Ainara Lertxundi
PROCESO DE DIÁLOGO ENTRE LAS FARC-EP Y EL GOBIERNO COLOMBIANO

De la desaparición al hallazgo y entrega del cuerpo

En octubre, el Gobierno de Colombia y las FARC acordaron «ubicar, identificar y entregar de forma digna los restos de personas desaparecidas» en el contexto del conflicto. El 17 de diciembre y el 15 de abril se realizaron las primeras entregas en virtud de este acuerdo.

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El 17 de octubre de 2015, las FARC-EP y el Gobierno colombiano anunciaron una serie de medidas de carácter humanitario para «la búsqueda, ubicación, identificación y entrega digna de restos de personas dadas por desaparecidas en el contexto del conflicto armado», para lo cual tanto el Gobierno como las FARC se comprometieron a facilitar al Comité Internacional de la Cruz Roja la información de la que dispongan. En virtud de este acuerdo de «construcción de confianza», el Ejecutivo acelerará la identificación y entrega de «restos de víctimas y de quienes hayan muerto en desarrollo de operaciones de la Fuerza Pública inhumados como N.N. en cementerios ubicados en las zonas más afectadas por el conflicto». Y las FARC darán información para la localización de desaparecidos de cuya «ubicación tengan conocimiento». Desde entonces se han exhumado un centenar de cuerpos y 44 familias han podido recibir los restos de sus seres queridos en dos entregas colectivas realizadas el 17 de diciembre en Restrepo, en el departamento del Meta, y el pasado 15 de abril en los Llanos Orientales.

«Estamos en la recta final del proceso de paz. El reto es que no haya ni un solo muerto ni desaparecido más. Las víctimas de desaparición forzada ocupan un lugar especial, incluso en el derecho humanitario internacional. Es la primera obligación que se tiene al finalizar un conflicto, por eso la desaparición forzada ocupa todo un capítulo del Acuerdo de Víctimas y acordamos construir junto con las víctimas una Unidad Especial de Búsqueda, pero ello nos llevará un tiempo y necesitábamos medidas inmediatas de construcción de confianza. La desaparición forzada y el conflicto han afectado a todas las familias colombianas», manifestó desde La Habana el Alto Comisionado para la Paz y negociador plenipotenciario, Sergio Jaramillo, en un mensaje enviado con ocasión de la entrega, el pasado mes de abril, a 15 familias de los cuerpos exhumados en cementerios de los Llanos Orientales.

Enfoque diferencial para las entregas

El 3 de mayo la Unidad para las Víctimas, la Fiscalía y el Ministerio de Salud presentaron tres cartillas con orientaciones para la atención a los familiares de desaparecidos en el momento de la entrega de los cuerpos. Una de ellas recoge orientaciones para las poblaciones étnicas, otra para niños, niñas y adolescentes y una tercera hace énfasis en personas con discapacidad y mujeres.

Lina Rondón Daza, responsable del programa sicosocial de la Unidad de Víctimas, creada en 2012, explica en entrevista con GARA la razón de este enfoque diferencial.

«Los grupos étnicos tienen una forma de relacionarse con la muerte diferente a la que tenemos los occidentales. Cuando el encuentro con la muerte se produce después de una desaparición forzada, esta asistencia sicosocial requiere consensuar las formas de afrontamiento del dolor de la muerte. Ellos nos dicen cómo debe realizarse una entrega digna de acuerdo a sus costumbres, qué significa para ellos la desaparición. En la cosmovisión de algunos grupos étnicos está que si no entierran dignamente a sus muertos, estos no pueden transitar por el camino de los espíritus de los indios muertos, lo que representa una amenaza para todo el pueblo, no sólo para la familia», detalla.

Respecto al tratamiento de los menores, afirma que la mayoría «han crecido con el vacío del desaparecido. Igual no han estado expuestos directamente a la desaparición, pero sí a las historias de dolor que generado. Les han contado mitos e historias, han visto a sus padres desestructurados o han interiorizado ese vacío como si de un abandono se tratara. No entienden por qué su madre siempre ha estado ausente por otro hijo mayor y creen que los ha abandonado; o les han dicho que la persona desaparecida está de viaje y va a volver y en base a ello han tejido un montón de historias que, casi siempre, no son respaldadas porque pasa el tiempo y ese padre, hermano... nunca acaba de llegar a casa en Navidades. Los niños están expuestos a esos secretos y son herederos del dolor que implica la desaparición. Y con la entrega logran juntar la historia que les ha sido contada a medias», resalta. Incide en «la dificultad de plantear a los niños elementos para comprender la barbarie que representa este crimen. Los adultos no saben cómo narrarles qué es estar desaparecido, porque para ellos mismos el sufrimiento de los niños es incontenible. Prefieren no contarles nada porque, luego, no encuentras herramientas para gestionar todo ese dolor» .

