Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Conflicto

Un concepto en juego, al menos dentro de la política-espectáculo. La expresión de antagonismos entre dos actores, individuales o colectivos. Esta manifestación se exterioriza en la incompatibilidad de la gestión de los bienes, ya sean materiales ya simbólicos, de los dos actores. Es lo que se dice en sociología.

A lo largo de la historia, el conflicto ha enfrentado estados, clases sociales, grupos, nacionalidades, etnias, familias y toda colectividad humana susceptible de preservar su hegemonía. La exposición del conflicto genera, en los casos que conozco, violencia.

Para los pensadores clásicos marxistas, el conflicto es producto de la lucha de clases, o lo que es lo mismo, de la definición de la propiedad de los medios de producción. Según esta concepción, el conflicto es inevitable ya que su carácter está implícito en las mismas relaciones de producción. En el caso de Euskal Herria este conflicto toma la forma de lucha nacional y social contra la opresión de las mismas por parte de los Estados español y francés. Para los liberales y los neos, en cambio, el conflicto es únicamente una disfunción social achacable a la falta de consenso sobre las normas y leyes que dirigen la acción. Abismo entre ambas.

En esta línea y en los últimos tiempos, diversas manifestaciones de otros tantos conflictos han sido incluidas como positivas porque han permitido incorporar al sistema a los grupos disidentes, tras conocerse las causas de su disfunción. No es el caso del llamado «conflicto vasco», o lo que es lo mismo la integración de Euskal Herria en los proyectos nacionales español y francés, propuesta violenta de hegemonía nacional y social de los estados implicados, por la amplia reticencia, también violenta en muchos de los casos, que su aplicación ha suscitado históricamente.

No deseo enfangarme en la complejidad. Quiero hacer alusión exclusiva al que nos ocupa en Euskal Herria, esa permanente con los estados francés y español. Al que algunos, de manera no muy certera, denominan «conflicto vasco». Y otros, desde su ceguera habitual, niegan su existencia.

Entre estos últimos, encontramos a su abanderado coyuntural, el virrey moderno, Carlos Urquijo, que reparte consignas a diestro y siniestro para negar la que supone fabricación abertzale, la que llama «teoría del conflicto». Como escribía recientemente, «lobos con piel de cordero» que ofrecen «una paz con derrota de la verdad, la amnesia colectiva, la ausencia de justicia».

Urquijo ahonda en una línea abierta ya desde la Declaración de Aiete (2011). Entonces, González Pons, vicesecretario de Comunicación del PP en el Gobierno de Madrid, fue contundente: «Los extranjeros que vienen a una supuesta conferencia de paz en el País Vasco pensando que están en Irlanda o en Sudáfrica, realmente no tienen ni puñetera idea del país en el que se encuentran ni qué tipo de conflicto se ha vivido».

En una u otra época, sin embargo, todos los actores implicados han reconocido explícita o implícitamente su existencia. El PNV en Lizarra-Garazi (1998): «El contencioso vasco es un conflicto histórico de origen y naturaleza política en el que se ven implicados el Estado español y el Estado francés». Aznar, hoy presidente de la FAES, el mismo año, cuando aquellas famosas frases en las que incluía al «Movimiento Vasco de Liberación», refrendadas por cierto en el Parlamento español, por unanimidad. Las declaraciones subrayando el conflicto realizadas por destacados miembros del PSOE también están ahí, en la hemeroteca. Busquen en las Conversaciones de Argel (1989).

Las legislaciones especiales, estados de excepción, Plan Zen, la denominación misma de «Guerra del Norte», el automatismo de la tortura, actividad paramilitar, el uso de fondos reservados con fines mediáticos, culturales, etc. son señales inequívocas de la existencia de un conflicto. Incluso la subsistencia del estatuto de refugiado político en Francia para exiliados vascos hasta 1989.

La ocupación policial y militar es otro de los factores. Y no es nueva. En 1950, había en Hego Euskal Herria 20.187 policías y militares, el 1,63% de la población más 20.000 acuartelados en las provincias limítrofes. Hoy el censo es de 17.563 policías (sin contar agentes municipales). El 0,63% de la población actual. 703 policías por cada 100.000 habitantes. El más alto de Europa. La UE tiene 388, Francia 390, Kosovo 566 y Turquía 484. Según el PP, a propósito del falso debate sobre el exilio que azuzó el Foro de Ermua, 95.000 policías y guardia civiles han tenido Euskal Herria como destino en los últimos 50 años.

La detención de más de 40.000 hombres y mujeres por razones políticas en Euskal Herria en este último medio siglo (cifras del Gobierno de Gasteiz), la sistematización de la tortura y la impunidad de quienes la ejercen, focaliza a la perfección la existencia de un conflicto y la perversión de quien trata de ocultarlo. Los 47 millones de kilómetros anuales que deben realizar los familiares de los presos vascos para visitar a los suyos ¿son una casualidad aislada?

¿Se trata, en consecuencia, de un «problema de delincuencia» como sugiere Urquijo? Sabemos que no. Madrid acoge tres homicidios a la semana, uno de los porcentajes más altos de la Unión Europea, y, a pesar, no tiene frente a ello una estrategia represiva diseñada para hacerle frente. Como cabría esperar. Porque no hay conflicto, más allá del definido por Marx y Engels.

Desde la izquierda abertzale, el mensaje histórico es conocido. Propuestas como la Alternativa KAS, la Alternativa Democrática o el Acuerdo de Gernika fueron proyectos para la superación del conflicto. Tal y como el Gobierno y el Estado español diseñaron otros proyectos para la superación del mismo, en términos favorables a sus tesis de asimilación.

El debate sobre quién fue antes si el huevo o la gallina no tiene recorrido. Es cuestión ficticia, irreal. Ha habido una sistemática vulneración de derechos humanos por parte de los estados implicados, compartida en diversas franjas por la disidencia vasca es cierto, en el origen. Una ofensiva, la otra reactiva.

Mary Robinson fue presidenta de la República de Irlanda hace dos décadas. Cuando dejó el cargo, en 1998, fue nombrada Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Hasta 2005. En una de sus muchas intervenciones, lanzó una frase que rescato ahora: «La violaciones de los derechos humanos de hoy son la causa de los conflictos del mañana».

La madre del cordero. Aristóteles apuntaba a que lo actual antecede a lo potencial. La gallina antes que el huevo. Sin embargo, en el siglo XXI ningún biólogo, filósofo o avicultor tiene duda: el huevo fue antes. Y el huevo, en esta metáfora, es la sistemática y gigantesca vulneración de derechos humanos y colectivos realizada por ambos estados en nuestro territorio. Y ahí no existen las trampas, como esa respuesta de Madrid a que la aplicación de los derechos humanos no tiene carácter retroactivo, a cuenta de las desapariciones del franquismo. No somos nosotros los que renegamos de la amnesia. Reivindicamos la memoria. De todas y todos.

Señor Urquijo, imaginamos su papel de virrey. Dentro de una determinada lógica que, como es previsible, no compartimos muchos de los vecinos a los que diariamente verifica sus movimientos. Sepa, y me consta que a pesar de su papel lo conoce de sobra, por eso sobran los aspavientos, que ETA no es origen del conflicto sino un síntoma del mismo. Cuento con su sapiencia para que rectifique.