Beñat ZALDUA
DONOSTIA
DIPLOMACIA DEL SIGLO XXI

Dinamarca nombrará un embajador digital ante los gigantes de internet

Las grandes empresas tecnológicas manejan presupuestos que ya querrían para si muchos países, condicionan políticas públicas, diseñan los mapas del siglo XXI y controlan el flujo informativo global. El territorio que dominan es Internet y no tiene fronteras. Dinamarca está a punto de reconocerles un rango casi equivalente al de un Estado.

«Si juntos formasen un país, estarían en el G20». El ministro de exteriores de Dinamarca, Anders Samuelsen, explicó así la decisión de su Gobierno de crear una embajada digital que represente a su país ante los gigantes tecnológicos que dominan Internet. Un sector en el que destacan Google, Facebook, Apple o Microsoft, entre otras empresas estadounidenses que en 2015 obtuvieron unos ingresos globales de 215.000 millones de euros, mayores que el PIB de países como Portugal, Grecia o la propia Dinamarca.

No se trata de buscar el titular fácil. En la entrevista más extensa que Samuelsen ha dado sobre el proyecto –todavía está en fase de desarrollo–, aseguró al “Washington Post” que la embajada no tendrá nada de simbólico, sino que formará parte del cuerpo diplomático danés con todas las de la ley. «Lo cierto es que la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, el big data, el internet de las cosas, los coches sin conductor y todas esas cosas con las que están trabajando estas empresas son con las que el mundo va a tener que lidiar, y son una parte de la vida diaria de nuestros ciudadanos», explicó al diario estadounidense, al tiempo que se mostraba convencido de que numerosos países seguirán su estela.

Apuesta estratégica

Al margen de la retórica sobre el carácter pionero de la medida, Dinamarca no esconde que la creación de la embajada es una apuesta estratégica por establecer relaciones privilegiadas con los gigantes de Internet. «El año pasado anunciamos acuerdos con Apple y Facebook; fueron acuerdos extensos con los que decidieron establecer parte de sus negocios aquí», apuntó Samuelsen en relación a los planes de ambas empresas de construir grandes centros de gestión de datos en el país nórdico.

La embajada, por tanto, va en línea con la clara apuesta que varios pequeños países del norte de Europa han realizado en los últimos años por despuntar en las tecnologías de la información y la economía digital. Es decir, por tratar de competir en calidad frente a la imposibilidad de competir en cantidad. Estonia es otro claro ejemplo.

Pero sería reductor situar la atracción de inversiones como única causa del establecimiento de esta embajada digital. Samuelsen también apuntó dos motivos muy a tener en cuenta. Por un lado, la voluntad de establecer algún tipo de control sobre la inabarcable cantidad de datos generados por los gigantes de Internet. Según el ministro, más de la mitad de los datos existentes en todo el mundo han sido creados en los dos últimos años. «Tenemos grandes preguntas sobre la privacidad individual y las implicaciones para los estados», añadió.

El otro motivo es el de lidiar con las guerras de información y las llamadas fake news (noticias falsas) propagadas a través de redes sociales –controladas mayormente por las mismas grandes empresas– y que han tenido un gran protagonismo en las últimas elecciones estadounidenses. En este sentido, Samuelsen resumió en declaraciones a la BBC las relaciones que espera entablar con las empresas: «Al igual que en nuestras discusiones bilaterales con gobiernos extranjeros, habrá cuestiones en las que estamos de acuerdo y en las que no».

¿Rango de Estado?

De la última declaración se extrae, precisamente, el extremo más polémico de la embajada digital anunciada por Copenhague, que es el de equiparar a las grandes empresas con los estados ordinarios. No han faltado quienes han salido a criticar la medida y lo han hecho desde púlpitos tan poco sospechosos como la revista “Forbes”. En sus páginas, la especialista Emma Woolacott reconocía que «nombrar a un alto funcionario para negociar con las compañías tecnológicas tiene mucho sentido», pero que «equiparar esas empresas con países sienta un precedente bastante preocupante».

Sea o no la embajada la mejor vía, la necesidad de los estados de armarse y ganar poder de negociación con las grandes empresas resulta notoria, más aún teniendo en cuenta la pérdida de soberanía de los estados frente al capital financiero, fenómeno reflejado en la capacidad de las grandes empresas de eludir los fiscos estatales. También lo hacen, y mucho, los gigantes de Internet, propietarios de un poder –superior al de muchos estados– que no se molestan en esconder, como mostró el director ejecutivo de Google, Eric Schmidt: «Sabemos dónde estás. Sabemos dónde has estado. Podemos saber más o menos en qué estás pensando».

Google Maps, actor geoestratégico

Quien controla el mapa tiene ganada buena parte del control de un territorio. Lo sabían los cruzados que llegaban a Oriente Medio guiados por un mapa del mundo más religioso que científico que situaba a Jerusalén en el centro, y lo sabía Luis XIV cuando encargó a Cassini el primer mapa detallado de Francia. En el siglo XXI es Google quien controla el mapa por excelencia: 1.000 millones de visitas mensuales a GoogleMaps dan cuenta de ello.

No es tarea sencilla ni inocente. Los equilibrios a mantener son muchos. Por ejemplo, si uno busca Crimea desde un ordenador ruso, el mapa de Google mostrará una línea continua en la frontera con Ucrania (estados diferentes). Si uno lo hace desde cualquier país de la UE, la línea será discontinua, marcada como territorio en disputa. Lo mismo ocurre con el Sahara Occidental –visto desde Marruecos, no hay frontera–. De hecho, las disputas son innumerables: entre Marruecos y el Estado español por la isla Perejil, entre Guyana y Venezuela, entre Nicaragua y Costa Rica, entre India y Pakistán por Cachemira, y un largo etc. Uno de los casos más sonados ocurrió cuando Google eliminó el nombre de Palestina de sus mapas, en favor de Israel.

La herramienta cartográfica del gigante tecnológico no se limita a la delimitación de fronteras, sino que entronca también con el sistema de vigilancia y espionaje masivo desvelado por Edward Snowden en 2014. Según la información revelada por el antiguo empleado de la CIA, las agencias de inteligencia estadounidense y británica interceptan las consultas a Google Maps realizadas desde smartphones, logrando además la localización geográfica.