Juan TEIXEIRA
NEWROZ KURDO

Celebración en estado de sitio

Las medidas de seguridad y el recuerdo de la aplastante represión del último año contra la población kurda han marcado la celebración del Newroz, la fiesta nacional del mayor pueblo sin estado del mundo. A pesar de todo, miles de kurdos se han reunido para gritar por la libertad y contra el referéndum del 16 de abril.

El 21 de marzo muchas regiones de Asia Central y Oriente Medio festejan el despertar de la naturaleza, el «nuevo día» marcado por el equinoccio de primavera. Una celebración de origen pagano con más de 3.000 años de historia y que ha adquirido un nuevo significado en Kurdistán Norte. Desde 2000 la celebración está permitida en Bakur, aunque con restricciones por parte del Gobierno turco. Desde entonces, los kurdos han recuperado esta fiesta como símbolo de resistencia ante la represión del Estado y como método para recobrar el ánimo y la ilusión. Como asegura Velat, un contable de 35 años que no se pierde esta cita desde que es adolescente, «Newroz significa libertad, desobediencia y, hoy sobre todo, no al referéndum».

La celebración en Diyarbakir ha estado marcada por las estrictas medidas de seguridad. Había dudas incluso de que Ankara diera su permiso, pero finalmente lo hizo. Eso sí, con muchas condiciones. Al contrario que otros años, no se pudo acceder al recinto con ningún tipo de simbología referente al PKK ni a su líder, Abdullah Öcallan, que en anteriores citas era la estrella indiscutible. Apenas algún valiente se atrevía a sacar alguna bandera con su cara introducida a escondidas. Tampoco se permitieron los carteles y pancartas con los rostros de los «mártires» caídos. Tan solo el Newroz Piroz be (Feliz Newroz) estaba permitido. Aunque ni los 5.000 efectivos policiales que blindaron el recinto pudieron evitar que continuamente se confundiera el «Newroz Piroz be» con el «Biji serok Apo» (Viva nuestro líder Öcalan) entre los cánticos de los asistentes. 

miedo y determinación

Menos participantes que en otras citas. Las razones han sido varias. Por un lado, la inevitable sensación de miedo provocada por la represión hacia el pueblo kurdo durante el último año. Además, la Policía turca había detenido en los últimos días a más de 200 personas en varias «provincias del sudeste turco», bajo la acusación de vínculos con la guerrilla del PKK. Hay que sumar otros factores, como las restricciones de movilidad, ya que apenas se facilitó transporte público para llegar al parque del Newroz, que está a las afueras de la ciudad. Incluso corrían rumores de que habría un atentado. «El Newroz es la peor pesadilla para los turcos», dice Abdul Nasir, un constructor de 36 años que ha acudido con su familia. Su mujer le coge del brazo para que deje de hablar. Tiene miedo. Abdul continúa: «El sistema turco nunca aceptó a los kurdos y nunca lo hará. Nos empujan a la esclavitud. Pase lo que pase, no nos callaremos. Por eso estamos aquí».

A pesar de todo, el pueblo kurdo no se rinde. El Newroz amplifica las demandas de paz y justicia. Y, sobre todo, da por terminado un año que se ha hecho muy largo. Así lo siente Keyna: «Necesitaba este Newroz, lo necesitábamos todos. Nos hace falta un poco de ilusión y ánimo para seguir en pie. Eso ya no nos lo quita nadie». Keyna y sus amigas llevan el típico pañuelo blanco de casadas. Sus trajes son coloridos, mezcla entre princesa y gitana. Sus maridos van vestidos de militantes. El rojo, el verde y el amarillo lo invaden todo. Encienden la tradicional hoguera que simboliza la purificación y el resurgir. Se emocionan.

No hay que olvidar que Turquía se encuentra en estado de emergencia desde el pasado 20 de julio, debido al fallido y polémico golpe de Estado del día 15 del mismo mes. El intento de golpe ha servido al Gobierno de Erdogan para ejercer una aplastante represión contra toda la oposición, con decenas de miles de detenidos. Un gran número de intelectuales y periodistas han abandonado el país por miedo a la represión. En solo 3 meses, Turquía ha desbancado a China en el triste ránking mundial de periodistas entre rejas, y ha obligado a cerrar más de 150 medios de comunicación. 

El pueblo kurdo ha notado más que nadie esta «carta blanca» que le ha otorgado el golpe de Estado a Erdogan. La propia ONU ha acusado a Turquía de «graves violaciones» de derechos humanos en este conflicto, en un informe en el que detalla agresiones, torturas, desapariciones, homocidios, incitación al odio, negación del acceso a cuidados médicos, agua y comida, expropiaciones ilegales, violencia sexual contra las mujeres, además de cerca de 2.000 muertos y más de medio millón de desplazados. 

Esta situación hace que el miedo a volver a los años de la política de «tierra quemada» por parte de Turquía se haga más patente que nunca. «Por supuesto que hay miedo. Después de lo que ocurrió en Sur, en Cizre o en Nusaybin, es lógico. Hace dos años esto estaba abarrotado. Hoy somos menos, pero seguimos siendo muchos los que gritamos por nuestros derechos», dice emocionado Mahmut. A pesar de su discurso ferviente, su mirada delata cierta inquietud. Él, al igual que muchos amigos que le acompañan, no tiene trabajo ni unas perspectivas de futuro demasiado halagüeñas.

El referéndum de Erdogan

El 16 de abril se celebra en Turquía un referéndum que supondrá la mayor reforma política en la historia contemporánea turca. Si gana el «sí», se pasará a un modelo de estado presidencialista, otorgando mucho más poder al ya todopoderoso Erdogan. Esta situación preocupa, y mucho, a los kurdos. Por eso el Newroz se ha convertido en el único acto de campaña multitudinario por el «no». Cualquier otro tipo de reunión está prohibida debido al estado de emergencia. Así, las banderas con el «Na» (no en turco) y el «Hayir» (no en kurdo) lo inundan todo. Aunque existe un cierto sentimiento entre los kurdos de que cualquier esfuerzo será en vano. «Da igual todo lo que hagamos, Erdogan se encargará de que salga el sí, sea como sea. Ha prohibido cualquier voz discrepante e instaurado el miedo, y si eso no sirve para engañar a la población, hará trampas al contar los votos. El sí está garantizado», explica con resignación Zeynep, una estudiante de 21 años que parece tener las cosas muy claras. Sus amigas asienten apenadas, pero poco después vuelven a bailar y cantar. Es día de celebración, a pesar de todo.