Iraia OIARZABAL
VOCES DE VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA MACHISTA

Testimonios de una violencia que golpea en silencio

Bajo el epígrafe «Voces para ver», la Diputación de Bizkaia ha editado un libro que recoge los testimonios de doce mujeres víctimas de la violencia machista. Su objetivo, hacer visible una violencia que «carece de perfiles, su rostro es el rostro de cualquier mujer».

Doce mujeres relatan en las 349 páginas del libro “Voces para ver” experiencias de violencia machista vividas en sus propias carnes o conocidas de cerca entre familiares y amigas. La obra ha sido editada por la Diputación de Bizkaia con la participación de Miguel Lorente, médico forense, profesor de la Universidad de Granada y ex delegado del Gobierno para la Violencia de Género. El objetivo es hacer visible «una violencia que puede ser terriblemente brutal, pero que también puede llegar a ser extremadamente sutil y aparentemente inapreciable». En este sentido, sus promotores dirigen especialmente su mensaje a la juventud pues, subrayan, es «un sector de la población en la que se detectan casos de actitudes y conductas impropias de seres humanos que ya han nacido en una sociedad con cierta cota de igualdad entre géneros». Lorente describe la obra como «un lamento, una queja, una llamada de atención para que nos detengamos ante lo que hace posible que la violencia contra las mujeres suceda cada día entre el silencio y la invisibilidad, a pesar de escucharse en cada golpe y en cada grito de dolor y de verse en el impacto de las vida destrozadas por ella». Y aporta datos que muestran la dimensión del problema: 30 de cada 100 mujeres sufrirá violencia por parte de sus parejas o exparejas en algún momento de sus vidas, según la OMS. La ONU cifra en 50.000 las mujeres muertas por violencia de género cada año en el plantea.

«Mi padre me estaba violando y lo peor es que yo no tenía fuerzas para romperle la cabeza»

Tras años soportando abusos sexuales por parte de su padre, la protagonista de esta truculenta historia reconoce en su testimonio que «borracha era la mejor manera de soportar el infierno que vivía». La mayor de tres hermanos fue sistemáticamente violada por su progenitor y solo encontró una salida a través del alcohol y la huída de casa de sus padres. Solo fue capaz de enfrentarse a su agresor cuando observó que comenzaba a comportarse de igual manera con su hermana pequeña. La violencia siguió contra ella: «un día de esos me quedé anestesiada viendo la tele tras mi dosis de vodka. De repente, me desperté al notar unas violentas sacudidas en mi cuerpo. Mi padre me estaba violando y lo peor es que yo no tenía fuerzas para romperle la cabeza, que era lo que hubiera querido hacer. Ni para eso, ni para nada». Una pesadilla que la mantiene enganchada al alcohol con el sufrimiento añadido de ver cómo su hermana justifica la actuación de su padre.

«La niña vivía pendiente de los ruidos que se oían por la noche en el dormitorio de los padres. El violaba a la madre sistemáticamente»

“El arca de Matilde’’ es un relato que da a conocer por boca de una profesora la historia de una niña y su madre, ambas víctimas de la violencia machista por parte de su padre y marido, respectivamente. La maestra de la pequeña Matilde cuenta cómo esta expresaba su temor a través de los dibujos que hacía en una libreta. Un libro que la narradora, ahora ingresada en una residencia de la tercera edad, conserva entre sus pertenencias tras habérselo confiscado a la niña como castigo por su desobediencia.

Sin embargo, el libro y la relación que mantuvo con la niña y su madre le sirvieron para tener conocimiento de la «brutalidad del padre». Una violencia que la madre de Matilde sufrió desde el noviazgo y que siguió padeciendo tras quedarse embarazada y casarse con él. «En aquella época, las mujeres hablaban de los maridos como de los melones: me ha salido bueno o me ha salido malo». La narradora afirma que aquel matrimonio fue «la puerta hacia el infierno de ella y de su hija». Y añade: «la niña vivía pendiente de los ruidos que se oían por la noche en el dormitorio de los padres. El violaba a la madre sistemáticamente, que sufrió varios abortos por las palizas, también sistemáticas. Cuando no podía más, Matildita, descalza por el pasillo, gritaba y amenazaba a su padre con salir a la calle y contárselo a los vecinos. Entonces, ella también recibía su merecido».

«Me llegué a convertir en su esclava. Ahora sé que el amor de mi vida soy yo »

Desde el 1 de junio de 2010 hasta el 10 de mayo de 2014 la joven protagonista de este testimonio fue víctima del acoso y derribo de su pareja. A los 23 años comenzó su relación con quien durante años la anuló y sometió a una violencia sicológica que le quebró por dentro y por fuera. «A veces tengo la sensación de que me quiere tanto que no puede vivir sin mí. Yo también lo quiero mucho, pero... algo no va bien. Siempre recae en lo mismo», relataba la joven en un momento de su relación en el que, sometida a los mandatos de su pareja, ya había dejado a su entorno prácticamente fuera de su vida. Hasta caer en una fuerte depresión. El acoso a ella y a su familia persistió hasta que la víctima finalmente interpuso una denuncia. «Por fin ha salido la sentencia. (…) Se ha terminado definitivamente la pesadilla que empezó hace cuatro años». Echando la vista atrás, confiesa que «me llegué a convertir en su esclava. Ahora sé que el amor de mi vida soy yo y, luego, ya compartiré con alguien lo que sea».

