Dabid LAZKANOITURBURU
UN MES Y UN DÍA DE PRESIDENCIA

Trump se da de bruces con su recurrente lema «America first» (EEUU primero)

A un mes de su investidura, Donald Trump no ha defraudado. Ocurre que sus enemigos internos le han recordado que «lo primero es el sistema». Y en la arena internacional, China y otros le han recordado que, a lo sumo, EEUU es «primus inter pares». Para desgracia, paradójicamente, de Rusia, que esperaba ser rehabilitada por los «EEUU primero» de Trump.

Los que vaticinaron que su desembarco en la Casa Blanca iba a hacer estallar en mil pedazos, cual elefante en una cacharrería, consensos larvados desde hace decenas de años por el establishment estadounidense, no andaban desencaminados.

El problema, para Trump y los suyos, es que todos los enemigos que se ganó durante la campaña a las primarias y luego a las presidenciales –enemigos cuya reacción estentórea le garantizó a la postre sus victorias electorales– se han conjurado para impedir que contara no ya con los cien días de cortesía sino siquiera con una transición-llegada al poder sin sobresaltos.

Servicios secretos, tribunales y medios de comunicación han hecho causa común contra Trump. Los primeros se niegan a entregar información confidencial al presidente aduciendo que podría acabar en «malas manos» (léase Rusia). Cuando, en realidad, se están intentando cobrar la factura por la derrota por partida doble que supuso para ellos la victoria de Trump.

Y es que sus advertencias sobre la supuesta injerencia rusa en los comicios fueron insuficientes para hundir a Trump y todo ello a costa de dejar la eficacia de esos servicios secretos –encargados precisamente de impedir el ciberespionaje– a la altura del barro.

No es extraño, por tanto, que esos agraviados servicios secretos estén filtrando a los medios de comunicación toda una serie de informaciones que, por de pronto, forzaron la destitución-dimisión del flamante secretario de Seguridad Nacional. el exgeneral Michael Flynn, 23 días después de jurar el cargo.

Flynn, analista de la cadena Russia Today, mintió al vicepresidente de EEUU, Mike Pence, sobre la conversación que mantuvo con el embajador ruso en Washington, Sergey Kilsyak, el 29 de diciembre, coincidiendo con la expulsión de 32 diplomáticos rusos por parte del todavía presidente, Barack Obama, en represalia precisamente por esa supuesta injerencia rusa.

Finalmente, los tribunales aprovecharon la evidente inconsistencia legal del decreto islamófobo que cerraba las fronteras de EEUU a siete países musulmanes –una «farolada» que no pocos imputan a su máximo asesor presidencial, el ultraderechista Steve Bannon– para tumbar su medida.

No ha sido el único sapo que se ha tenido que tragar Trump. El presidente chino, Xi Jinping, puso como condición para ponerse al teléfono que el inquilino de la Casa Blanca dejara de flirtear con Taiwán y reiterara el alineamiento histórico de EEUU con la idea de «una sola China».

Como derivada, el anunciado deshielo con Rusia vuelve a enfriarse (el círculo de Trump llegó a soñar con reeditar una suerte de pacto Nixon-Mao pero al revés, con la China actual como sustituto de la URSS y Putin en el papel de dúo con Trump).

Y el establishment republicano, que no deja de ser la otra cara de la moneda de la Presidencia de Trump, no deja de mandar señales de tranquilidad tanto a la OTAN como a la UE.

Con todo, un mes y un día de Presidencia no bastan ni para atisbar tendencias de fondo.

Pero han sido suficientes para que el nuevo inquilino de la Casa Blanca se haya dado de bruces con dos realidades. La de una parte de EEUU, dispuesta a defender el sistema, en lo que tiene de bueno y malo, con uñas y dientes. Y la de un país que tiene cada vez más difícil hacer y deshacer a su antojo –confundir a los países con naipes– en la arena internacional.

«¡America first!» (¡EEUU primero!) repitió Trump una y otra vez ante el Capitolio. El país ha recogido el guante y el mundo se lo ha echado a la cara.