Antxon Lafont
Peatón
GAURKOA

Patologías de la modernidad y mayorías

Frecuentemente asistimos inertes a sucesos que, voluntaria o involuntariamente, afectarán a la manera de ser para algunos, de estar para otros. Es imperativo, para nuestra salvaguardia, que esos acontecimientos cesen de roer nuestro entusiasmo natural y encuentren nuestra voluntad dispuesta a explorar innovación tras innovación. El individuo se crea en lo social (Foucault); si no innova se caldeará abrasando despojos y cenizas.

En nombre de la democracia, noción ultrajada por cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, se normalizan criterios de funcionamiento colectivo determinados por los representantes electos. Entre ellos encontramos a menudo filofranquistas que impunemente afirman la admiración que prodigan a la memoria de su caudillo. En múltiples casos ese tipo de anomalías es consentida por el voto de electores impasibles ante alianzas «políticas» impuestas.

La falacia representativa acaba creando bloques cuando se trata de resolver los problemas fundamentales que puedan afectar a todos, electores inscritos votantes o no. Convendría innovar en torno al régimen de representatividad política de la sociedad civil, que actualmente puede dar la impresión de golpe de Estado con cada ley votada por una mayoría absoluta de escaños, cierto, pero que no corresponde a la mayoría de la expresión popular. Si no se tiene en cuenta la suma de abstenciones, de votos blancos y votos nulos se practica la actitud del avestruz que escondiendo su cabeza bajo sus alas cree que la realidad no existe porque no la ve.

El tiempo desgasta. La Constitución del Estado español puede ser considerada por los españoles como el recuerdo consensuado de la definición de España como «unión de destino en lo universal», pero no deja de ser, como lo demuestra el pasado reciente y el insolente presente, un producto obsoleto de rebajas generador de conflictos metastásicos.

Una ley podría determinar procedimientos de mayoría real así como limitaciones de la duración máxima de mandatos sucesivos electivos. Esa ley sería legítima si fuera votada por referéndum con una participación superior a los dos tercios del censo electoral. ¿Esto es imaginable sabiendo que los electos que darían salida al referéndum serían a la vez juez y parte? ¿Qué piensan, en efecto, de ese intento de sanear la relación entre sociedad civil y sociedad política los electos directamente interesados por su «condición de políticos» vitalicios?

Actualmente el desprecio hacia la sociedad política, ¿casta o nueva clase social?, representa un peligro letal para el desarrollo democrático de una sociedad. Se ha llegado a un asqueo que se pretende atenuar con medidas de bricolaje político. «Lo inverso de la desmedida no es la desmedida inversa» recuerda E. Morin. El remedio contra la pereza de la sociedad civil es su diligencia en recuperar su legítimo poder, usurpado por los profesionales de la sociedad política de la que solicitamos voluntarios, pero no profesionales. Temas como los de la presente actualidad política serán cada vez más candentes y, sin cambios en las estructuras de decisión, las soluciones aparentemente razonables serán oscuras. La búsqueda de arreglos tullidos provoca alianzas que desorientan al ingenuo peatón, ya desconcertado por acuerdos sellados a sus espaldas después de las elecciones. Las alianzas están justificadas, en casos determinados, para asegurar la gobernabilidad de cualquier institución. En cambio, los pactos de legislatura sobre todo acordados entre partidos opuestos en temas políticos esenciales, como es el caso del derecho a decidir, corresponden exclusivamente al deseo de mayorías únicamente aritméticas que desfiguran voluntades populares.

No podemos encubrir la importancia de logros políticamente esenciales aceptando tratarlos, únicamente, con lógicas colaboracionistas con Madrid, que conducirán, con seguridad, a pseudosoluciones. «Ganar sin riesgo conduce a triunfar sin gloria» (Corneille-El Cid). En ese caso, ganar podría consistir en achantarse una vez más.

El referéndum sobre el derecho a decidir permitiría conocer la voluntad popular a favor o en contra de la soberanía sin transitar por meras variantes de trampas semánticas del tipo autonomía reforzada o autodeterminación, entre otras. Solo el término sobreranía refleja claramente su contenido.

Con el juego perverso de la obtención de mayorías aritméticas de legislatura no se puede pretender la paz social en un sistema de preponderancia aparente de la sociedad política en el que puede darse el caso de que la ley pueda oponerse a la voluntad popular. Supuesto ese supuesto el caos estaría garantizado.

Solo una estructura política sólidamente y popularmente aceptada podrá neutralizar la influencia nefasta de los medios de intoxicación adquiridos por el poder financiero, hoy realmente preponderante, al que el ya denostado tablero del poder político está sometido.

Conviene subrayar de paso que, a pesar de la presión de esos medios de intoxicación, los resultados obtenidos por los partidos atacados sin escrúpulos tanto en las recientes elecciones en la CAV como en Catalunya son extraordinarios. ¿Votos o escaños? Se olvida que hoy la mayoría de escaños en el Congreso español no está avalada por una mayoría absoluta de votos. En efecto, el PP obtuvo menos del 45% de los votos expresados, lo que es netamente inferior al despreciado porcentaje de votos independentistas de las recientes elecciones al Parlamento Catalán. Vuelvo a preguntar, ¿votos o escaños? Esperamos, en las próximas elecciones estatales y más tarde autonómicas, una actitud más profesional de pretendidos informadores.

Nos llega un problema que vuelve a revelar, una vez más, una denominada Europa limitada a un Mercado Común y a una unión parcial monetaria que hace decir a expertos como Stiglitz que «el euro es un desastre». Una vez más «las mayorías» políticas no resuelven el drama de la inmigración cuya importancia real en las próximas décadas desestimamos. ¿Llegarán los estados a acordar la prioridad a la cultura de solidaridad aunque solo sea por interés material? La Europa de los pueblos quizá hubiese tratado ese tipo de problemas acuciantes con soluciones cualitativas. El próximo caso de inmigración global puede estar provocado por la situación política y socialmente inestable de Argelia que podría arrastrar a la totalidad del Magreb hacia una emigración que repercutiría por lo menos hasta el centro del continente europeo.

Los inmigrantes, enfrentados a mil obstáculos, tienen el espíritu emprendedor del que empezamos a carecer, hecho que afecta a nuestra cultura necesitada de enriquecerse sin perder sus raíces cuya infección por inacción acabaría desvitalizándola y destruyéndola. Las nuevas tecnologías generan nuevas maneras de pensar, pero resguardemos lo que consideremos esencial a nuestra vida, material e inmaterial, osando expresar públicamente su defensa. «El pensamiento no se separa de su lenguaje» (Barthes)… aunque cualquier opinión tenga que significarse según ajustes sociales que la limitan.

En vísperas de elecciones fijémonos objetivos propios a la utopía cuidando no caer en ella si el pueblo, después de haberse pronunciado, no la considerara realizable. Esta misión es ardua en medio de las patologías de la modernidad que la Sociedad Civil, y no los Estados, curará, sea cual sea su mayoría parlamentaria.