Alberto PRADILLA
Buenos Aires

ENCIERRO EN «CLARÍN»: SÍMBOLO DE LA LUCHA OBRERA EN LA ARGENTINA DE MACRI

Los trabajadores de AGR Clarín se han convertido en uno de los símbolos de la lucha contra la precariedad en la Argentina de Mauricio Macri. Despedidos hace dos meses, 70 de ellos se encerraron en la planta de Buenos Aires para recuperar su empleo.

Su objetivo es precarizar a la gente. Quieren despedir a los trabajadores con más antigüedad y traer nuevos contratos de seis meses para luego echarles». Guillermo, de 40 años, es uno de los cerca de 70 operarios de AGR Clarín que va para los dos meses encerrado en la planta gráfica del mayor grupo mediático de Argentina, ubicada en el barrio de Pompeya, al sur de Buenos Aires. A principios de año, un lunes, 380 empleados (de un total de 780) se encontraron con su carta de despido y ninguna explicación, más allá del argumentario de siempre: las ganancias habían descendido y la tecnología (o la falta de ella) provocaba pérdidas. Todo un clásico. Sin embargo, tanto para Guillermo, como para el resto de sus compañeros, la clausura de la fábrica tiene que ver más con una estrategia global. «Mauricio Macri quiere flexibilizar todo. Arrancaron con los petroleros, luego nos tocó a nosotros. En Volkswagen también ha ocurrido. Van por el camino de la flexibilización», protesta sentado en una silla tras las verjas que cierran el acceso a la planta. En el exterior, dos centenares de personas siguen un concierto gratuito de apoyo a los huelguistas. En un país como Argentina, donde la derecha ha recuperado el poder tras doce años de «kirchnerismo», la calle comienza a calentarse. Nunca se sabe cuál será la movilización que se convierta en símbolo y abra un nuevo ciclo de protestas.

«Estamos ante un cierre fraudulento. Llegamos después del fin de semana y encontramos una cartelera en la que decía que teníamos que llamar para que nos diesen una indemnización», explica Guillermo, que ejerce de portavoz rodeado por diez compañeros. Según su relato, quienes descolgaron el teléfono se encontraron con una oficina «fantasma» en la que les prometían un dinero que al final no han ingresado. A pesar de ello, solo un cuarto de los trabajadores ha decidido atrincherarse. No es fácil mantener una huelga de estas características. Menos en un país donde las ayudas sociales comienzan a desaparecer. Y eso que el hecho de que Macri no tenga mayoría parlamentaria le lleva a una situación en la que recorta «menos de lo que le gustaría», según puede leerse en prensa progresista.

Represión y respuesta con agua

«Nosotros no queremos la plata sino regresar al trabajo», insiste Guillermo. Por eso, se han plantado en una fábrica parada desde el cierre y que, según reconoce, tendrán que abandonar si llegase una orden de desalojo. Por el momento, solo se ha producido un intento de expulsarles. Ocurrió el 16 de enero, cuando apenas cumplían 48 horas de encierro. Los policías no se cebaron con ellos, que estaban protegidos por las verjas, sino con sus familias, acampadas en el exterior de modo permanente para dar apoyo. Ellos solo pudieron responder con el agua de una manguera que utilizaron desde el interior del recinto para tratar de mantener a raya a los uniformados.

Los trabajadores mantienen que la empresa, que se encarga de los libros y publicaciones externas de Clarín, era viable. Este periódico se puso en contacto con la cabecera (uno de los poderes fácticos de Argentina), pero no obtuvo respuesta. En el momento en el que se oficializaron los despidos, la empresa aseguró que estos buscaban «preservar la salud financiera y la fuente laboral del resto del complejo industrial de AGR». Lo que no contaban es que, como denuncia Guillermo, la producción ha pasado a otros talleres, con empleados sin antigüedad y salarios más bajos.

El acuerdo no parece posible. Mientras tanto, los huelguistas temen un corte de luz que precarice todavía más sus condiciones de vida o un nuevo intento de desalojo. Recientemente, diarios argentinos han publicado una alerta: la Gendarmería podría estar preparando una expulsión contando con el apoyo de «barras bravas». Todo esto, según la versión de los trabajadores.

Las protestas sociales crecen en Buenos Aires. Solo hace dos semanas se registraron piquetes en la avenida 9 de julio (conocida por ser la más ancha del mundo) durante tres jornadas consecutivas. Las pancartas mostrando apoyo a los trabajadores de Clarín comienzan a convertirse en un símbolo.

Tensiones sindicales ante la exigencia de una huelga

Las movilizaciones del 7 de marzo suponían un primer paso en la estrategia de protestas iniciada por los sindicatos argentinos, que observan con preocupación los recortes impuestos por el presidente Mauricio Macri. Sin embargo, la marcha dejó en evidencia la fractura existente en el sindicalismo. En Argentina, la mayor parte de centrales son gremiales, es decir, se agrupan por sectores y no en torno a unas siglas. Sin embargo, la Central General del Trabajo (CGT) sí que ejerce como gran sindicato. Está dirigida por un triunvirato (Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña) al que en la calle se conoce como «los gordos». Ellos fueron el objeto de las iras de algunos de los manifestantes, molestos porque durante sus intervenciones no habían puesto fecha para una huelga general. Supuestamente, esta debería convocarse para finales del presente mes, aunque desde ciertas bases sindicalistas consideran que sus dirigentes dilatan la decisión por cierta «connivencia» con el «macrismo». Otro ejemplo de la polarización política que marca actualmente al país sudamericano.A.P.