Alberto PRADILLA

La política líquida necesita mala memoria

Mariano Rajoy puede decir lo que le dé la gana porque nadie va a comprobar los datos que suelta. Es una de las características más deprimentes de estos tiempos de política líquida. Todo es inconsistente, muchos argumentos falsos y pocas cifras soportarían el examen de un polígrafo. Es fascinante comprobar cómo un político puede lanzar ocurrencias como si se tratase de una siembra que nadie le va a llevar la contraria. La memoria es corta y para cuando los adversarios del líder del PP tomen hoy la palabra ya habremos olvidado las razones peregrinas esgrimidas por el todavía inquilino de La Moncloa.

Es lógico que en un debate existan posiciones encontradas y haya quien vea el vaso medio lleno y quien lo considere medio vacío. Lo que es indecente es mentir abiertamente, que es una de las técnicas favoritas de Rajoy. Lo hizo, por ejemplo, cuando negó el rescate de 2012. A fuerza de repetirlo, vamos a terminar creyéndonos que los 40.000 millones entregados por Europa para salvar a los bancos o el Memorándum de Entendimiento que obligó a imponer recortes, convirtiendo al Estado en garante de los desmanes de las entidades financieras, solo ocurrió en nuestra mente.

Hay más. Rajoy tuvo ayer el rostro de cemento de felicitarse por haber «superado» la crisis sin tener que devaluar la moneda. Sin entrar a valorar qué es lo que el jefe de Gobierno español entiende por «superar la crisis», habrá que señalar que se le pasó por alto un pequeño detalle: desde la entrada en vigor del euro el Estado español carece de soberanía monetaria. Es decir, hace 16 años que Madrid no puede devaluar nada porque no tiene competencias para ello.

Llegados a este punto, que revindicase no haber endeudado al Estado cuando los números rojos públicos superan el 100% y llegan al punto más elevado en el último siglo sonó casi a minucia. Todo vale porque las palabras se las lleva el viento y hoy se habrán lanzado más datos al tun-tun, sin cotejo posible alguno y dando por hecho que la opinión pública es idiota.

En la época de la política líquida cualquiera puede argumentar la primera majadería que le venga a la cabeza ya que no tiene coste. Es probable que este fenómeno impacte en una ciudadanía que antes no se fiaba, se repolitizó y ahora huye despavorida de la cosa pública. Quizás es lo que la derecha busca.