Mikel CHAMIZO
DONOSTIA
Elkarrizketa
ROBERT TREVIÑO
NUEVO DIRECTOR TITULAR DE LA ORQUESTA SINFÓNICA DE EUSKADI

«La principal característica de la OSE es su gran ética de trabajo»

Tras su éxito sin precedentes en el difícil teatro Bolshoi de Moscú en diciembre de 2013, Treviño inició una creciente carrera como director invitado en Europa y Asia. Ha debutado ya con orquestas de la talla de la Filarmónica de Múnich y de Londres, la Sinfónica de Bamberg y la Orquesta Nacional de Francia. En EEUU prosigue su carrera al frente de las orquestas de Detroit, San Francisco, Cleveland y Cincinnati.

El pasado lunes tuvo lugar en Miramón la presentación oficial de Robert Treviño, el que será nuevo director titular de la Orquesta Sinfónica de Euskadi a partir de la temporada 2017/2018. El director estadounidense sustituirá en el cargo a Jun Märkl, que inició su titularidad en otoño de 2014. Tras esta etapa en manos de un maestro experimentado, el director general de la OSE, Oriol Roch, ha querido apostar por un director joven (34 años cuando asuma el cargo) y con una ascendente carrera internacional, que ya dejó magníficas impresiones en su primera actuación junto a la orquesta, en marzo de 2016, dirigiendo un programa centrado en la “Sinfonía n.º 7” de Anton Bruckner.

 

Su nombramiento como nuevo director titular de la Orquesta Sinfónica de Euskadi ha sido francamente rápido, forjado y anunciado tras solo dos conciertos en marzo y setiembre. ¿Tan buena fue la conexión entre usted y los músicos de la orquesta cuando abordaron aquella «Sinfonía n.º 7» de Bruckner hace diez meses?

El inicio de nuestra relación fue inolvidable porque, cuando dirigí por primera vez a la orquesta la pasada temporada, el entendimiento con los músicos fue instantáneo y natural. Y con entendimiento no me refiero tanto a compartir ideas o albergar visiones comunes sobre la música de Bruckner, sino a que en términos generales compartíamos una actitud y surgió una gran simpatía entre nosotros.

Al fin y al cabo, una orquesta es un grupo grande de gente muy diversa, y que todos estuviéramos en el mismo punto de partida para trabajar fue algo excepcional.

Un director invitado, que trabaja diez días con cada orquesta, puede no crear esa conexión con los músicos y no es algo tan grave. Pero forjar una relación así es fundamental para quien va a ser su director titular. La propuesta para asumir la titularidad de la OSE me llegó poco después, pero antes de decir que sí quise probar una segunda vez, con el fin de confirmar que aquel Bruckner no había sido un espejismo.

Repetimos en setiembre con un programa muy diferente, los “Cuadros de una exposición” de Músorgski/Ravel, para estar seguros de que la sensación había sido la correcta. Y desde el instante en que me subí al podio y dije “hola”, vi que había curiosidad entre los músicos y el deseo de proseguir el camino que habíamos iniciado juntos unos meses antes.

 

Remontémonos más atrás en el tiempo. Es usted estadounidense pero su apellido es Treviño. ¿De dónde procede su familia?

Pues tal y como puede inferirse de mi apellido, mi familia proviene de Treviño y emigró a los Estados Unidos hace muchas generaciones. Yo crecí en Texas, pero hace unos años investigué mi árbol genealógico y descubrí que mis antepasados habían participado en la construcción de una iglesia en Treviño. Por eso, cuando vine en marzo a dirigir a la OSE por primera vez, vi en el mapa que Treviño queda a solo dos horas en coche y quise acercarme. Me sorprendió que en diez minutos ya había visto todo el pueblo, que es muy pequeño, pero aún así fue impactante para mí estar allí.

 

Usted tuvo una formación musical muy poco común. Empezó muy tarde y en gran parte fue autodidacta. ¿Por qué ocurrió así y cómo logró salir adelante?

Mis inicios en la música, efectivamente, no fueron nada sencillos. En el colegio yo era muy bueno con las matemáticas y con las ciencias, así que parecía claro que mi camino iba a seguir por ahí. Pero con 13 años me apasioné completamente con la música y empecé a estudiarla y a tocar instrumentos. Además lo hacía con verdadera obsesión: me levantaba cada día a las cuatro de la mañana para practicar antes de ir al instituto, me saltaba la comida para estudiar un poco más y, tras finalizar las clases, seguía ensayando hasta las doce de la noche. Me acostumbré a este horario y sigo manteniéndolo hoy en día.

