Iraia OIARZABAL
TRAS EL ANUNCIO DE CIERRE DE ARCELOR MITTAL

UNA HISTÓRICA DEL ACERO, EN LUCHA POR SALVAR SU FUTURO

El anuncio oficial llegó el martes aunque la crisis acechaba hace tiempo: Arcelor Mittal pretende cerrar, en principio de manera parcial, la planta de Zumarraga. Una empresa emblemática a cuyo desmantelamiento asisten con desazón trabajadores y vecinos.

La entrada al municipio de Zumarraga, más concretamente la que procede de las carreteras de Legazpia o Deskarga, suele llamar la atención de muchos forasteros. Con un marcado carácter industrial, los primeros kilómetros están ocupados por una vasta fábrica con grandes chimeneas y montones de acero y chatarra almacenados. Se trata de Arcelor Mittal, aunque todavía hoy son muchos los vecinos que se refieren a ella como Orbegozo por su denominación original –Esteban Orbegozo– cuando fue fundada en 1930.

Desde entonces han pasado por allí centenares de trabajadores y también han sido varias las crisis vividas. La última y la que muchos creen definitiva saltó a la palestra el pasado martes con el anuncio de la multinacional de que pretende cerrar parcialmente sus instalaciones en Zumarraga. La noticia ha sacudido el pueblo y expandido el pesimismo, pues son muchos los que creen que la amenaza de cierre total es más real que nunca. En días convulsos de negociaciones y movilización, nos reunimos con Aitor Sasieta y Asier Sudupe, trabajadores de la siderúrgica en los últimos 17 años, y con Jesus Gorrotxategi, jubilado y gran conocedor de la historia de una empresa en la que trabajó durante 43 años. Con ellos repasamos lo que fue Orbegozo y lo que es hoy Arcelor Mittal Zumarraga. Lo que relatan ayuda a comprender lo que supondría el desmantelamiento, por sus implicaciones económicas y humanas, para un pueblo que ha crecido en gran parte en base a esta factoría.

La pérdida de raíces

La población de más edad guarda en la memoria el cambio que supuso la apertura de Orbegozo en Zumarraga, perfilando la condición industrial del municipio. Al principio la producción era amplia: tubos, accesorios, cocinas... En sus mejores años, Orbegozo llegó a tener unas 3.000 personas en plantilla, muchos de ellos trabajadores que habían emigrado de otros territorios del Estado español. Este flujo de inmigración llevó a que se construyeran barrios enteros para los trabajadores, uno de ellos todavía lleva el nombre de Esteban Orbegozo.

La huelga de 1969 se recuerda como el acontecimiento más significativo de esta primera época. Fueron dos meses de huelga para demandar medidas de seguridad en la empresa que generó un gran movimiento de solidaridad para con los trabajadores. Algunos de ellos mantuvieron un encierro en la iglesia de la Asunción, adonde los vecinos les hacían llegar comida. La mayoría de quienes participaron en la protesta fueron despedidos y la plantilla quedó en unos 1.400. Fue la primera gran reducción.

Más adelante, a partir de 1972, se fue repartiendo la producción en distintas plantas (Agurain, Lezo...). Unos años más tarde, en el 80 aproximadamente, coincidieron la reconversión y la suspensión de pagos en la que se vio inmersa la empresa. A partir de ahí la empresa entró en recesión, se cerraron plantas como la de Lezo y el número de trabajadores comenzó a descender. Una bajada que ha sido continuada hasta los actuales 325 empleados, aunque siempre se mantuvo a flote.

Con la entrada de nuevos inversores, lo que era propiedad de los hermanos Orbegozo fue repartiéndose con otros patrones. Los primeros fueron Celsa y Marcial Ucín. Este último se hizo con el 50% de la gerencia. Estos cambios hicieron a Orbegozo cada vez más dependiente de grupos más grandes: primero Aceralia y después Arcelor, cuya unión con la gigante Mittal ha dado lugar a Arcelor Mittal, principal firma siderúrgica del mundo con presencia en 60 estados.

Todo ello ha generado la pérdida del arraigo que la fábrica tenía inicialmente con el territorio. Los tres trabajadores sostienen que la multinacional se comporta como un jugador que mueve sus fichas indistintamente con el único objetivo de ganar puntos o, en el peor de los casos, de recuperar los puntos perdidos en otros extremos del tablero. «Al final estamos en manos de una multinacional que no ve ni le importa lo que hay en Zumarraga. Solo ve números y si las cuentas no dan, fuera», sostiene Sudupe.

