EDITORIALA
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El peligroso juego político de querer congelar el país

Casi todo el mundo acepta, sea en público o en privado, en mayor o menor medida, que la pasada legislatura en el Parlamento de Gasteiz ha sido entre irrelevante y perdida. Y qué decir de la de Patxi López. Hay quien cree que las razones para ello se encuentran sobre todo en el plano emocional, y tiene cierto sentido. Tras la decisión de ETA de cerrar el ciclo de violencia política, con la expectativa de la resolución del conflicto, la sociedad vasca ha vivido una especie de descompresión. El conflicto en su fase anterior ha provocado una tensión salvaje en la vida política y, en sus últimos años, un profundo agotamiento en gran parte de la sociedad. La repetición de esquemas que no mejoraban el resultado final generaba una paulatina desafección comunitaria, un estado en el que mucha gente se ha ido descolgando y, en gran medida, dedicándose a vivir su vida sin grandes esperanzas colectivas. En todos los ámbitos y en todos los sectores. También es innegable que durante esta fase política el país ha sido testigo de grandes sacrificios colectivos e individuales, y de grandes sacrificados.

No obstante, era lógico pensar que, una vez cerrado ese ciclo, Euskal Herria viviese una especie de resurgimiento, algo de fiebre eufórica, un renacer comunitario. Probablemente ese revivalismo solo se ha dado en el campo cultural. En la música, la literatura, las artes plásticas y escénicas, en el cine… este ha sido un ciclo bastante productivo. Pero, a diferencia de experiencias anteriores, no tiene carácter ni de movimiento ni de generación y sus nexos con el momento del país resultan débiles frente a la perspectiva individual de cada artista. Paradójicamente, este hecho no ha supuesto una mejora en el nivel cultural general. Nuestros sistemas universitario y de radiodifusión, fundamentales para el avance social, son bien mediocres. No cabía esperar otra cosa si su modelo es el Estado español. Seguramente las tendencias generales también resulten imparables.

La crisis económica ha sido, sin lugar a dudas, el factor determinante que ha marcado este periodo. A excepción del famoso 1% y de su satélite rentista del 20% que conforman las clases altas, nos hemos empobrecido tanto individual como socialmente y, además, nos hemos entumecido, acobardado. Y ya se sabe: se empieza teniendo miedo a perder y se termina temiendo ganar.

La permanente comparación con los datos generales del Estado español ha alterado la percepción de vascos y vascas. Hasta el punto de que muchos han relativizado su propia pauperización. Si la gente hace el simple ejercicio de mirar a su entorno, encontrará más parados, más rebajas de salarios, más recortes, peores perspectivas para los suyos… de las que aceptaría en un primer momento. Entre sus familiares, vecinos, comerciantes y compañeros de estudios o trabajo, encontrará ejemplos de esa crisis que el relato oficial desdibuja.

Pero no todo ha sido emocional o a causa de la crisis, ni mucho menos. Está sobre todo el factor político. La falta de liderazgo y la capacidad de bloqueo se han dado la mano para congelar el momento histórico. Y no se ha acertado a darle la vuelta. La capacidad de estos dirigentes del PNV para rebajar el nivel, provocar hastío y empujar al desistimiento es nefasta para el futuro del país. Se empeñan en pasar facturas a los vascos y no cobran ninguna a Madrid. Pero este pueblo no se puede permitir otros cuatro años de congelamiento sin arriesgarse a romper la cadena del frío. Si no, tras el deshielo, la oportunidad de construir una sociedad más justa e igualitaria, más democrática y libre será tanto o más complicada. Todo ello por miedo y conservadurismo, por atarse a los designios de un Estado en descomposición.

La campaña electoral ha mostrado constantes vitales nuevas, que marcan un resurgimiento político que se dará en parámetros distintos de los tradicionales, pero que contienen también oportunidades no conocidas hasta el momento. Ya sucede en Iruñea y Nafarroa, y en otro sentido pasó en Gasteiz.

Que nadie se engañe, recrear momentos pasados no es viable y esta no es una fase de resistencia. O se cambia y se avanza o se bloquea y se retrocede. Obviamente no solo depende de estos comicios, pero hay resultados que pueden abrir oportunidades y otros que no. No solo los resultados de unos, sino las combinaciones, el margen al bloqueo de unos o a la iniciativa política de otros.

De los escenarios que marcan los partidos, solo el del PP o el de EH Bildu son realistas, mucho más probables que el nuevo estatus concertado con Madrid del PNV, la democratización del Estado español de Podemos o la federalización del PSOE. La estrategia del PP es clara e inalterable: negación y represión. La de EH Bildu está recogida en Aiete, Gernika… y desde ayer en Miribilla, con un capital humano y un liderazgo compartido que emocional, cultural y políticamente recupera gran parte de los valores que ha desgastado el frío de estos años.