Pronto me di cuenta de que mis clases en el instituto eran un lastre, porque yo podía aprender en tres meses las asignaturas que tardaban seis meses en enseñarme. Así que dejé el instituto y preparé la entrada a la universidad por mi cuenta, logrando el acceso con dieciséis años. He de decir que no soy ningún prodigio, no soy más inteligente ni tengo más capacidad que cualquier otra persona. Sencillamente trabajé realmente duro para lograr mi sueño, y sigo haciéndolo.

 

Sin embargo, sí se han cruzado algunos grandes directores en su trayectoria, como David Zinman, James Levine, Michael Tilson Thomas o Leif Segerstam. ¿Qué aprendió de ellos?

Todos ellos me transmitieron una idea común, una idea que yo ya intuía desde que era un joven estudiante: que los directores tenemos que ser sirvientes de la música, y que todo lo que hagamos debe estar condicionado a esa servidumbre. Considerar la música una mera excusa al servicio del ego del intérprete es algo del pasado que ya no se puede admitir. Por eso todo mi trabajo tiene como objetivo presentar la música de la mejor manera posible, y para eso es necesario pasar muchas horas analizándola, entendiendo su estructura, profundizando en su historia... Ese es el verdadero propósito de un director de orquesta.

 

Aunque ya había ganado previamente algún concurso importante, su carrera internacional despegó a finales de 2013, tras un «Don Carlo» de Verdi en el teatro Bolshoi de Moscú que cosechó un enorme éxito. ¿Qué ocurrió en aquella ocasión?

Es una historia que daría para toda una entrevista. Yo tenía 27 años cuando hice mi debut en el Bolshoi y fue de una forma muy inesperada: dirigiendo una “Tosca” que no había podido ensayar previamente, pues el director que la iba a dirigir, Vassily Sinaisky, dimitió en el último minuto por diferencias con la dirección del teatro. Era una situación límite, pero yo me lancé a por todas y la función salió tan bien que, cuando terminó, los representantes de la orquesta se me acercaron con una medalla y me nombraron director honorario.

En ese momento, además, el Bolshoi estaba preparando una gigantesca producción de “Don Carlo” de Verdi. Solo el vestuario ya costaba un millón de euros, y el total de la producción ascendía a 18 millones. Como Sinaisky había dimitido decidieron dejarla en mis manos, a pesar de que iba a ser el director más joven en la historia del Bolshoi en hacerse cargo de una producción de esa envergadura, y además el primer norteamericano. Al final todo salió bien, el elenco vocal era fantástico y la interpretación fue magnífica. Y el éxito fue especialmente valioso porque se trataba de una situación de extrema responsabilidad, que hizo que se hablara bien de mí y que me abrió muchas puertas. Ha habido otros momentos importantes en mi carrera, pero creo que el episodio del Bolshoi fue clave.

 

«Quiero que se me recuerde como alguien que ayudó a la OSE a hacer grandes cosas para Euskal Herria»

Su carrera ha crecido mucho en los últimos años, y en los próximos meses actuará con orquestas tan importantes como las de Toronto, City of Birmingham, RIAS Berlín, o las de Sao Paulo y Zúrich. ¿Con un calendario tan intenso como director invitado, por qué se ha decidido a aceptar una titularidad?

Porque es el momento adecuado y el lugar adecuado. La de Euskadi es una orquesta con una administración que alberga deseos similares a los míos y unos músicos que también los comparten. Sé que podemos desarrollar la orquesta juntos, pero para eso hace falta familiaridad, la presencia regular de un director titular. La música funciona mejor cuando entiendes a tus compañeros, como ocurre con los cuartetos de cuerda, cuyos miembros suelen tocar juntos media vida. Estoy deseando empezar y espero que, el día que finalice mi etapa aquí, la gente me recuerde como alguien que fue útil y que ayudó a que la orquesta pueda ofrecer grandes cosas a Euskal Herria.

 

¿Cómo encuentra en estos momentos a la OSE y en qué dirección le gustaría avanzar con ella?

Su principal característica es que es una orquesta con una ética de trabajo muy buena. Sus músicos son muy trabajadores y eso es importantísimo para mí. Mi intención es avanzar hacia la flexibilidad, es decir, que los instrumentistas tengan cada vez más recursos y sean capaces de ofrecer a cada director lo que este les pida. Pero, al mismo tiempo, que vayan desarrollando un concepto propio de cómo les gusta tocar, ir perfilando con el tiempo un acercamiento concreto a la música y una tradición en el seno de la orquesta.

 

¿Qué repertorios y programas tiene pensados para la orquesta?

No lo puedo desvelar aún, pero tenemos planificada una primera temporada fantástica y estamos trabajando ya en la segunda. Estará repleta de proyectos interesantes y también algunas giras internacionales. Creo que el público estará muy contento.Mikel CHAMIZO