César Manzanos
Doctor en Sociología
JO PUNTUA

La tortura como espectáculo

A través de la cultura de la imagen, la tortura real permanece invisible dentro de las instituciones de encierro y a la vez se legitima simbólicamente al mostrarse ante la sociedad como una necesidad visible y ejemplarizante. Su finalidad es inyectar miedo a la represión de estado, para conseguir ser justificada y tolerada socialmente. Así, se legitima mediante la creación de una conciencia colectiva que defiende su necesidad como una práctica imprescindible para garantizar la defensa del orden social y legal frente a sujetos tan violentos, terribles, como virtuales.

En la ficción virtual estos sujetos son los culpables de que tenga que existir la policía, ejércitos, verdugos, porque los torturables obligan al orden democrático a hacer uso de la violencia más allá de las limitaciones de la ley y a los funcionarios encargados del control policial, penal y militar a torturar.

La escenificación de la tortura busca conseguir que se tolere e incluso se considere necesaria por parte de la sociedad para combatir a los sujetos peligrosos que amenazan y se ensañan con las personas inocentes o atentan contra la seguridad colectiva. Sin embargo, las personas maltratadas y torturadas por funcionarios del estado nada tienen que ver con los sujetos inhumanos mostrados en películas, videojuegos o noticias intencionadamente seleccionadas sobre casos extremos de tipos dementes y crueles, mostrados como asesinos natos, secuestradores o terroristas.

Uno de los ejemplos más evidentes de la cada vez más intensiva y extensiva aplicación y legitimación social de la tortura, es la historia reciente del Estado español. La ficción de la transición política buscó difundir una imagen que trataba de inculcar la idea de su progresiva erradicación. De ser considerada una práctica general y sistemática para combatir la disidencia política, a ser vista como una práctica residual y perseguida por los aparatos jurídico-penales del Estado. Nada más lejos de la realidad. En las cloacas del estado habitualmente se sigue torturando, eso sí, la tecnología de no dejar rastro para invisibilizarla se ha sofisticado hasta el extremo.