«No lo entiendes. Claro que me quiere y a la niña, ni te cuento, pero a veces, está cansado o nervioso por el trabajo o por algo y claro...»

“No supe ver” es el testimonio de una mujer sobre la violencia padecida por su amiga íntima. Un control y una agresividad que la víctima trató de esconder durante mucho tiempo, pero que la narradora percibió desde que la pareja comenzó su convivencia. «No la reconocerías. Cuando la sacamos pesaba 39 kilos. Ahora ha empezado un tratamiento sicológico en Bilbo en un gabinete especializado que trabaja con víctimas de violencia de género», fue la terrible narración de la familia tras rescatar a Garbi de tanto tiempo de agresión ocultada. «Nos llamó un vecino suyo y nos dijo que se la había encontrado tirada en el felpudo de su casa prácticamente inconsciente, oliendo muchísimo a alcohol y, al menos, con un ojo morado (…) Aquello era tremendo».

«Cuando me quedé embarazada de mi hija me volvió a pegar. No recuerdo cuál fue la razón»

«Por supuesto, nunca comenté con nadie lo que ocurría dentro de mi casa y nunca nadie vio ni uno solo de los moratones que solía tener por cualquier parte de mi cuerpo», relata esta víctima. Hasta que su agresor y pareja hizo daño a la hija de ambos. Finalmente decidió dar el paso y denunciar. El fue condenado. Pero la pesadilla no acabó ahí. «La gente cree que cuando presentas la denuncia ya ‘has hecho lo que tenías que hacer’ y ya está todo resuelto, pero no es así», constata. Y confiesa la falta de seguridad que sentía y el temor a que su agresor apareciera en cualquier momento. «Estaba aterrorizada». Habla también de las dificultades por las que muchas veces han de pasar las víctimas: «Las maltratadas sentimos decepción por la marginalidad que sufrimos: mucha gente conoce lo que sufrimos mientras vivimos con nuestro agresor, pero nadie sabe el calvario que sufrimos después».

«Pensaba que solo una guerra podía librarme de lo que tenía en mi casa»

«Ni siquiera me dio tiempo a hacer mi grupo de amigas incondicionales, de esas que son para toda la vida. Solo existía él. Tampoco acabé el instituto». Así cuenta la protagonista los comienzos de una relación tormentosa. Anulada desde su adolescencia y con descalificaciones que fueron agravándose con los años. «Hasta ese día, los arrebatos de Julio acababan ahí. La liaba parda rompiendo o golpeando algo, mientras vociferaba su desprecio, pero, luego, se quedaba relajado y manso como un gatito. Pero ese día no. Este día se fue envalentonando y, cuando me tuvo al alcance de la mano, el gatito se había convertido en tigre. Extendió sus zarpas y comenzó a empujarme para acorralarme. Me abofeteaba alternando la izquierda y la derecha. (…) Me cogió la cabeza con las dos manos y me dio contra la pared (…) Me empujó y caí sobre la mesa. Allí, me agarró del cuello como si fuera a estrangularme, pero, entonces me miró a los ojos, me llamó ‘puta’ y me soltó». Tras relatar las terribles palizas de las que fue víctima, ya separada de su agresor, cuenta que fue citada a declarar como testigo cuando su excompañero fue denunciado por la familia su última pareja, que se suicidó saltando por una ventana. Y evoca sus propias vivencias: «pensaba que solo una guerra podía librarme de la que yo tenía en mi propia casa».

«Es verdad que nunca me pegó, pero hay otras formas de hacer la vida de una persona insoportable y esa era mi vida»

«Muchas veces pensé que mi marido consideraba que con entregarme el dinero que gana para que organizara el hogar, ya era suficiente, ya había realizado su obligatoria aportación al matrimonio», relata. Madre de tres hijos vivió todo su matrimonio sometida a su marido y sin ninguna muestra de afecto, de amor, de por medio. «El único momento de acercamiento de mi marido hacia mí era cuando volvía a la noche a casa, muchas veces borracho y se acostaba. Es difícil defender que practicar el sexo con Esteban fuese ‘hacer el amor’ porque aquello no se parecía nada ni al amor, ni al cariño, ni a un simple afecto». Pasaron los años y la indiferencia dió lugar a algo peor: «Ya no podía más. Es verdad que nunca me pegó, pero hay otras formas de hacer la vida de una persona insoportable y esa era mi vida. A la soledad y el desprecio que había sentido toda mi vida, se le sumó el que su rutina por el alcohol me convirtiera en su esclava cuidadora a unos niveles difíciles de soportar». Hasta que no pudo más y decidió separarse. Una decisión por la que, todavía, muchos en su entorno la culpabilizan.