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Tras el revés del ISIS en Sirte, Libia se hunde en una cruzada de guerras

Tras la derrota del Estado Islámico (ISIS) en su feudo libio de Sirte, las principales facciones rivales del país libran una despiadada guerra de influencias, que amenaza con convertirse en un conflicto generalizado.

Desde la caída en 2011 de Muamar Gadafi, el país está desgarrado por las rivalidades entre sus milicias, pero también entre decenas de tribus, componentes esenciales de la sociedad libia.

El poder se lo disputan el Gobierno de unión nacional (GNA) con sede en Trípoli y reconocido por la comunidad internacional y una autoridad rival instalada en el este. Y en el ámbito militar, destacan los grupos armados de Misrata, que contribuyeron a expulsar al ISIS de Sirte en nombre del GNA, y el llamado Ejército Nacional Libio (ANL) del mariscal Jalifa Haftar, que lucha contra los yihadistas en el este.

El ANL ha reconquistado Bengasi, pero se enfrenta a bolsas de resistencia y acusa a sus rivales de Misrata de apoyar a grupos yihadistas.

La tensión entre ambas fuerzas militares se incrementó en diciembre, tras el anuncio por el GNA y por las milicias de Misrata de su victoria en Sirte. Grupos radicales de Misrata participaron en un ataque desde la base de Al-Jufra (sur) contra la región de la llamada Media Luna petrolera, la principal plataforma de exportación de petróleo libio y actualmente controlada por las fuerzas de Haftar, que lograron rechazar esta ofensiva militar.

Las fuerzas de Haftar respondieron al atacar en Al-Jufra un avión con militares y dignatarios de Misrata. «Terroristas», según Haftar. Tras el ataque –con un muerto– las milicias de Misrata enviaron refuerzos.

Aunque el ISIS ha sido expulsado de Sirte, la amenaza yihadista persiste en Libia, donde, según expertos, hay células en el sur, pero también en el este y oeste, y en la propia capital.

Por su parte, Haftar se ampara en alianzas tribales para tratar de tomar el control del sur, como hizo con la Media Luna petrolera, e intenta seducir a milicias de Trípoli, lo que agravaría la anarquía y complicaría la tarea del GNA, minado por divisiones e incapaz de imponer su autoridad en todo el país.