Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La ciudad de las estrellas (La, La, Land)»

La mecánica del baile aplicada a las emociones

Al igual que ocurre con el western, el musical también se ha convertido en un espacio creativo en el que diferentes cineastas –en menor número en el western– apuestan por subvertir las normas de lo establecido sirviéndose de lo ya de por sí extremo que supone comprobar que de improviso alguien se pone a cantar y bailar en mitad de la calle o en cualquier lugar poco dado para esta explosión de emociones. Teniendo presente lo arriesgado que siempre supone poner en funcionamiento este género que no es fruto de devoción para mucha gente, topamos en “La ciudad de las estrellas” con lo que se supone debe ser un musical en toda regla. El inicio, incluso segundos antes de que la pantalla transforme un infernal atasco de tráfico en una pista de baile, la fotografía de Linus Sandgrenya se revela como una explosión de colores vital y perfecta para adentrarnos en una historia que parece coquetear con lo onírico. Vital, colorista, cálida, divertida y dolorosa. Así se presenta una película que técnicamente se muestra irreprochable tal y como se advierte sobre todo en los abracadabrantes movimientos de cámara que captan la esencia de los movimiento coreografiados que acompañan un selecto repertorio de canciones. Si bien el núcleo central de la trama tampoco puede ser tomado como un derroche de originalidad, la gran química que se establece entre la pareja protagonista nos permite disfrutar con un espectáculo que ha sido calculado milimétricamente y que da como resultado secuencias que homenajean al cine clásico, al jazz –que muchos se esfuerzan en destinarlo al olvido– y ese afán por triunfar en el Olimpo de celuloide. Por todo ello y más, esta historia transcurre en un lugar tan apartado de Oz como Los Ángeles.