Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
HIROKAZU KORE-EDA
DIRECTOR DE CINE

«No me gusta exacerbar las emociones ni apostar por el sentimentalismo»

Viejo conocido del Festival de Donostia, donde ha concursado con cuatro de sus películas, en la última edición se hizo con el galardón del público gracias a «Nuestra hermana pequeña», emotivo melodrama familiar que mañana llega a las salas tras su reciente triunfo en los premios de la Academia del Cine Japonés, en los que fue proclamada mejor película del año.

Atendiendo a algo tan concreto como el medio cinematográfico y a la consideración que diversos directores, con proyección y fama internacional, tienen en sus respectivos países de origen, resulta curioso comprobar cómo un dicho tan arraigado entre nosotros como aquel que afirma que «nadie es profeta en su tierra», traspasa fronteras para erigirse en una suerte de verdad universal. De otro modo no se explica que un cineasta como Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962) haya tenido que esperar casi veinte años para ser reconocido como Mejor Director por parte de la Academia de Cine Japonesa y para que una de sus películas haya conseguido, al fin, el galardón al mejor film del año. Todo gracias a un título indiscutible como “Nuestra hermana pequeña” que ha despertado emociones y aplausos allí donde ha sido exhibido (como lo prueba el Premio del Público que recibió en el último Zinemaldia, segundo que obtiene tras el logrado con su anterior film, “De tal padre, tal hijo”).

«Me gusta ejercer de cineasta independiente en el sentido de tener pleno dominio sobre aquello que ruedo. Para mí es muy importante seguir manteniendo esa libertad creativa pero, al mismo tiempo, y sin que eso implique ningún tipo de concesión ni me haga traicionarme a mí mismo, busco articular propuestas que sean interesantes para un público amplio porque mi objetivo último es compartir mis historias con el mayor número posible de espectadores», comenta el director a la hora de intentar definir el (incierto) lugar que ocupa su figura en la industria del cine japonés.

En “Nuestra hermana pequeña” Kore-eda adapta “Umimachy Diary”, un prestigioso manga que valió a su autora, Akimi Yoshida, el galardón a la mejor novela gráfica de 2013. La historia es la de un trío de hermanas de perfiles muy distintos que tras conocer la muerte de su padre (a quien llevaban quince años sin ver tras haber sido abandonadas por este para irse a vivir con otra mujer a una ciudad distante) deciden, aun sin mucha emoción, asistir a sus exequias. En el funeral conocerán a su hermanastra, de trece años, una joven retraída a quien acabarán por acoger en la familia como a una más, lo que las servirá para, en cierto modo, reconciliarse con la figura de su progenitor. A pesar de mostrarse, según sus propias palabras, «muy respetuoso con la novela gráfica de Yoshida que me sirvió de punto de partida para desarrollar el guion», Hirokazu Kore-eda admite haber impuesto su personal mirada sobre las relaciones que se dan entre estos personajes «a los que me aproximé no como si fuera un hermano, sino desde una perspectiva algo paternal, sentía que debía de cuidarles y guiarles», comenta con una sonrisa.

Sin embargo, el director japonés se muestra más reacio a hablar sobre cuánto de su propia experiencia personal puede haber en una narración que, en última instancia, resulta una aproximación al mundo de los afectos y a la gestión del propio legado que se da en la institución familiar: «Esta historia no es la mía puesto que yo solo tengo dos hermanas y, aunque parezca algo irrelevante, creo que los vínculos que se dan entre mujeres dentro de una misma familia son muy distintos a los que pueden darse, pongamos por caso, entre un hermano y una hermana. Lo que sí hice fue investigar, hablar con cuatro núcleos familiares donde convivían tres hermanas. Ellas me fueron aportando información sobre las relaciones que habían mantenido a lo largo de los años, sobre el rol que cada una ocupaba en el seno de sus respectivas familias».

