Joseba Vivanco
Athletic

Valverde, a lo cuerdo también se vive mejor

El técnico rojiblanco pone fin a una exitosa temporada en la que los reconocimientos públicos a su trabajo no tienen reflejo en un entorno rojiblanco que pasó de beber los vientos por Bielsa a asimilar con excesiva normalidad los logros de un Valverde de perfil mediático más bajo.

La piel es de quien la eriza», rezaba una pintada anónima en un muro. Ernesto Valverde ha sido nombrado mejor entrenador de la Liga a juicio de la UEFA, el presidente rojiblanco Josu Urrutia acaba de revelar que importantes clubes le han pretendido en los últimos tiempos y la próxima temporada, la cuarta consecutiva en el club bilbaino, se convertirá en el técnico con más partidos del banquillo de los leones en más de un siglo de vida del club. Y aun así, no consigue erizar la piel de la afición. No le dedicarán una canción, no le vitorean, no levanta pasiones. No agita los brazos jaleando a la grada, no destila testiculina desde su micrófono, no tiene aura y tampoco le darán su nombre a una peña. Seguro que ni siquiera es el más reclamado para un selfie entre tanto Aduriz, Williams, Muniain y ‘SanjoBuruz’. Pero Ernesto a lo suyo, como una hormiguita, haciendo historia. Es así. Va con su personalidad. Con su sonrisa irónica.

Valverde acude desde hace un tiempo a clases de guitarra. Otra afición más. De él sabíamos que es un enamorado de la fotografía. El mismo Pep Guardiola, cuando supo que el de Viandar de la Vera regresaba de su exitoso periplo griego, respondió que ante todo se recuperaba «un gran fotógrafo». Le gusta la lectura –dice que su libro de cabecera es ‘‘Mi último suspiro’’, la autobiografía de Luis Buñuel–, cultivarse, explorar horizontes.

En la primavera de 1987, en las filas del Espanyol, Antonio Baró, presidente del club, se topó en un pasillo con un Valverde con gafas y libros bajo el brazo: «¿En qué diario trabaja usted?», le interrogó. Valverde contestó: «En ninguno. Soy futbolista y acabo de fichar por el Espanyol». Su apodo allí era ‘Mortaledo’, por sus anteojos, afortunadamente suplantado después por el más amable de ‘Txingurri’ que acuñó Javier Clemente.

Aficiones, éstas y otras, que alterna con ser padre de familia numerosa, necesitado de más mano izquierda que para manejar un vestuario de veintitantos jugadores. Valverde está en una continua búsqueda. En un continuo aprendizaje.

En su localidad natal, allá en Extremadura, fotos de su trayectoria cuelgan en el bar La Plaza. Y él corresponde a ese cariño con puntuales visitas a sus orígenes. Su itinerario futbolística le llevó del Sestao al Alavés, de ahí al Espanyol, cruzó al Barça, al Athletic, Mallorca, ha estado en Atenas, en Villarreal, Valencia... «Al final tienes la sensación permanente de estar de paso. Y para el aficionado somos unos mercenarios y ellos unos sufridores. Y no se tiene en cuenta que igual estás en un sitio y al día siguiente piden tu cabeza. Sí tengo la sensación de estar de paso. Y encima, el que te está diciendo que eres el mejor porque has llegado a una final, ese mismo, al día siguiente, te dice que te vayas porque eres un paquete», sostenía en algún punto de ese trayecto. Quizá de ahí sus reservas, su asumida exposición a la crítica al menor contratiempo, sabedor de que como diría Dante Panzieri, «la opinión pública no es opinión. Es sentimiento. O costumbre». Contratos de corta duración. Partido a partido. Es de los que saben que el desierto es una suma de granos de arena.

En un par de meses arrancará su cuarta temporada en el club al que quiere y que le quiere. Con él, el Athletic suma tres cursos consecutivos entrando en competiciones europeas, números de récord, proyecto consolidado, estilo de juego definido, un título tres décadas después... un futuro esperanzador.

Un técnico dialogante, directo, empatizador, con buena mano, cercano, el ideal para poner cordura al torrente rosarino que le desbrozó el camino. El entrenador ideal en el lugar adecuado y en el momento oportuno. El que sigue teniendo ese «plus de energía, frescura y motivación», aquello que le abandonó cuando se despidió en su primera etapa en Bilbo. El hombre tranquilo. Cara «curial», le describía un directivo en sus tiempos del Barça. Nadie en la grada se acordó de su nombre al despedir la temporada en la emotiva noche ante el Sevilla. «A fuerza de frotarnos la piel, nos olvidamos de pulirla», dijo una vez alguien. Estamos a tiempo.