Oihane LARRETXEA
DE LA VIEJA A LA NUEVA ESTACIÓN DE DONOSTIA

LA ESTACIÓN DONDE NO HABÍA WC Y EL TECHO ERA EL CIELO RASO

DONOSTIA, LA CIUDAD VASCA MÁS TURÍSTICA CON UN MILLÓN DE VISITANTES AL AñO (CASI 3.000 AL DÍA DE MEDIA), CUENTA AL FIN CON UNA ESTACIÓN DE AUTOBUSES DIGNA Y APROPIADA. EL ANECDOTARIO DE LA DÁRSENA AL AIRE LIBRE QUE HA LLEVADO TAL NOMBRE DURANTE DÉCADAS DA PARA REÍRSE O PARA LLORAR, SEGÚN SE MIRE.

Hay veces en que un remedio temporal, lo que comúnmente se le llama provisional, acaba por ser definitivo. Ocurre con un apaño casero, una «chapucilla» para salir del paso que termina por quedarse. Algo así ha sucedido con la mal llamada estación de autobuses de la Plaza Pío XII de Donostia, en el barrio de Amara. La marquesina se emplazó ahí hace más de 25 años como algo transitorio mientras se elegía la ubicación definitiva… y hasta hoy mismo. En todo ese tiempo se barajaron varios lugares, como los bajos de la Torre de Atotxa, en Egia; la zona de EuskoTren en la Plaza Easo; diferentes terrenos de Riberas de Loiola... Finalmente se ha construido junto a la Estación del Norte. Mientras, años y años de resignación e indignación entre donostiarras y visitantes, que nunca llegarán a entender cómo se le llamó estación a aquello que no tenía baños, ni paneles informativos, ni taquillas anexas, ni siquiera un sitio para resguardarse en los días de lluvia. Todo ello ha dejado un extenso anecdotario común.

Botellín en el Amara Plaza para ir al WC

No era por sed, sino por necesidad de ir al baño, por lo que muchos viajeros han conocido el Hotel Amara Plaza. A falta de unos servicios en Pío XII, la única alternativa ha sido acercarse a su cafetería y pedir un botellín, un cortado, un mosto… lo que fuera. Pagar el euro daba derecho a descender las escaleras de unos baños que han visto pasar a miles de pasajeros. El cartel en el WC de «solo para clientes» llegó años después de permitir la entrada sin consumir. En el hotel estaban hasta el gorro, y es comprensible.

Hace cosa de diez años, se habilitó un baño de cabina como parche, pero su puerta automática se atrancaba cada dos por tres y era habitual que se quedara abierta de par en par. Duró un abrir y cerrar de ojos.

Dar varias vueltas hasta llegar al bus

Podía ocurrir, y de hecho ocurrió muchas veces, perder un autobus pese a llegar a la estación con tiempo de sobra. La falta de visibilidad y la inexistencia de información daban pie a ello. Apenas media docena de dársenas han dado cabida a más autobuses de los que entraban, así que las dobles filas de autocares han sido el pan de cada día. Las dársenas no tenían número, y tampoco había pantallas informativas sobre la hora y el lugar exacto de cada uno, lo que generaba confusión y nervios para localizar a tiempo el bus correspondiente. Lo habitual ha sido ver a la gente dando vueltas cargando con maletas y mochilas, buscando los letreros en las lunas de los vehículos, preguntando a los resignados conductores o a otros viajeros tan perdidos como uno mismo.

No hay tejavana que valga con el xirimiri

En Donostia se registra una media de 140 días de lluvia, lo que supone tener el paraguas abierto más de un tercio de las jornadas del año. Si el hecho de esperar al autobus es algo que puede impacientar –más aún si viene con retraso, aunque a falta de pantallas resultará imposible saberlo–, qué decir hacerlo bajo la lluvia o el frío. La última marquesina instalada, en sustitución de una cochambrosa tejavana, no fue suficiente para estar a cubierto. En Pío XII sabías que te pusieras donde te pusieras, acabarías mojándote. Era una batalla perdida desde el inicio. La solución, el hotel, que de paso además de dar resguardo servía… sí, para ir al baño.

«¿Dónde puedo comprar el billete?»

Comprar los billetes, o más bien saber dónde había que hacerlo, ha sido otro de los calvarios diarios, sobre todo para los turistas o personas que no estaban habituadas a utilizar el servicio de autobuses. Las ventanillas no estaban junto a las dársenas, y ni siquiera estaban todas juntas: según la empresa, había que acudir a la calle Sancho el Sabio o al paralelo Paseo de Bizkaia. Una vez allí tocaba localizar la ventanilla de la compañía en cuestión. Ha sido habitual, incluso natural, responder a los viajeros desorientados y acompañarlos hasta la misma ventanilla. Y entre ir y venir y buscar el lugar correspondiente, terminar corriendo para no perder el autobus.

Penoso también a ojos de los turistas

Que donostiarras y usuarios habituales veíamos en Pío XII unas instalaciones lamentables no es noticia, así que tampoco extraña que lo pensaran los turistas. El sonrojo llegaba cuando, además de pensarlo, lo verbalizaban. Un matrimonio malagueño, por citar un ejemplo de miles, no podía creerse que aquello fuera «la estación de una ciudad como San Sebastián. Increíble». Tan elocuente como que una pareja de australianos preguntara en la misma estación «¿saben dónde está la estación?».

«¿Dónde puedo comprar el billete?»

Llevar a algún familiar en coche ha resultado imposible. El acceso de los vehículos privados a las dársenas ha estado totalmente prohibido, así que las alternativas eran dos: o aparcar el vehículo en el parking subterráneo y pagar, o que la persona que ha de coger el bus salte –literalmente– del coche en la estrecha acera lateral de la rotonda de Pío XII. Calcular el color del semáforo para ganar tiempo y buscar el momento adecuado era la estrategia. La maniobra no ha resultado más sencilla en caso de tener que recoger a alguien. Primero, acordar un punto de recogida; segundo, que el chófer no llegue primero, porque no estaba permitido estacionar un minuto. Hubo una época en que un vehículo de la Ertzaintza vigilaba para evitar tales situaciones. Sin tiempo para despedidas, los besos en Amara se lanzaban al aire.

Sin consignas ni pantallas

Hay muchos servicios que hacen de una estación un espacio cómoda, práctico, acogedor. Por ejemplo, pantallas que indican la hora y el lugar de salida, o la entrada del bus en que viaja la persona a la que se espera. También permiten comprobar si hay o no demoras. Las consignas son otro gran invento, sobre todo para los turistas, que evitan pasear por la ciudad con la mochila o la maleta. También eso ha brillado por su ausencia.