Ainara Lertxundi
Periodista
IKUSMIRA

Empezar y acabar antes

En Frankfurt, a las 21.00 están cenados y casi dormidos. Aquí, en el mejor de los casos, comenzamos con los preparativos de la cena. Y, además de tarde, lo hacemos con prisa, porque el reloj apremia. Cuanto más avance, menos serán las horas de sueño y de descanso. Y, al día siguiente, el despertador sonará implacable. No tendrá en cuenta nuestro grado de cansancio.

Recuerdo una reciente entrevista con el doctor Eduard Estivill a cuenta de su último libro “Niños descansados, niños felices”. Aunque su nombre va a asociado al archiconocido y no menos polémico “Duérmete niño”, tiene una dilatada trayectoria en la investigación del sueño.

El título no podría ser más apropiado, así como la conclusión de aquel encuentro: «Hay que luchar para terminar la jornada a las siete de la tarde» y la sociedad en su conjunto debería presionar a la clase política para que eso fuera realmente así. Los beneficios de adelantar el reloj están sobradamente demostrados en países del norte de Europa, donde el nivel de producción es incluso mayor.

Ese sería, además, un paso fundamental para hacer efectiva y real la tan reivindicada igualdad, sobre todo, cuando la crianza de los hijos se cruza en la vida profesional de sus progenitores. Un horario racional permitiría compartir por igual tanto los deberes como los derechos. Y haría posible un mejor descanso y un modo de vida más saludable. Imaginemos, por un momento, cómo cambiarían nuestra rutina diaria y relaciones afectivas empezando antes y acabando antes de trabajar.

Paradójicamente, no es esta una demanda que aparezca en las agendas, ya sean estas feministas, políticas…