocurren cosas como los atentados contra Charlie Hebdo nos llevamos las manos a la cabeza». La referencia a aquél ataque no es casual por parte del cineasta. El estreno de “Lejos de los hombres” en el Estado francés  tuvo lugar apenas unos días después, en plena ola de islamofobia, lo que resintió el rendimiento en taquilla de un film que pretende ser una llamada al acercamiento entre culturas: «Fue un momento fatal para estrenar la película, pero aun así los espectadores que la vieron tuvieron una reacción muy positiva», comenta Oelhoffen.

Para Viggo Mortensen la conexión del tema que aborda la película con el momento presente es más que evidente: «Albert Camus era un tipo que siempre se movía en zonas grises, en espacios complicados donde buscaba reflejar sus propias dudas existenciales más allá de obtener una respuesta a las mismas. El paso del tiempo le ha dado la razón en muchas cosas, por ejemplo en su convicción de que toda revolución lejos de traer una emancipación de los individuos y de los pueblos lo único que genera es un fortalecimiento de los Estados. Yo creo que la solución a cualquier conflicto debe empezar por un interés en entender la naturaleza del problema». Esto es lo que, según David Oelhoffen, el Estado francés no ha hecho en el caso de Argelia: «Es fácil tener mala conciencia, lo difícil es revertir la situación y para eso hace falta autocrítica y un sentido de la responsabilidad histórica. Por ejemplo, no puede ser que, a estas alturas, cualquier debate social que se haga sobre el tema de la inmigración, ponga el foco en los inmigrantes como problema, cuando lo cierto es que ellos son los principales damnificados de una situación provocada por otros».

Cuestión de identidad

En cierto modo, se podría afirmar que el conflicto que sostiene la película es un conflicto de identidad, algo que está en el epicentro de la obra narrativa de Camus: «La película narra el encuentro de dos personas que parten de una posición distinta, uno es un colono, el otro un nativo pero ambos comparten idéntica problemática. Se trata de dos seres enfrentados a su propia comunidad y, en cierta medida, repudiados por los suyos”, comenta el director. En este sentido, Viggo  Mortensen, no duda en afirmar que muchas veces nuestra esencia, aquello que somos, está condicionada por el modo en que los demás nos perciben: “En la medida en que la vida tiende a ser un absurdo, resulta inevitable sentirse a veces un poco confuso, un poco perdido, respecto al rol que hemos venido a desarrollar a este mundo. Relacionarte con el otro, con aquel que es distinto a ti, te da la pauta de quién eres. Como tal resulta  una fuente de conocimiento».

Este proceso de configuración y gestión de la propia identidad, más allá de las fronteras físicas que brinda un territorio, es algo que Mortensen ha experimentado en primera persona a lo largo de su vida: «Yo desde pequeño siempre he tenido un interés real por relacionarme con otras culturas, probablemente porque  desde niño me he estado mudando de país continuamente. Eso me hacía estar rodeado por personas que eran diferentes a mí». Esa condición de ciudadano del mundo es motivo de orgullo para el actor: «A mí me ha venido muy bien, me ha permitido trabajar a lo largo y ancho del planeta y hacerlo en danés, en inglés, en castellano o en francés». «Viggo tiene una identidad tan compleja que es de todas partes y, a la vez, de ninguna –dice por su parte David Oelhoffen, entre risas–. Por eso para mí siempre fue la opción más coherente para interpretar este personaje antes incluso de saber si podía interpretarlo porque yo no sabía que él hablaba francés y, sin embargo, de manera abstracta siempre tuve su imagen en la cabeza mientras escribía el guion».

El deseo de contar con el actor surgió en el cineasta tras conferirle un pasado español a su personaje, hijo de obreros andaluces emigrados a Argelia. Fue la única licencia que el director se permitió respecto al cuento de Albert Camus que inspira el filme y lo hizo precisamente para ahondar en ese desarraigo que define al personaje y que queda expresado en una de las frases más bellas del filme, aquella en la que Mortensen afirma: «Para los franceses mi familia y yo siempre fuimos como árabes y, sin embargo, ahora los árabes me ven como un francés».

El actor, que detesta el uso partidista que los políticos hacen de estas cuestiones identitarias cree que «las fronteras y las cuotas de emigración deberían regirse por criterios naturales. La gente es capaz de buscarse la vida y saber dónde hay o no hay trabajo, no es necesario regular los movimientos migratorios. El Estado español o el francés  están construidos, como EEUU o Australia, sobre la base del encuentro de culturas y pueblos de origen diverso que se han ido cruzado a lo largo del tiempo». Todos estos escenarios de complejidad extrema están expuestos en “Lejos de los hombres” desde la austeridad discursiva porque como dice el intérprete: «Muchas veces los silencios son más elocuentes que las palabras. Mi personaje en esta película comunica mucho con su gestualidad, basta mirarle para saber que oculta cosas». Una opción de representación que fue discutida ampliamente por el director con los dos protagonistas (Viggo y el francés Reda Kateb): «Ensayamos mucho y llegamos a la conclusión de prescindir de cualquier diálogo que pudiera ser sustituido por un simple juego de miradas», concluye David Oelhoffen.