Dabid LAZKANOITURBURU
SEIS AÑOS DESPUÉS DE LAS PRIMAVERAS ÁRABES

Al-Sissi ha condenado a Egipto a un termidor represivo

Comprensivos, cuando no esperanzados, con el golpe militar con el que el mariscal Al-Sissi derrocó a los Hermanos Musulmanes, los jóvenes revolucionarios egipcios sueñan con huir de un país por el que hace cinco años estuvieron dispuestos a morir.

El 25 de enero de 2011, y al calor de la revuelta en Túnez, miles de egipcios comenzaron a concentrarse en la plaza Tahrir para exigir la salida del poder del rais Hosni Mubarak. Arrancaba así una ola de protestas que iría «in crescendo» de la mano de la creciente represión –850 víctimas mortales– y que el 11 de febrero lograba el fin de 30 años de reinado absoluto del conocido como «nuevo faraón», quien cedió el poder al Consejo Supremo del Ejército, dirigido por su número dos, el mariscal Hussein Tantawi. Este último prometió una «transición pacífica» hacia «un poder civil elegido».

Seis años después, y como consecuencia del golpe de Estado de julio de 2013 que derrocó al presidente elegido, Mohamed Morsi (Hermanos Musulmanes), la frustración por la crítica situación económica y por la represión, que alcanza a todos los sectores de la oposición sin excepciones, está llevando al régimen a una situación de no retorno.

Los jóvenes militantes egipcios que protagonizaron la revuelta contra Mubarak y que, sin duda desilusionados al comprobar que el cambio que ellos lideraron fue aprovechado electoralmente por los islamistas –que se apuntaron a las protestas una vez iniciadas y consolidadas para llegar al poder–, contemporizaron –y, salvo excepciones, lehgaron a apoyar abiertamente– la asonada militar. Cuando están a punto de cumplirse tres años del golpe militar que fue precedido por manifestaciones multitudinarias contra la «tiranía» de los Hermanos Musulmanes, el líder golpista y presidente del país, el mariscal Abdelfattah al-Sissi, no tolera oposición alguna, «La situación es desoladora», se lamenta Esraa Abdel Fattah cuando pasa por la plaza Tahrir. «Estoy triste por la sangre que fue vertida en vano» insiste esta militante, que cuenta ya con 38 años.

Abdel Fattah acaba de ser condenada a no salir de Egipto en los dos próximos años tras una sentencia que ha congelado los bienes de dos ONG y de sus fundadores.

Esta sentencia se enmarca en una vasta campaña contra lo que el régimen considera financiación extranjera de la sociedad civil y que tiene como objetivo a los grupos y personalidades defensoras de los derechos humanos.

En los meses que siguieron a la asonada, la represión se cebó en los Hermanos Musulmanes, con alrededor de 2.000 manifestantes masacrados en la calle y decenas de miles (hasta 60.000 encarcelados), incluido el presidente legítimo, Mohamed Morsi.

En su propia trampa

Pero la represión se extendió rápidamente y alcanzó de lleno a la juventud laica y de izquierda, cientos de cuyos militantes están en prisión por convocar manifestaciones.

«La revolución ha vuelto al punto cero», confirma Mozn Hassan, fundadora de la organización feminista Nazra, bloqueada por el régimen. «Gastamos todas nuestras energías ante los tribunales para defendernos de acusaciones sin fundamento», denuncia.

El Movimiento 6 de Abril, uno de los principales impulsores de las protestas de 2011, ha sido arrasado. Uno de sus fundadores, Ahmed Maher, acaba de purgar tres años de prisión condenado por disturbios tras una manifestación de protesta. «Soy un medio preso», ironiza este militante de 36 años que debe pasar todas las noches en la comisaría de su barrio». «No podemos más», coincide el fotoperiodista Ahmed Gamal Ziada, que acaba de salir de prisión tras pasar dos años tras ser arrestado en el marco de una manifestación que estaba cubriendo.

Ahmed, farmaceútico de 32 años que participó en las protestas está deseando emigrar. «La lucha por la democracia y los derechos humanos se ha transformado en un combate cotidiano por encontrar los productos básicos para que mi familia sobreviva. Desde hace meses, los egipcios afrontan una gran alza de los precios y penurias en los productos de primera necesidad, agravadas por las medidas de austeridad del Gobierno para obtener un préstamo de 12.000 millones de dólares del FMI. La politóloga May Mugib concede que «hay mucha cólera contenida pero la gente no quiere otra revolución, vistos los resultados».