Poseedor de una filmografía heterogénea donde cabe hallar una amplia variedad de registros y enfoques, Hirokazu  Kore-eda parece sentirse, sin embargo, cómodo en el “melodrama familiar” un tipo de narración que domina como nadie, aunque de entrada, el director recele de ello, poco amigo, como es, de las etiquetas: «¿Especialista en temáticas familiares? Mmm veamos –se pregunta en voz alta mientras acomete un repaso apresurado de sus películas– “Nadie sabe”, “Still Walking”, “Kiseki”, “De tal padre, tal hijo” y ahora “Nuestra hermana”… Pues sí, sí que va a resultar que la familia es el gran eje sobre el que giran más de la mitad de las películas que he rodado, pero te juro que no es algo premeditado, ni siquiera soy muy consciente de ello. La verdad es que es un tipo de narraciones en las que me siento muy cómodo aunque todavía me falta un trecho largo para alcanzar a Ozu», admite entre risas.

Comparaciones

La referencia a Yasujiro Ozu no es baladí pues es un autor con el que, a menudo, la crítica internacional tiende a comparar a Kore-Eda algo que a él nunca le ha hecho demasiada gracia pues asume que su manera de rodar y su concepción del espacio fílmico se encuentran en las antípodas de las que manejaba Ozu. Sin embargo, no se priva de citar al autor de “Cuentos de Tokio” cuando se le cuestiona sobre esa querencia que le hace volver una y otra vez a la familia como centro de inspiración para sus narraciones: «Ozu decía que si vas a una tienda de tofu, el señor que te atiende lo que te va a ofrecer es tofu. Supongo que a mí me pasa como a él, bueno como a él no porque yo también sé hacer tortillas…, aunque bien pensado igual la tortilla es un plato demasiado sofisticado para mí, dejémoslo en que sé hacer tofu pero también tempura».

Ya más en serio, el cineasta admite que hace diez años atravesó por un punto de inflexión vital que muy bien pudo condicionarle a la hora de dirigir su mirada hacia este tipo de narraciones: «La muerte de mis padres fue casi simultánea al nacimiento de mi primer hijo. De la noche a la mañana dejé de ser hijo para convertirme en padre, asumí otro tipo de responsabilidades y supongo que eso me hizo cambiar de perspectiva. Quizá por ello sea tan importante para mí hablar del legado, porque eso implica, en cierto modo, mantener viva la memoria de quienes nos precedieron y explicar su influencia sobre nosotros, del mismo modo que nosotros influiremos en nuestros descendientes. Hay muchas cosas que podemos aprender de las pérdidas, cosas que están más allá de aquello que establece el dictado de la sangre».

Porque, en el fondo, “Nuestra hermana pequeña” no es sino la historia de un encuentro que surge de una pérdida, un encuentro que obligará a sus protagonistas a reorientar sus propias existencias. El caudal de sentimientos  que atesora la historia es abordado por el cineasta sin grandes aspavientos, rehuyendo en todo momento el cliché melodramático: «No me gusta exacerbar las emociones ni apostar por el sentimentalismo. Si fuese partidario de ello, en ‘Nadie sabe’, por ejemplo, habría optado por hacer explícito el sufrimiento de los niños protagonistas mostrando su congoja, su llanto, pero es algo que me incomoda. Quizá por eso mismo, hasta esta última película, haya rehuido el trabajar sobre perfiles femeninos, porque las mujeres, en los códigos de representación del melodrama, siempre atesoran un componente emocional más acusado. Pero ‘Nuestra hermana pequeña’ no es una historia de amor en un sentido estricto, así que pude sortear, sin mayores dificultades, ese tipo de trampas que plantea el género melodramático».

No obstante, Kore-Eda reconoce que durante el rodaje de “Nuestra hermana pequeña”, siempre estuvo acompañado por el recuerdo de su madre, algo que le hace evocar su propia infancia como punto de inspiración permanente, e involuntario, para su obra cinematográfica: «Supongo que resulta inevitable apelar a la propia memoria a la hora de construir este tipo de relatos y lo cierto es que durante mi infancia fui un espectador compulsivo de televisión más que de cine. En el Japón de los años 60 y 70, las cadenas programaban muchas series que retrataban los conflictos que se daban en el seno de la unidad familiar, eran series pensadas para un público amplio, heterogéneo, y de hecho yo solía verlas junto a mi madre, con quien después discutía la evolución de la historia, de los personajes. Ese tipo de recuerdos, de un modo u otro, creo que están presentes en casi todas mis películas».