Carlos GIL
Analista cultural

La silla de Kantor

Un cansancio recorre Europa: la cultura del diván. Documentalismo y periodismo barnizados de arte que suplen las carencias de reflexión en los medios de comunicación, en las aulas, en las tabernas. Un ágora acoplada a los transmisores de apócopes que nublan la razón como elemento para encauzar el pensamiento crítico. Una felicidad obligatoria recetada por los chamanes de la estulticia. Y de repente preguntas por la silla de Kantor y todos te miran como si fueras un recién salido de la terapia. O del cirujano. O de un museo.

Es necesario interiorizar la noción histórica de un cultura no recortable, ni apilable, ni mercantilizada. Un deseo de trascender a partir de un concepto irrenunciable de la necesidad de cambiar la realidad, no reproducirla, no copiarla, no parodiarla. Un trazo que escape de la obviedad. O una silla que por sus medidas te haga pensar en la distancia entre tu dedo y la luna pese a que te parezca que le puedes hacer cosquillas. O la medida real de un suspiro o un sueño. Empecemos por abolir para siempre esa tendencia macabra de los termitas de la ilusión por hacer decálogos, manuales de uso o listas de éxitos. Que cada verso acabe siendo una perfecta epifanía de la belleza. Sin rodeos, sin escarapelas ni consorcios. Alejemos la verdad artística lo más lejos posible de las oposiciones. Alimentemos el fuego creativo con grandes proyectos intemporales. La silla. Levántate y canta.