Cécile FEUILLATRE
TRÍPOLI

Cinco años después de su linchamiento, el coronel Gadafi ríe desde su tumba

El 20 de octubre de 2011, Muamar Gadafi fue capturado y linchado en la localidad Libia de Sirte, tras ocho meses de revuelta armada, apoyada por bombardeos de la OTAN, lo que puso fin a 42 años de régimen. Cinco años después, con el país sumido en el caos y la guerra en Siria, planea el interrogante sobre la necesidad de aquella intervención militar de las potencias occidentales en Libia, que propició la caída y muerte del coronel libio.

¿Había que intervenir para apoyar la revuelta libia y poner fin al régimen de Muamar Gadafi? Cinco años después, Libia está sumida en el caos y las preguntas sobre la necesidad de una intervención occidental en aquel momento resurgen de nuevo a la vista de la grave situación que vive el país y de la actual tragedia en Siria.

En marzo de 2011, los responsables occidentales, con el presidente francés Nicolas Sarkozy a la cabeza, no tuvieron ninguna duda al estimar que la revuelta libia, que había estallado en febrero siguiendo la estela de la de Túnez, se veía amenazada por un «Gadafi que se había vuelto loco».

El clan del líder libio, que llevaba 42 años en el poder, había prometido «ríos de sangre», sobre todo en Bengasi, la ciudad rebelde del este del país.

Las potencias occidentales se las arreglaron para sacar adelante en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con la abstención de Rusia, una resolución que establecía una zona de protección aérea y autorizaba adoptar «todas las medidas necesarias para proteger a los civiles». De esa forma, la resolución abría la vía a los ataques aéreos de la OTAN y de los aliados árabes de Occidente.

«Sin la intervención habría habido una masacre en Bengasi, sin duda», asegura a AFP una fuente europea presente en la ciudad libia en 2011. »Hubo una verdadera revolución. La gente no quería vivir ni un minuto más bajo el régimen kafkiano de Gadafi», agrega.

Pero si la intervención occidental impidió una posible masacre en Bengasi, también propició la caída del régimen y la muerte de Gadafi, linchado el 20 de octubre de 2011 tras ser capturado cuando se escondía en una tubería de desagüe a las afueras de Sirte –hoy bastión costero del Estado Islámico (ISIS)– después de que el convoy en el que pretendía escapar de la ciudad fuera bombardeado por aviones de la OTAN.

«Ustedes no aseguraron el servicio tras la venta». La acusación del presidente de Chad, Idriss Deby, todavía resuena, cinco años después de la muerte del coronel libio. A pesar de las elecciones de 2012, ganadas por los liberales, Libia se sumió en el caos y el reino de las milicias.

Los arsenales de Gadafi fueron saqueados, los combatientes se encuentran dispersos en Níger, Mali y Túnez y los yihadistas del Estado Islámico (ISIS) se instalaron en el país.

¿Se puede culpar a los occidentales de no haber preparado «el día después»?

«Hemos subestimado, como nuestros socios europeos, la necesidad de estar presentes el día después de la caída de Gadafi», admite el presidente estadounidense, Barack Obama, en el documental “Los años de Obama».

«La comunidad internacional debía de haber tenido un plan para el día después», acusa Mahmoud Jibril, exresponsable de la Comisión Nacional de Transición, el órgano rebelde reconocido en 2011 por Occidente.

«Les advertimos, los necesitábamos para reconstruir nuestras instituciones tras la muerte de Gadafi, pero todo el mundo nos dijo: nuestra misión está cumplida», recuerda a AFP.

Paralelismo con Siria

«Retrospectivamente, dijimos que podríamos haber hecho las cosas de manera diferente. Es cierto que deberíamos habernos preocupado por la evolución de la situación, no deberíamos habernos lavado las manos colectivamente. Hay una especie de indiferencia culpable», reconoce otra fuente europea.

«Dicho esto, los libios nos han hecho comprender claramente que no querían fuerzas extranjeras, incluidos los cascos azules de la ONU», agrega.

«Los libios siempre han rechazado las ofertas de ayuda de los occidentales, diciendo que ellos tienen los medios para gestionar la situación», afirma Mattia Toaldo, experta en la región del European Council on Foreing Relations, quien considera que la responsabilidad de actores locales y potencias regionales –Qatar y Turquía, Emiratos Árabes Unidos y Egipto– apoyando a campos rivales el Libia no debe quedar eclipsada.

Y a la pregunta sobre si la intervención era necesaria, ella responden trazando un paralelismo con Siria. «En ese país la guerra ha dejado cientos de miles de muertos. En Libia, decenas de miles. Y hay un proceso político en curso, aunque también sea difícil», señala Toaldo.

A su juicio, «es difícil imaginar que Libia pueda lograr la estabilidad rápidamente debido a las divisiones, pero también a la voluntad de los protagonistas de controlar las localidad que les opongan resistencia». Tras décadas de «régimen autoritario, represivo y centralizado» de Gadafi, los libios se resignan, al parecer, a «otra forma de autoritarismo, más descentralizado y caótico, ya sea bajo la autoridad de las milicias o del mariscal Jalifa Haftar», dice.

«Cuando vemos lo que está sucediendo hoy en Alepo... En Libia, por lo menos, se ejerce la responsabilidad de protección», según la fuente europea.

El impacto de la intervención occidental en Libia hace cinco años también ha repercutido en las relaciones con Rusia, furiosa por haber aceptado una operación militar que dio lugar a un cambio de régimen.

«Recordemos lo que eran Libia e Irak antes de que nuestros socios occidentales destruyeran esos estados. Se convirtieron en una fuente de amenaza terrorista», declaró la semana pasada el presidente ruso, Vladimir Putin, en una entrevista con un canal francés. «No queremos que suceda lo mismo en Siria», añadió.