El futuro de Al Sissi

Sin embargo, Egipto se hunde económicamente a ojos vista y a velocidad de vértigo. Los proyectos faraónicos de Al Sissi, entre ellos la ampliación del Canal de Suez (8.500 millones de dólares) han sido un fiasco total.

Arabia Saudí y sus aliados del Golfo, que apoyaron el golpe y financiaron con miles de millones al régimen golpista, han cerrado el grifo por problemas de liquidez y porque se han dado cuenta de que el mariscal está cada vez más amortizado.

Aduciendo el reto de la insurrección armada de la provincia del Sinaí del Estado Islámico, Al Sissi ha realizado compras masivas de armamento –fue en 2015 el segundo comprador mundial– , en buena parte a Rusia para pagar así el apoyo de Vladimir Putin y para satisfacer al Ejército– mientras los egipcios se las ven para comprar arroz, té, azúcar o aceite. No se descarta que, como bien comprobó Mubarak hace seis años, las Fuerzas Armadas y la Policía se deshagan del mariscal en cuanto lleguen a la conclusión de que mantenerlo va contra sus intereses.

Hay quien apunta a que al Sissi no pasa de este año. Se busca sucesor, y la izquierda, anulada tras su gravísimo error estratégico de avalar el golpe y la hermandad musulmana, en las catacumbas, no están invitadas. Seis años después, los egipcios siguen llorando su falta de libertad.

 

El régimen que derrocó a los HM impulsa un conservadurismo religioso sin cuartel

La frustración por la crítica situación económica y el agotamiento popular por la represión se combina, paradójicamente, con un descenso de Egipto al conservadurismo más retrógrado y ante el que el derrocado Ejecutivo de los HM –cuya agenda islamizadora tanto se temía y fue uno de los motivos para la comprensión o apoyo abierto al golpe– pasaría incluso como campeón del laicismo.

Cuando los HM fueron desterrados, muchos, como Nabil, esperaban que se abriría una época más liberal. Pero fue justamente lo contrario.

«Las cosas han empeorado y Egipto ha ido para atrás» deplora este egipcio gay insalado en EEUU. El régimen golpista lanzó desde el principio una campaña de represión contra la comunidad gay, intelectuales, escritores e incluso contra danzarinas de vientre.

Nabil huyó a EEUU cuando Morsi ganó las elecciones presidenciales en 2012. Volver es imposible.

Ahmed Naji es el primer escritor encarcelado por «atropello al pudor» por la publicación de un extracto de su novela en que dos personas son descritas haciendo el amor.

El islamólogo Islam Behairy fue condenado a un año de cárcel por «insulto a la religión» al haber criticado escritos canónicos y obras de pensadores clásicos que a su juicio están en el origen del yihadismo.

La poetisa Fatma Naout huyó del país tras ser condenada a tres años de cárcel por criticar el sacrificio de animales en la fiesta del Aid al-Adha.

Varias danzarinas de vientre –Shakira, Bardis y Reda el-Fouly– fueron encarceladas por vídeos «obscenos».

Y aunque oficialmente no está penada la homosexualidad, los gays son habitualmente condenados por «libertinaje» a 12 años de cárcel.

En opinión de muchos expertos, la Universidad Al Azhar, la más alta institución suní en Egipto y con gran predicamento en el mundo musulmán suní, juega un papel central en esta ofensiva conservadora. «Al Azhar tiene hoy más influencia que con Mubarak», asegura Negad el-Borai, abogado de derechos humanos.

No en vano Al Azhar fue, junto con los cristianos coptos y los salafistas de Al-Nur, la gran valedora del golpe de Al-Sissi. A cambio, la nueva constitución aprobada en 2014 consagra a la Universidad como «la referencia principal para los estudios religiosos y los asuntos islámicos». Ha sido tal su fortalecimiento a cambio de su bendición del golpe que Al Azhar impidió que el Gobierno impusiera una sola prédica en los rezos del viernes en su lucha contra el «extremismo». Lucha tibia cuando el propio Al Sissi sería un salafista no confeso y es un secreto a voces que su mujer usa el niqab.D.L.