Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La correspondencia»

Acelerones astrofísicos

Nadie le puede negar a Giuseppe Tornatore el arranque de valentía que ha demostrado en su empeño por sacar adelante un producto que parecía predestinado al naufragio y que bordea en cada uno de sus tramos el ridículo más espantoso.

Eludir estos escollos no es tarea fácil si se tiene entre las manos un producto que, quizás en manos más maquiavélicas, hubiese dado de sí una obra diametralmente opuesta y lindante con la sátira más despiadada o el humor grotesco. Incluso Tornatore podría haberse inspirado en los maestros del giallo a la hora de recrear un filme de terror furibundo, tremendo y enloquecidamente guiñolesco. Por contra, el autor de películas como “Cinema Paradiso” se ha escudado en una vertiente intelectualoide que, sobre todo en los tramos relacionados con las cartas –un reguero de párrafos salpicados de existencialismo– lo único que consigue es poner a prueba la paciencia de un espectador que asiste entre confuso y curioso al devenir de una película tan errante como el holandés que se embarcó para no regresar jamás a tierra firme.

La excusa argumental viene dada por una universitaria que pretende aplacar sus remordimientos ejerciendo como doble de escenas de riesgo en películas. El motivo de esta conducta viene dada por la culpa que siente tras el fatídico accidente en el que falleció su amante, un otoñal profesor de astrofísica.

Olga Kurylenko y Jeremy Irons son los encargados de dotar de emociones a estos personajes que recorren el argumento dejando a su paso un reguero de mails, mensajes y todo tipo de testimonios elaborados a través de las nuevas tecnologías que dictan el singular tránsito del tiempo y lo efimero, o inmortal, que puede resultar el amor una vez se encuentra pasado de rosca.