Mikel INSAUSTI
MILES AHEAD

Acción musical en clave de «blaxploitation»

Cómo hablar sobre un músico que odiaba la palabra “jazz”, prefiriendo utilizar el concepto de “música social”? Aproximarse a una figura tan compleja como la del genial trompetista Miles Davis tiene mucho peligro, y Don Cheadle ha sido muy valiente a la hora de arriesgarse con un proyecto bastante suicida, al que se ha entregado por el camino de la locura y la improvisación, haciendo honor al homenajeado. Se lo ha dejado todo en el intento, dentro de una producción que le ha costado siete años de su vida, y en la que ha tenido que multiplicarse delante y detrás de la cámara con tal de abaratar costes. Y si le ha salido rentable es un milagro, porque tuvo que recurrir al sistema de “crowdfunding” en la plataforma Indigogo para reunir algo más de 300 mil dólares.

Los puristas del jazz se le han echado encima tal como era de esperar, y son muchos los que muestran su indignación al ver convertido a su ídolo en una especie de gángster afroamericano de mediados de los años 70, que es el periodo en el que arranca la película. No quieren entender que el debutante en la dirección Don Cheadle ha utilizado el lenguaje genérico del “blaxploitation” como indentificador cultural de un artista que en aquel momento atravesaba por un parón creativo al necesitar encontrar nuevas formas expresivas, aunque condicionado por la locura y las drogas. Miles decide volver a la acción musical, y lo hace en medio de persecuciones y tiroteos, porque en cuanto tiene un segundo para pensar la mente le traiciona y le lleva a un pasado, del que reniega mientras la crítica especializada de los blancos lo venera.

Los flash-backs están ínitimamente relacionados con su musa, imposible de olvidar ya que la bailarina Frances Taylor sigue mirándole desde la portada del álbum “Somebody My Prince Willcome” (1961). Su todavía brillante futuro es plasmado al final en una jam session de lujo.