«No funcionó»

Gadafi fue capturado con vida y torturado hasta morir, como mostraron imágenes difundidas al día siguiente de su linchamiento. Pero su muerte no dio paso a una transición política y democrática. El propio Obama admitió cinco años después que aquella intervención «no funcionó». Y el hecho de que hoy sus cazas sigan operando allí, demuestra que no obtuvo, del todo, el resultado que esperaban Washington, París y Londres.

«Estábamos felices de habernos librado de Gadafi. Pero cinco años después empezamos a preguntarnos quién hizo de verdad la revolución y sentimos que no fue una revolución libia, sino una decisión internacional, y eso nos crea una desazón tremenda», dice el exdiputado Nasser Seklani.

Un lustro después, Libia es un Estado fallido, víctima del caos y de la guerra civil, feudo de yihadistas, milicias y mafias que luchan por el control del territorio y de sus recursos naturales.

Tiene tres gobiernos: dos en la capital, que compiten por el liderazgo en el oeste, y otro en Tobruk, que domina las regiones del este y controla los principales recursos petroleros.

De los de Trípoli, el primero, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) se formó tras un fallido acuerdo de paz auspiciado por la ONU y firmado en diciembre por miembros del antiguo Gobierno de la capital y una pequeña parte del Parlamento en Tobruk. Pese al apoyo de la ONU, EEUU y la UE, carece de respaldo popular y legitimidad.

El segundo se conoce como Congreso Nacional General (CNG), una entidad de ideología islamista que gobernó durante los primeros años el país, pero no reconoció el resultado de los comicios celebrados en 2014.

En el este, el hombre fuerte es Jalifa Haftar, exmiembro de la cúpula gadafista que se opone a los dos gobiernos en Trípoli. Haftar, al que ahora la ONU trata de contactar para sumarle a los planes de paz tras meses obviándolo, combate en Bengasi y ha advertido de que no parará hasta llegar a la capital.

Sirte vive un infierno tras otro

Sirte es una ciudad fantasma, no queda nadie, las balas silban entre edificios reventados: la ciudad natal de Muamar Gadafi fue reconstruida mal que bien tras la revuelta de 2011, pero vuelve a estar devastada. En este paisaje desolador, los combatientes libios estrechan el cerco en torno a los últimos miembros del Estado Islámico (ISIS) arrinconados en el barrio número 3, a orillas del mar.

La bandera negra del ISIS ha ondeado más de un año en los edificios públicos de esta urbe portuaria donde decenas de personas han sido encarceladas, crucificadas o decapitadas. Ahora, en los muros aún en pie, los lemas a la gloria del ISIS dan paso a un lacónico «Bye Bye Daesh» (su acrónimo árabe).

Quienes intentan reconquistar Sirte sospechan de que la ocupación yihadista de la ciudad, en junio de 2015, fue posible por la connivencia de la población. Por eso, expulsaron a sus habitantes y les impiden volver a zonas liberadas, explica Hedi, comandante de un grupo procedente de Trípoli.

«Quieren castigarnos otra vez al acusarnos de haber acogido a Daesh con los brazos abiertos, cuando en realidad estábamos abandonados a nuestra suerte», dice un responsable local, obligado a huir del infierno yihadista con su familia. Desde la caída de Gadafi, «Sirte es como una ovejita débil entre lobos», señala. «Cada mes o dos desembarcaba una nueva milicia. Estábamos desarmados y obligados a someternos a su autoridad. Luego llegó Daesh», agrega.

Allí fue donde Gadafi libró su última batalla antes de ser linchado.

«Cuando vemos el número de mártires que dejamos liberando la ciudad de Gadafi en 2011 y aún hoy, se puede decir que los habitantes de Sirte se merecen lo que les pasa», afirma Mohamed, combatiente de Misrata.

Su compañero de armas tampoco parece preocuparse por el estado de la ciudad: «Es la guerra. No se puede impedir y se lo tienen bien merecido».

«Lo peor de todo es que después de la etiqueta de gadafistas nos pegaron la de dawaeshs (simpatizantes de Daesh)», dice Mohamed, refugiado en Trípoli. «Podemos olvidar la pobreza, la destrucción y el hambre... Pero la humillación no. Quedará grabada de por vida», declara.Imed LAMLOUM

Del caos a la nostalgia gadafista

Los libios comienzan a añorar la época en que su país era gobernado con mano de hierro por Muamar Gadafi, a cinco años de su derrocamiento y con un país dividido y sumido en el caos y la destrucción.

«Nuestra vida era mejor bajo Gadafi», afirma Faiza al-Naas, farmacéutica de Trípoli, respecto a los 42 años de régimen gadafista, pero confiesa sentir «vergüenza» de decirlo cuando piensa en los que «dieron su vida para liberarnos del tirano», refiriéndose a quienes le combatieron hasta su muerte.

Desde la caída de Gadafi, Libia sufre inseguridad y penuria. La vida cotidiana está pautada por los cortes de electricidad y las largas filas de espera ante los bancos debido a la falta de liquidez. El país está desgarrado por las luchas de influencia entre las numerosas milicias y etnias que componen la sociedad. Valiéndose del caos posterior a la caída de Gadafi, yihadistas de todo tipo, en particular del ISIS y de Al Qaeda, se implantaron sólidamente en este territorio.

«Los libios están obligados a elegir entre el caos de las milicias y los extremistas islamistas o un régimen militar», lamenta el analista libio Mohamed Eljarh.

Los partidarios de Gadafi sostienen que la actual anarquía prueba que su líder era un «visionario» que advirtió de que tras su desaparición Libia sería un caos. R. TAHER