Pablo L. OROSA
ELECCIONES HISTÓRICAS

BIRMANIA: COMICIOS QUE HACEN HISTORIA PLAGADOS DE SOMBRAS

Birmania afronta mañana domingo unos comicios históricos. Por primera vez desde 1990, la oposición liderada por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi opta a lo que era la utopía de desbancar, tras más de medio siglo de dominio militar, a los uniformados ahora encabezados por el actual presidente, Thein Sein. Aunque la opinión pública internacional habla de unas elecciones «libres y justas», las sombras de la guerra, la corrupción y el odio religioso amenazan con arruinar la transición democrática iniciada haca ya más de una década.

En Bagan, la más turística ciudad birmana, los voluntarios de National League for Democracy’s (NLD) lucen camisetas rojas con el emblema del partido. A los viajeros les ofrecen fotos de Aung San Suu Kyi. Apenas hablan inglés, pero sonríen cuando los turistas se inmortalizan junto a sus carteles. Democracia. Es la palabra más escuchada también en Mandalay, la capital espiritual del país. En los restaurantes, los que se deciden a charlar de política hablan de corrupción, de personas fallecidas incluidas en los registros y de Aung San Suu Kyi. Es la gran favorita. La gran esperanza de la comunidad bamar. De hecho, en uno de los pocos sondeos publicados por la prensa local, el NLD obtendría el 24% de los apoyos, mientras que el partido de los militares, el Partido para la Unión, Solidaridad y Desarrollo (PUSD), apenas conseguiría el 16%. Más del 50% de los encuestados prefirieron no pronunciarse.

En 1990 los militares anularon la aplastante victoria de Aung San Suu Kyi en las últimas elecciones multipartidistas, pero esta vez los uniformados han maniobrado antes de las urnas: la Constitución reserva el 25% de ambas cámaras del Parlamento al Ejército; los ministros de Defensa y Fronteras deben pertenecer al Tatmadaw; y los generales mantienen el derecho a vetar cualquier reforma de la Carta Magna, lo que impediría retirar la prohibición que impide a la premio Nobel optar a la Presidencia.

El PUSD, liderado por el exgeneral Thein Sein, apenas necesita 167 de los 498 asientos en juego en ambas cámaras para extender su mandato por otros 5 años, la última etapa del «camino a la democracia» emprendido por los militares en 2003 para garantizar su poder en el país mientras modernizaban su economía y rehabilitaban su imagen.

Aunque es uno de los Estados más pobres del mundo con un PIB per capita anual de 5.100 dólares, Birmania crece a un ritmo de más del 7%. Hoy, en los centros urbanos florecen pequeños negocios junto a los primeros locales de comida rápida y los móviles de última generación. Tras esta imagen de desarrollo se esconde una persecución política, étnica y religiosa: hay aún 120 presos políticos y 444 activistas, incluidos estudiantes y defensores de los derechos de los campesinos, esperando juicio.

«Es un falso Gobierno democrático. Son generales que se niegan a cambiar la Constitución y atender las demandas de la sociedad. Va en contra de la democracia. Cambiaron sus uniformes, pero tienen miedo de lo que hicieron en el pasado», dice U Gambira, líder de la Revolución del Azafrán que trató sin éxito de derrocar a los militares en 2007.

Una paz insuficiente

Mientras en octubre el Gobierno firmaba un acuerdo de paz con ocho pequeñas guerrillas étnicas, al norte, en los dominios kachin y shan, los choques entre los militares y los ejércitos étnicos se recrudecían. Ni la minoría wa, la más poderosa de las facciones rebeldes con unos 25.000 efectivos y que desde 1989 administra un vasto territorio fronterizo con China, ni el Kachin Independence Army (KIA), la segunda guerrilla más fuerte del país, con unos 10.000 efectivos, han suscrito el documento de paz.

Pese a que el acuerdo de alto al fuego era su principal promesa electoral, el presidente modificó su estrategia e intensificó la ofensiva militar: en las últimas semanas se han registrado 40 choques con el KIA y otra decena con las milicias del Shan State Progressive Party/Shan State Army-North, que se han saldado con civiles muertos y 6.000 nuevos refugiados. Desde 2010, más de 100.000 personas se han visto obligadas a dejar sus casas en el norte. En su estrategia para asfixiar a la resistencia, el Ejército lleva meses imponiendo una campaña masiva de torturas, abusos sexuales y expropiaciones masivas. «Las elecciones tienen que consolidar la transición. Para ello deberían ser unos comicios libres y justos. La libertad electoral se logra garantizando la seguridad y la legalidad», dice Tu Ja, exvicepresidente del KIO y actual presidente del Kachin State Democracy Party (KSDP).

La inestabilidad en el norte ha llevado a la Comisión Electoral a suspender las votaciones en zonas de Kachin, Shan y Karen, una controvertida decisión que podría alterar los resultados puesto que parte de los asientos de ambas cámaras serán elegidos en dichos territorios, donde ni el NLD ni el PUSD son fuertes. «Para el pueblo shan las elecciones carecen de significado al no celebrarse en todo nuestro territorio», dice Sai Hor Hseng, de Shan Human Rights Foundation.

La persecución a los musulmanes

Al oeste, en la bahía de Bengala, la sombra de la violencia religiosa oscurece la cita electoral. Más de 800.000 rohingyas, una de las minorías más perseguidas del mundo según la ONU, no podrán votar al carecer de ciudadanía. Los documentos temporales otorgados por la Junta Militar para las pseudo-elecciones de 2010 les fueron retirados después de que los monjes del Ma Ba Tha, liderados por el «Bin Laden Birmano», Ashin Wirathu, tomaran las calles de Yangon para denunciar la «amenaza musulmana». Con la connivencia de los militares, el Ma Ba Tha se ha convertido en un grupo muy influyente con capacidad incluso para redactar leyes que obligan a las mujeres musulmanas a espaciar sus embarazos cada tres años y les exigen un permiso administrativo especial para poder casarse con un hombre no budista.

«Los rohingya somos víctimas de los políticos y de la transición», asegura U Shwe Maung, quien en 2010 fue elegido parlamentario del PSUD. Cinco años después, ni siquiera podrá participar en las elecciones. La comisión electoral de Rakhine rechazó su candidatura porque sus padres no eran ciudadanos de Birmania cuando él nació. De los 6.189 candidatos de un centenar de partidos que concurren, una treintena –ninguno en el NLD ni en el PUSD– serán musulmanes, lo que dejará sin representación a una minoría que supone el 5% del país.

«El sentimiento antimusulmán es un arma política. Después de los rohingya me temo que el próximo objetivo sean los cristianos. Si no logramos libertad religiosa, nunca lograremos una verdadera democracia ni una paz duradera», cree U Shwe Maung, quien no puede vivir en el país. La democracia, en Birmania, aún se pinta en claroscuro.