Laure FILLON (AFP)
París

El discurso anti-pobres se trivializa en el Estado francés

Durante algunos años, Anne lo tuvo todo: como creadora de joyas independiente, colaboró con grandes firmas del sector, crió a sus hijos, compró una vivienda... Pero su vida dio un vuelco: ahora tiene que arreglarse con las ayudas sociales básicas y afrontar que la gente le mire mal.

He pasado de tener el estatus de persona acomodada al de aprovechada, y es muy duro», comenta esta parisina de cabellos grises, que lleva recogidos en un moño. Ella, que diseñaba las joyas a mano, no logró cambiar al formato digital, y el peso de las cargas que arrastraba resultó fatal. A sus 60 años, recibe 470 euros de ayuda social al mes, frente a los 3.000 euros de sus años dorados, que se prolongaron hasta 2011. Deberá esperar a cumplir los 67 para alcanzar un pensión completa, de 800 euros mensuales.

El suyo no es un caso aislado: cerca de 8,8 millones de franceses –sobre una población de 66 millones– viven por debajo del umbral de pobreza, incluyendo familias completas y asalariados con ingresos insuficientes. Al inicio de la crisis económica, eran un millón menos. Pese a ello, la lucha contra la desigualdad no figura en el centro de la campaña de las elecciones presidenciales de 2017 y, como advierten las asociaciones caritativas, «florecen los discursos sobre el asistencialismo».

«Está aumentando la ‘pobrefobia’», denuncia Florent Guéguen, director general de la federación de asociaciones Fnars. Y es que se están multiplicando los incidentes contra las infraestructuras de acogida de personas sin techo o de migrantes. Otro ejemplo es el de un departamento que ha querido condicionar la ayuda social básica a la realización de horas de voluntariado, un proyecto que fue retocado por la Justicia.

Francia cuenta con cerca de 150.000 personas sin domicilio fijo, incluyendo niños y ancianos. Las asociaciones estiman que el año pasado cerca de 2.800 murieron en las calles o en las casas de socorro. Pero la mirada hacia los más vulnerables se ha endurecido, como confirma el Centro de Investigación para el Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida (Credoc). En 2016, uno de cada tres franceses (36%) considera que los pobres «no se esfuerzan por salir de su situación», contra el 25% de 1995.

Varios factores explican esta falta de compasión: la idea de que las arcas del Estado están vacías, el fatalismo ante el paro masivo y el resentimiento de las clases medias, que se ven a sí mismas «como los perdedores de la redistribución fiscal» mientras los más ricos han visto cómo se incrementaba su patrimonio, tal como enumera la investigadora Sandra Hoibian.

«Si estoy en esta situación, es por muy culpa», resume Anne, que se dedica al voluntariado para no dar la impresión de que se está aprovechando del sistema.

«Pobre fraude»

El candidato de la derecha para las presidenciales, François Fillon, favorito en los sondeos, considera que el sistema social «hoy en día puede favorecer el asistencialismo en detrimento de la actividad», por lo que aboga por reformarlo. También plantea endurecer las normas del subsidio del paro para incitar a una búsqueda de empleo más activa.

En la izquierda, el término “los sin-dientes”, utilizado [en privado] por el presidente socialista, François Hollande, para referirse despectivamente a los pobres sigue pesando como una losa.

Ubicado en la extrema derecha, el Frente Nacional (FN) se presenta como el defensor de «los invisibles» pero al mismo tiempo deplora «la desgraciada enfermedad del asistencialismo» y pretende reservar «la solidaridad (para) los nacionales». A nivel local, el FN ha puesto obstáculos a las asociaciones de ayuda a migrantes y ha dictado bandos municipales contra la mendicidad.

El trabajo continúa siendo «un valor muy importante en Francia», explica la investigadora del Credoc. «No trabajar significa ser inútil para la sociedad», incluso cuando «sabemos que hay gente que no tiene capacidad» para hacerlo.

Anne ha pasado por esa experiencia: en la oficina del paro «me hicieron comprender que, con mi edad, allí no hay nada para mí», se lamenta. Si cogiera un trabajo para hacer un par de horas en la limpieza o como acompañante de personas de edad avanzada, que es su única opción, perdería el acceso gratuito a los transportes públicos y a la atención médica.

Los pobres, cada vez más, son vistos como «gorrones», lamenta Samuel Coppens, del Ejército de Salvación. De hecho, muchos de quienes podrían obtener ayudas sociales no las piden, según denuncia la ONG Quart Monde (Cuarto Mundo).

«El fraude de los pobres es un pobre fraude», afirma, por su parte, el Consejo de Estado –la más alta jurisdicción administrativa francesa–, ya que suma un centenar de millones de euros al año, frente a los más de 3.000 millones del fraude fiscal.