Intervención sicosocial

Como sicóloga de la Unidad para las Víctimas, constata a diario la incomprensión que rodea a la desaparición forzada. «Nadie entiende el sufrimiento que provoca porque, claramente, es muy diferente al que genera la muerte. El tiempo pasa y las familias van cambiando, pero para las víctimas de la desaparición forzada la vida permanece detenida en la espera y en la búsqueda y sienten que a nadie les duele ya esa desaparición»

Admite que en Colombia no se ha abordado lo suficiente este fenómeno porque es «algo impensable. No hay pensamientos suficientes para entender un crimen como este. La mente no puede tolerar una incertidumbre semejante, de ahí que la gente construya historias paralelas que les resultan esperanzadoras y asimilables para su siquismo. No lo hacen por vergüenza ni por una cuestión de tabú. La desaparición excede la capacidad de pensamiento y asimilación de los seres humanos».

El momento de la entrega

El objetivo de la atención sicosocial que brinda la Unidad para las Víctimas en estas situaciones «es brindar alternativas para que la persona pueda encontrar otras formas de actuar frente al dolor, que siempre va a existir. No se trata de acabar con el dolor, sino de poder vivir con él. En los nueve encuentros grupales que hacemos se generan conversaciones que permiten a las víctimas regular sus espacios de dolor, seguir manteniendo los vínculos familiares que se han perdido en la búsqueda –por ejemplo, que las mamás que buscan a sus hijos puedan seguir siendo las mamás de sus otros hijos porque, de alguna manera, el sufrimiento de la desaparición hace que ellas también hayan desaparecido–», explica Rondón Daza. «Al cabo de un mes, hacemos un encuentro de seguimiento, al que la persona asiste con un familiar porque para nosotros es muy importante cómo cuenta la recuperación ese familiar», añade.

Otro momento fundamental para las víctimas es el de la entrega de los restos. «La acompañamos para que la entrega se pueda convertir en un acto de cierre de esa historia de sufrimiento. Esta debe realizarse respetando la dignidad de la persona desaparecida, por eso privilegiamos la historia de vida de ese cuerpo frente a la historia de muerte. No se restituye un cuerpo sino la vida de un ser humano; para una madre, por ejemplo, su hijo no es solo ese cadáver envuelto en una sábana, sino todo lo que vivió junto a él, desde su nacimiento, crianza...».

El dolor que no cesa

Cabe destacar que las búsquedas, exhumaciones, entregas y la atención sicosocial tienen aún como telón de fondo el conflicto armado, «algo muy difícil y arriesgado», en palabras de Rondón Daza. «En algunos territorios debemos entrar y salir rápido. A otros no podemos ir y también estamos expuestos a una gran exposición emocional. Si estuviéramos haciendo esta intervención sicosocial en Argentina, la gente podría asimilar el pasado, pero aquí, en Colombia, como la guerra sigue, cada cosa relacionada con el conflicto se convierte en una alternativa de lo que pudo pasarle al desaparecido. Una familia ve en las noticias que hubo un bombardeo y entonces empieza a preguntarse si su hijo estará en esa zona, si habrá sido víctima del bombardeo, si habrá quedado mutilado… Los familiares no solo se enfrentan al dolor de la ausencia sino también al de imaginar la barbarie, porque en un país en guerra, la barbarie es más imaginable y llena más el vacío», subraya.

Preguntada sobre las huellas que deja el contacto diario con la cara más dura del conflicto, destaca que «lo que más me conmueve y me hace llorar es ver la capacidad de supervivencia de las personas. A estas alturas, ya no lloro ante la crueldad de los crímenes; es como si mi mismo cuerpo se inclinara frente a esa capacidad de mirar hacia adelante. Es realmente conmovedor ver los mayores brotes de humanidad en medio del horror. Lo que me agota es ver que esto no se acaba. Sin embargo, yo trabajo en esto porque estoy convencida de que algún día se va a acabar; de otro modo creo que sería insoportable. No podemos estancarnos en el dolor de la guerra ni en una mera sicología de guerra», concluye Rondón Daza.