Ion Andoni del Amo
Doctor en Comunicación Social y concejal de EH Bildu en Durango
GAURKOA

Triple cambio

The Times They Are a Changin», cantaba hace tiempo Bob Dylan, y él mismo cambió. Nola aldatzen diren gauzak, kamarada; hacían lo propio por aquí los Hertzainak. Y en los últimos años también están cambiando muchas cosas. La crisis económica, ecológica y política de los últimos años, y las medidas de austeridad, están suponiendo un reforzamiento del poder de clase. Pero también el surgimiento de una suerte de rebelión más o menos silenciosa en Europa (y también en Estados Unidos), expresada en un nuevo ciclo de protestas (Syntagma, 15M, Occupy, Nuit Debout…). Y una crisis de hegemonía política de los partidos tradicionales, materializada en la emergencia de partidos de izquierda populista, en unos casos, o de ultraderecha en otros. El auge de algunos procesos soberanistas, como Catalunya y, más claramente, Escocia no es tampoco ajeno a estos procesos.

El nuevo ciclo de protesta ha supuesto varias e importantes novedades y la construcción de nuevos imaginarios y sensibilidades sociales. En primer lugar, enmarca dicotómicamente la lectura sobre la crisis y sus causas: «No somos mercancías en manos de políticos y banqueros», «We are the 99%», «El pueblo frente a la casta»… Estos nuevos imaginarios han posibilitado revertir, en el campo político y social, la fragmentación operada por el capitalismo tardío en el mundo del trabajo, y la de su lógica cultural postmoderna. Así, han facilitado la rápida construcción de movimientos políticos de izquierda populista que disputan la hegemonía y el sentido común dominantes. A diferencia de las fórmulas de acumulación anteriores, basadas en la politización y concatenación de sujetos e identidades estructuralmente oprimidas (negros, mujeres, euskaldunak, jóvenes, trabajadores, LGTB…), priman en estas nuevas construcciones los planteamientos universalistas, capaces de articular, más allá de las identidades politizadas, también a la «gente normal».

Y es que puede registrarse también la consolidación de una nueva sensibilidad que antepone los elementos indiferenciadores sobre los diferenciadores o más identitarios, especialmente entre los más jóvenes y urbanos. Ello, además de facilitar la rápida articulación de nuevos sujetos políticos, introduce también una cierta desconfianza hacia las identidades y fidelidades políticas muy marcadas, sospechosas de endogamia, oscurantismo y seguidismo acrítico. Y un deseo de participación, o al menos de que no nos tomen el pelo. Pero se trata de definiciones populistas, no ciudananistas; la construcción común lo es también como sujeto antagonista en disputa: frente a la casta, el 1%, los tories de Londres, la UE….

En Euskal Herria todo ello ha problematizado algunos de los ejes de conflicto dominantes. Así, mientras se acentuaba el antagonismo social, aquí estábamos en contrafase, enmarcados en el discurso conciliador de la solución al conflicto. El eje de confrontación «Euskal Herria vs Estado» también ha dejado de ser significativo para condensar los antagonismo sociales. Por un lado, toda una serie de preocupaciones sociales (el paro, la precarización, los recortes, la corrupción, los deportados económicos…) no consiguen ser enmarcados en un planteamiento de confrontación nacional: no se siente que nos joden en todo eso por ser vascas, sino por ser gente «normal», es más, incluso está extendido que por ser vascas los efectos se atenúan un poco gracias al paraguas del autogobierno. En ese sentido, más que el antagonismo abstracto del Estado, lo son los concretos de Rajoy y Merkel. Por otra parte, el imaginario del Estado como algo uniforme también se resquebraja ante el empuje de los movimientos sociales y políticos que cuestionan –aún con idas y venidas– el bipartidismo y el consenso dominante desde el 78, produciendo una crisis de hegemonía del régimen.

En este nuevo contexto, movimientos como la acampada de Zutik Gipuzkoa están desarrollando brillantemente estos imaginarios de forma propia. Sin embargo, el soberanismo de izquierdas parece afrontar cierta crisis de identidad. La necesidad de renovar discursos y formas se entremezcla con las inercias consensuales de la solución al conflicto. La emergencia de movimientos por el cambio en el Estado, por otro lado, se llega a ver con temor de que eso haga menos atractivo el proyecto independentista. Algunas reacciones preconizan una suerte de negacionismo, que en determinados casos casi recuerdan a un esencialismo ahistórico: el cambio en el Estado es imposible. Aún conscientes de sus dificultades, no parece buena estrategia responder al ilusionante «Sí se puede» de los movimientos políticos en el Estado (y en otros lugares) con un lacónico y desmovilizador «No se puede», por fundamentado que pueda estar.

En otras ocasiones, se trata de forzar una copia errónea del proceso escocés o catalán, leyéndolo exclusivamente en términos de proceso nacional clásico, cuando el impulso de ambos se explica también por su componente social. Son, en tal sentido, parte de los movimientos de protesta antiausteridad, a los que preceden.

Así, algunos planteamientos hablan de que quizás haya que repetir pedagógicamente el viaje a Madrid para recibir otro «No», y que así la ciudadanía vasca se convenza de la necesidad de un proceso unilateral. Probablemente. Pero quizás estemos mirando ese viaje con las gafas de Ibarretxe, y ello nos lleva a interpelar (y esperar) constantemente al PNV. Puede que no veamos los nuevos ejes de conflicto del momento y sus imaginarios: el viaje a Madrid ahora puede tener la forma del proceso de cambio en el Estado.

La izquierda soberanista ha de sumarse al intento de cambio social y político en el Estado, a tumbar el régimen, al intento de asalto del Estado. Sin peros, ni limitándose al espectador que dice no se puede. Con brío, vitamina e ilusión, incluso aunque veamos muy remotas las posibilidades de éxito, hay que intentarlo. Ese es el viaje a Madrid de esta coyuntura histórica, en el cual la izquierda soberanista tiene poco que perder. En el remoto caso de que triunfase, estaríamos ante un Estado un poco más social y democrático para profundizar el cambio autocentrado aquí. Si fracasa, podemos traer de vuelta a Euskal Herria toda esa ilusión, proclamar un aquí sí se puede, con la legitimidad y credibilidad suficientes para articular un sujeto político amplio, en los términos de rebelión social, popular y democrática del momento.

Por su propia historia, la izquierda soberanista está en condiciones de impulsar ese doble cambio, aquí y más allá, en el Estado y en Europa. Ha de hacerlo con determinación y atrevimiento, sin complejos. Y añadiendo una tercera dimensión al cambio, la que hace referencia a la articulación interna y a las nuevas exigencias de participación y democratización.

La creación de Bildu anticipó el impulso e ilusión de los nuevos partidos o liderazgos que luego han surgido en Europa. Sin embargo, llevados por la lógica del conflicto, primó en exceso el deseo de homologación institucional, e incluso ciertas decisiones pudieron interpretarse como autoritarias; que los que han venido después lo sean mucho más y a favor de las élites, no puede ser un consuelo de tontos. El funcionamiento de EH Bildu, en la mera lógica de acumulación de fuerzas, ha devenido en un monstruo burocrático en manos de los aparatos de los partidos, cada uno además con sus propias corrientes internas, y que responden a lógicas de otros tiempos. La apuesta por EH Bildu debe desbordarlos. Se están dando pasos en esa dirección, pero ha llegado el momento de dar un salto, poner en marcha un proceso constituyente, y convertir a EH Bildu, en el marco principal de los debates políticos y de participación popular de la izquierda soberanista. Que incluso deberá luego desbordar a la propia organización para articular un sujeto popular de triple cambio.