Alberto PRADILLA
ASAMBLEA CIUDADANA DE PODEMOS

Heridas internas y pérdida de confianza

Reconocía Manolo Monereo, una de las referencias de Pablo Iglesias, que la «unidad es un proceso que se construye». Que ayer el secretario general, su rival Iñigo Errejón, y los 8.000 asistentes clamasen por tan buen deseo no quiere decir que esta sea alcanzable. Al menos, no en el modo idealizado en el que lo plantean muchos «believers». En primer lugar, porque existían dos proyectos estratégicos lo suficientemente enfrentados como para medirse en las urnas. Cierto es que, desde ayer, ambos se han tasado ante las bases y se han dado cuenta de su justa medida, lo cual pone a los «errejonistas» ante el espejo de ser una gran minoría que tiene que aceptar la línea política que se ha impuesto. En segundo lugar, por el «factor humano». Las heridas abiertas durante un proceso en el que faltó el debate político y la piedad hacia el contrario (una tradición que, por cierto, venía heredada desde Vistalegre I). Una de las grandes tareas que tiene por delante Iglesias es demostrar que sabe gestionar la victoria. Durante las últimas semanas, uno de los comentarios más extendidos en el interior de Podemos eran los cálculos sobre quién se iría al paro en caso de que ganase cada lista, lo cual evidencia hasta qué punto se ha instalado en el interior del partido morado la cultura de la «purga» y el «enemigo interno».

Consecuencia de esta sangría interna es la pérdida de credibilidad de un partido que hace solo dos años fascinó a millones de personas en el Estado (un buen puñado de ellas en Euskal Herria) y cuyo crédito se ha agotado con cada capítulo del culebrón. Esas también son heridas, quizás más profundas. Si el declive del PSOE es símbolo de la crisis de régimen, las miserias de Podemos representan la decadencia de un ciclo democratizador abierto con el 15M. Toca incertidumbre.