Iñaki IRIONDO

...Y el PSOE decidiendo en qué escaño sentar a Pedro Sánchez

Se anunciaba el «octubre negro» del PP como el «octubre rojo» en el que el Frente Popular podría arrebatar la Moncloa a Mariano Rajoy, a lomos de los juicios por corrupción que afectaban a sus tesoreros, empresarios amigos, conseguidores, alcaldes y hasta a un tal Rodrigo Rato que fue vicepresidente del Gobierno con José María Aznar. En cualquier estado europeo, un partido con el catálogo de causas judiciales que rodean al PP habría caído.

Pero es que en cualquier estado europeo no tienen un electorado como el español tan impermeable a que le roben. Y, sobre todo, en cualquier estado europeo no tienen un PSOE capaz de abrirse en canal, sin anestesia y con autoensañamiento público en un momento tan oportuno. Y todo porque de sus siglas ya solo mantiene la E de Español, en su sentido más rancio. Si fuera Socialista u Obrero, habría buscado a primeros de año una alianza con otras izquierdas y con quienes desde Catalunya y Euskal Herria le hubieran ayudado a echar del gobierno al PP de la Gürtel, de Bárcenas, de los discos duros destruidos, de las campañas dopadas con dinero negro, de las sedes «en B», pero también al PP de la recentralización, de la destrucción de lo público, de los recursos al TC, de la Lomce, de la Ley Mordaza y de la policía patr&bs;iótica. Dicen que el PSOE está afectado por los debates internos que consumen a la socialdemocracia en todo Europa y hasta en todo el Mundo. Puede ser. Pero lo que aquí ha acabado por romperlo ha sido su incapacidad de responder de manera democrática y propia del siglo XXI al reto de Catalunya. Lo explicó muy bien por twitter el PSOE de Castilla-La Mancha: «Se confirman las sospechas. Sánchez tenía un plan oculto para pactar con independentistas que quieren romper España». Ese es el nivel.

Ahora, cuando las salas de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares parecen la sede del PP en sus buenos tiempos de visitas, adjudicaciones y comisiones, el PSOE solo puede emplear sus pocas fuerzas en no desangrarse. ¡Unos linces Felipe Tá-Pá-Pá, Susana Díaz y el coro de barones! ¡Magníficos estrategas también todos los miembros del Comité Federal que tras el 20 de diciembre cerraron la puerta a cualquier verdadero gobierno de cambio, llenando la hoja de ruta de su partido de líneas minadas contra rojos y separatistas!

Y ayer, aunque no lo crean, con Rodrigo Rato declarando por las tarjetas black de gratis total y con media boda de la hija de José María Aznar en el banquillo por trincar hasta lo que no está escrito, la preocupación del PSOE era dónde sentar a Pedro Sánchez en el Congreso. Y le tocó la quinta fila. Pero ya se encargó Eduardo Madina de avisar a la prensa de que motu proprio le había cedido su escaño en la cuarta recibido en el nuevo reparto para no quedar por delante del ex secretario general.

Hubo reunión del Grupo Socialista con la Gestora que preside Javier Fernández, y de los 26 que hablaron 23 incidieron en que «lo peor» serían unas terceras elecciones. Ninguno de los 23 se atrevió a pronunciar la palabra «abstención» pero todos sabían de qué estaban hablado.

Hablaban de que el jefe y amigo de los delincuentes, perdón, de los presuntos inocentes mientras no se demuestre lo contrario que se agolpaban ayer entre gúrteles y bankias en la Audiencia Nacional, el señor que según Luis Bárcenas también se llevó lo suyo en sobres, el que piropeaba a Rita Barberá y pagaba en negro la remodelación de Génova, el presidente de la reforma laboral y de tropecientas leyes que hace unos meses decían que había que revocar de inmediato, el gran Mariano Rajoy, siga al frente del Gobierno, gracias a la enorme aportación teórica (que los líderes del PP no dejaron de repetir entre el 1 y el 3 de setiembre) de que «abstenerse no es apoyar».

Cuando las crónicas habían predicho que el PP&punctSpace;lo estaría pasando fatal entre tanto juicio, resulta que Mariano Rajoy está fumándose un puro, viendo al PSOE debatir sobre en qué fila se sentará el diputado Pedro Sánchez el día que tenga a bien volver al Congreso, y maquinando en un sillón de Moncloa hasta dónde ahondar en la humillación de su adversario para aceptar ser investido este mes y no provocar la vuelta navideña a las urnas.

Porque gracias a todas las maniobras de la semana pasada, la cuestión ya no está en si el PSOE se abstiene o no para dejar que Mariano Rajoy sea presidente, sino en el precio... en el precio que Mariano Rajoy quiera cobrar al PSOE por dejarse investir ya y no convocarles unas terceras elecciones tañendo campanas en repique de difuntos.