Pablo L. OROSA
OLA DE VIOLENCIA CONTRA LA ETNIA MÁS PERSEGUIDA

LOS ROHINGYA SE LEVANTAN CONTRA EL GENOCIDIO EN EL ESTADO DE ARAKAN

TRAS DÉCADAS DE RESISTENCIA PACÍFICA CONTRA EL GENOCIDIO QUE SUFREN EN BIRMANIA, LA MINORÍA ROHINGYA HA TERMINADO POR VOLVER LA VISTA A LAS ARMAS COMO ÚLTIMO RECURSO. CON MACHETES, CUCHILLOS Y ALGUNAS ARMAS, CENTENARES DE JÓVENES ROHINGYA ATACARON TRES PUESTOS FRONTERIZOS AL NORTE DEL ESTADO DE ARAKAN.

«La ayuda humanitaria está bloqueada. Las carreteras también. Al menos 150.000 personas sufren escasez alimentaria», alerta el activista rohingya Nay San Lwin. Desde el inicio de la bautizada como «Operación puerta trasera», el acceso al norte del estado de Arakan, uno de los más pobres del país, está restringido. Ni siquiera la ONU tiene libre acceso al área.

Algunas organizaciones de derechos humanos cifran en alrededor de 15.000 las personas que han huido de sus casas ante las batidas militares. Hablan también de pueblos incendiados y violaciones masivas.

«Desde el 9 de octubre, más de 100 civiles han sido asesinados, más de 70 mujeres rohingya violadas por los soldados del Tatmadaw y más de 1.000 casas y 200 tiendas calcinadas», asegura Nay San Lwin.

El Ejército niega cualquier acusación, pero las violaciones masivas y el hostigamiento a civiles han sido tácticas habituales durante el más de medio siglo de enfrentamiento con las guerrillas étnicas.

Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierto lo que está ocurriendo. «Nuevas imágenes de satélite revelan una destrucción en Rakhine –como se conoce también al estado de Arakan– que exige un investigación imparcial e independiente, algo que el Gobierno birmano aún no ha sido capaz de hacer», señala HRW. La premio Nobel de la Paz y líder de facto del país, Aung San Suu Kyi, se limitó a afirmar durante una reciente visita a Tokio que el Gobierno tratará de resolver los últimos episodios violentos «mediante los debidos procesos legales: no hemos ocultado nada de lo que ha sucedido desde que comenzaron los ataques».

Pese a las promesas del Ejecutivo, en la bahía de Bengala pocos confían en una salida negociada a la crisis. El recuerdo de la última ola de violencia, que dejó más de 200 muertos y 150.000 desplazados internos, sigue en la memoria de los rohingya.

El regreso de la insurgencia

Desde hace más de un año, en las comunidades musulmanas del estado de Arakan el grito de la revuelta azuzaba las tertulias. El discurso de la resistencia pacífica ejercida durante décadas ya no bastaba a los más jóvenes, hartos de estar confinados en las playas abrasadas por el sol del Índico sin libertad de movimientos ni acceso a los servicios básicos ni derecho a la ciudadanía. «Con una población oprimida, víctima de un lento genocidio durante décadas, podría haber ocurrido en cualquier momento», opina Nay San Lwin.

En enero de 2014, los denominados «muyahidines de Arakan» declararon la guerra a los budistas birmanos del estado de Rakhine. Amparados por Lashkar-e-Taiba (LeT), la organización paquistaní responsable de la matanza de Bombay en 2008 en la que murieron 166 personas, cuya presencia en la frontera entre Bangladesh y Myanmar fue constatada por la agencia india de inteligencia (NIA), jóvenes rohingya fueron entrenados en los áreas limítrofes de Cox´s Bazar y Teknaf, en territorio bangladesí.

En los campos de desplazados de Thay Chaung, visitados por este periodista a finales de 2014, algunas voces alertaban de lo que podía ocurrir cuando los chicos de las mezquitas, los que emigraron a Bangladesh, retornen a Myanmar. «Entonces veremos las verdaderas consecuencias», advertía entonces Mr. Dieu, uno de los líderes de la comunidad.

Cuando lo hicieron, el pasado 9 de octubre, volvieron cargados con armas y la decisión inquebrantable de enfrentar por la fuerza la masacre a la que su pueblo es sometido. El ataque a tres puestos fronterizos de los distritos de Maungdaw y Rathedaung, en la frontera con Bangladesh, se saldó con la muerte de nueve policías birmanos y ocho asaltantes. Y con la sensación de que el enfrentamiento no iba más que a recrudecerse: el botín más importante fueron armas y municiones.

El Gobierno birmano apuntó pronto a la extinta Organización de Solidaridad Rohingya (RSO, en sus siglas en inglés) como responsable de los ataques. Un gesto que alimentaba los recelos de la mayoría budista, temerosa de la vuelta de la insurgencia musulmana apoyada por los movimientos yihadistas. «La RSO es una organización extinguida hace años. Los atacantes forman parte de un grupo autodenominado Harakah al-Yaqin (Movimiento de la Fe), cuya creación es reciente», subraya Chris Lewa, responsable de la organización Arakan Project y una de las mayores expertas en la comunidad rohingya. «Decir si la RSO está detrás de los ataques no es fácil», añade Nay San Lwin

En los vídeos divulgados a través de las redes sociales, Harakah al-Yaqin hace un llamamiento a la yihad para defender a los rohingya frente a los abusos del Tatmadaw, pero «deja claro que no existen vinculaciones con otros grupos terroristas extranjeros», como había argüido el Gobierno. «Aseguran ser un grupo revolucionario que lucha para restaurar los derechos de su pueblo», explica el activista rohingya.

¿Y cuenta con el apoyo de su propia gente? «Es difícil de saber» responde Nay San Lwin, pero «no son forasteros, son gente de los mismos lugares donde ocurrieron los ataques».

Gente que, como rezan las proclamas de Harakah al-Yaqin, se cansó de «intentar ganar sus derechos con bolígrafos y han decidido tomar las armas en su lugar».

 

acnur acusa a birmania de estar cometiendo una «limpiez étnica»

Testimonios recogidos por las ONG Arakan Project y Amnistía Internacional (AI) corroboran las denuncias de violaciones de mujeres rohingya por parte de soldados birmanos. «Vi con mis propios ojos cómo los militares quemaban nuestra aldea y cómo los soldados violaban a mujeres y niñas», manifestó a AI un refugiado rohingya en Bangladesh.

El director de Arakan Project, Chris Lewa, denunció que miles de rohingyas, la mayoría mujeres y niños, han huido de sus aldeas por temor a las represalias de los soldados, que los acusan de ayudar a los insurgentes. Testigos acusan también al Ejército de disparar a civiles desde helicópteros, de torturas y de enterramientos en fosas comunes. «Sobre las 3.00 asaltaron el poblado y quemaron las casas, disparaban desde el aire. Logramos huir del horror pero no pude llevarme a mi hijo de tres años», relató Fazal Karim, quien vio cómo echaban el cuerpo del niño al fuego.

El responsable del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Cox's Bazar (Bangladesh), John McKissick, acusó a Birmania de cometer una «limpieza étnica»: «Están matando hombres y niños, violando a mujeres, quemando viviendas y obligándolos a cruzar el río» hacia Bangladesh.GARA