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DONOSTIA
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JUDITH JÁUREGUI
PIANISTA

«Un disco es solo una parte de un viaje mucho más largo»

La donostiarra Judith Jáuregui es una de las pianistas con mayor proyección internacional de Euskal Herria. Hace cuatro años fundó su propio sello discográfico, Berli Music, con el que acaba de publicar su quinto disco, «X», con obras de Skriabin, Chopin y Szymanowski.

Tras año y medio de trabajo la joven pianista Judith Jáuregui acaba de presentar su nuevo disco, el cuarto de una carrera que en los últimos años la ha llevado a importantes escenarios internacionales. Lo presentará en directo el día 14 en su ciudad natal, en un concierto en el teatro Victoria Eugenia.

 

Su nuevo disco se titula «X». ¿A qué hace referencia esta letra, número o símbolo?

La X hace referencia al éxtasis, un concepto clave en la música de Aleksandr Skriabin. La idea era que una sola letra albergase todo el concepto del disco: por un lado es el fonema más sonoro de la palabra éxtasis, la que le da fuerza y personalidad, pero además hace referencia a una incógnita, al misterio que se encierra en las creaciones de este compositor ruso. El disco se abre con su “Sonata para piano nº5”, una declaración de intenciones, porque fue la primera que escribió en un solo movimiento, cuando ya estaba sumergido en las teorías de la teosofía y obsesionado por unir lo masculino con lo femenino. El título del disco pretende reflejar este misterio.

 

Skriabin, a pesar de su fama, sigue siendo un autor muy controvertido.

Sí, es sorprendente que siga generando tanta controversia. Hay quien lo tacha de loco y megalómano, para otros es un auténtico genio. Para mí, por supuesto, es esto último, porque su música para piano lo recoge todo: una enorme dosis de fuerza y de pasión, pero también momentos espirituales y trascendentes que te trasportan a otro plano de conciencia. Él decía que la música viene de las estrellas y veía el mundo en una gama de colores, pues era sinestésico. Su imaginación era tan grande que no se limitaba a la música: también escribió poesía, y al final de su vida estaba trabajando en el “Mysterium”, un espectáculo de una semana que fusionaría música, danza, luz, olfato, tacto...

 

¿Puede uno abandonarse al éxtasis cuando toca el piano o hay que conservar siempre un grado de control?

El éxtasis se genera en el interior; frente al teclado, claro está, las manos y el cerebro tienen que responder en todo momento. Pero este éxtasis es algo que realmente se experimenta al tocar la música de Skriabin: llega un momento en que sus armonías y sus ritmos tan particulares terminan trasportándote, casi físicamente, a través de la obra. Te rindes a ella.

 

El disco incluye también obras de Chopin y Szymanowski. ¿Cómo se relacionan estos autores con Skriabin?

La primera relación es obvia, puesto que Chopin fue una de las referencias pianísticas más importantes para Skriabin Y Skriabin fue, a su vez, una de las principales influencias de Szymanowski. Para señalar lo revolucionario que fue Skriabin, me parecía oportuno mostrar de dónde vino su inspiración así como las huellas dejó tras de sí. Además, las obras de Chopin y Szymanowski están elegidas específicamente para integrarse en esa senda del éxtasis que recorre el disco.

La “Balada nº1” de Chopin, por ejemplo, es una de sus obras más dramáticas y oscuras, escrita cuando estaba refugiado en Viena y separado de su familia durante la revolución polaca. Pero en esta obra, al igual que ocurre en toda la música de Skriabin, junto con la oscuridad hay también luz, una dimensión espiritual.

Junto a obras de mayor duración el disco recoge dos colecciones de preludios. ¿Sigue teniendo predilección por las formas pequeñas, como las piezas de Schumann y Mompou que grabó en discos anteriores?

Me sigue fascinando el formato pequeño porque suelen ser muestras de una síntesis pura, músicas capaces de decir mucho en uno o dos minutos. Además, en los preludios el piano suele cantar de una manera muy diferente a cómo lo hace en las obras de gran envergadura, de una forma que es muy agradecida para el pianista.

Sus primeros discos estaban más bien centrados en la música del siglo XIX, pero en los últimos el siglo XX ha ido ganando terreno. ¿Le interesa especialmente este repertorio?

Sí, el de las primeras décadas del siglo XX es un periodo fascinante en la historia del piano que a mí me llama particularmente la atención. Pero no es algo tan nuevo: Skriabin lo trabajé mucho en mi época de estudiante en Múnich con Vadim Suchanov. Tras diez años tocándolo he sentido que mi visión de su música había madurado lo suficiente y que había llegado el momento de grabarlo.

 

El diseño del disco está cuidado en extremo. Lo extático de la música parece reflejarse en los colores y las fotografías.

Era un aspecto tan importante para mí que estuve dos meses trabajando con el equipo de imagen hasta lograr lo que deseaba. Ellos no son expertos en música clásica y finalmente tuvieron que dejarse atrapar por la figura de Skriabin, para comprender lo que yo quería. Aparte de esa gran X, en las imágenes parece una persona, que soy yo, pero las fotografías no son nítidas, más bien se me intuye que se me ve. Y todas tienen un punto de electricidad, como la propia música. El diseño es en rojo y azul, dos colores importantes en la escala de colores de Skriabin, y aparecen muchas Judiths distintas para transmitir la idea de lo absoluto, de la multiplicidad en el uno.

 

Hace cuatro años rechazó ofertas de casas discográficas importantes y apostó por crear su propio sello, en aras de conservar una libertad artística total. Este es ya el tercer disco que publica con Berli Music. ¿Cree que fue la mejor idea o lo haría de otra forma si volviese atrás en el tiempo?

En el momento en que sucedió, crear Berli Music era la mejor opción. Quizá no la más fácil ni la más cómoda, pero fue la que me dio la libertad que buscaba. El ser responsable de tu propio sello te obliga a aprender mucho, pero también te permite conocer a gente fantástica. Este disco, por ejemplo, lo he vuelto a grabar en Alemania con Christopher Alder, uno de los grandes productores de música clásica, que tiene diez premios Grammy y es colaborador habitual de gigantes como Maurizio Pollini o Maria João Pires. Ha sido genial poder contar con alguien con tanta experiencia, porque en la grabación de un disco necesitas un guía, alguien que te aporte ideas y te proponga alternativas para abordar ese fragmento que no te sale como querrías. Hay que tener los oídos y el corazón abiertos a lo que te aconsejan tus colaboradores. Esto para mí, como pianista, fue un descubrimiento, porque solemos estar tan centrados en nuestro piano que a menudo no prestamos oídos al exterior.

 

Los discos de música clásica venden muy poco, a menudo no superan unas cuantas decenas de unidades, con suerte unos centenares. ¿Tiene sentido seguir apostando por los discos como negocio, o es más bien una forma de promoción?

Hoy en día publicar un disco no tiene nada que ver con la voluntad de ganar dinero. En mi caso se trata de la culminación de un proyecto, el paso final en la maduración de un repertorio que me ha acompañado durante años y que quiero que quede registrado. En ese aspecto los discos son parte de mi biografía: cuando escucho el disco de Schumann que grabé con 25 años veo cómo era entonces y cómo he evolucionado. Cada disco te ayuda en el camino hacia el siguiente y también de cara a los recitales, porque te obliga a escucharte y a conocerte mejor. Y luego, claro, es un gran instrumento de promoción, que te ayuda a conseguir conciertos y giras. El disco es solo una parte de un viaje mucho más largo.