Un barco a la deriva

En busca de las causas que han provocado la situación actual, miran a la llegada de la dirección de la planta de Bergara a Zumarraga en el año 2009, cuando comenzaron a percibir lagunas en la gestión. «Desde entonces la caída ha sido permanente», relata Sasieta. En concreto, hacen referencia a la falta de inversión en el mantenimiento de las instalaciones. «Para que la empresa tenga un mínimo de fiabilidad son necesarias inversiones, por lo menos para mantener las instalaciones existentes. Se nos prometió que se haría, pero no ha habido nada», añade Sudupe.

Ya en 2014 asomaban en el ambiente señales de que las cosas no iban bien. Entonces, los trabajadores se redujeron el sueldo e implantaron medidas de flexibilidad en los turnos para que la empresa a cambio suspendiera su plan de cerrar temporalmente. No obstante, aseguran que el problema no era la plantilla: «Zumarraga no ha tenido nunca un plan industrial y eso ha sido un gran fallo. No había un rumbo que marcase hacia donde se quería llevar esta empresa, sino que se ha producido en base a las necesidades del momento», señala Gorrotxategi.

Otra de las cuestiones que a su juicio han llevado a la pérdida de competitividad es la falta de inversión en investigación. «Sabemos que en China la producción está a tope en todas las modalidades. Que no nos mientan diciendo que gran parte del problema es la competencia que viene de China porque una gran parte de esa producción es de la propia Arcelor Mittal», advierte, a lo que Sudupe agrega: «ahora hablan de trasladarnos a Gijón, donde si parece que tienen intención de hacer inversiones. Aquí no se ve apuesta ninguna». Inciden en este aspecto, puesto que si bien confían en que es posible seguir adelante con la planta de Zumarraga apostillan que ello pasará por desarrollar un estricto plan de viabilidad. «Con parches solo vamos a conseguir pan para hoy y hambre para mañana», apunta Sudupe.

Ante las declaraciones de representantes del Gobierno de Lakua sobre posibles deficiencias en la gestión de esta planta de guipuzcoana y las palabras de Josu Erkoreka afirmando que el cierre de esta factoría podría «oxigenar» a la ACB de Sestao, no esconden su enfado. «Yo creo que todo esto les ha pillado un poco fuera de juego, a pesar de que ha quedado demostrado que Urkullu tenía conocimiento de lo que iba a pasar. Al fin y al cabo, cuando han estado recientemente en Bruselas por el tema de la competencia china han ido de la mano de la empresa», denuncia Gorrotxategi.

Un futuro en jaque

Toda esta situación la viven entre la preocupación por su futuro y la incertidumbre por la falta de información por parte de la empresa. «El martes nos convocó a una reunión sobre la situación de la empresa y allí nos dijo que esto no era sostenible y estaban pensando en un cierre parcial y recolocaciones. A partir de ahí no hemos sabido nada más», lamenta Sudupe. No ocultan su disgusto, aunque tampoco ocultan que no les ha pillado del todo por sorpresa. «No nos esperamos una decisión tan tajante, aunque la gente quizá sí veía que las cosas no iban bien. Había rumores pero creíamos que se trataba de presionar a los trabajadores. Y no, han venido con el golpe», explica Sudupe.

La plantilla actual, tras las prejubilaciones de hace unos años en otro intento por ajustar las cuentas, está conformada principalmente por trabajadores de entre 35 y 50 años. «Con esa edad no te quieren en ninguna parte. A mucha gente le va a tocar pasarlo muy mal, vayan a Asturias o se queden aquí. Algunos están metidos hasta el cuello en hipotecas... el panorama es muy feo», augura Sasieta. Tienen ejemplos cercanos en los que fijarse para hacerse una idea de la situación que se les puede venir encima. Tras el cierre de la planta de Villaverde en Madrid en 2012, algunos de sus trabajadores se trasladaron a las fábricas de Gipuzkoa. A Zumarraga llegaron unos 70. «En muchos casos dejaron allí una casa y la familia para venir aquí, trabajar toda la semana y, si tienen ocasión y el calendario se lo permite, viajar el fin de semana a Madrid para visitar los suyos. Tiene que ser muy duro», reflexiona Sudupe.

Según describe, «es un golpe muy duro, y más cuando llevas la mitad de tu vida en esa empresa. Los compañeros de trabajo son como otra familia y con esto al final se rompe otra familia: la de casa y la de la fábrica». «No somo solamente nosotros. Ahí tienes a los transportistas, otras 80 familias. Es mucha gente», añade Sasieta. Una cadena que empieza con los empleos directos de Arcelor Mittal y que tiene otros muchos eslabones.