Raimundo Fitero
DE REOJO

Romana

Toda la vida en la pantalla, al lado de los Papas de Roma, hablando de los intríngulis de la curia romana con una prosodia característica, hicieron de Paloma Gómez Borrero un icono televisivo, alguien que nos ha acompañado durante décadas, y que a los ochenta y dos años ha muerto, como dicen las crónicas, tras una grave enfermedad. Hace muy pocas semanas todavía la había visto como tertuliana en las mañanas de TVE. Abandonó la corresponsalía en el Vaticano cuando llegaron los socialistas al poder, no admitió irse destinada a otra capital, ella se sentía romana, y según cuentan todos los que la trataron era una perfecta cicerone, con su marido establecieron una zona de encuentro abierta y solidaria que la imagen que se nos fue formando en sus apariciones televisivas y radiofónicas. No era una meapilas, no era tan ultra como muchos creíamos. Tenía un sentido del humor magnífico, era dialéctica, estaba muy bien formada, su bibliografía así lo certifica.

Forma parte de nuestra idea forjada en la rutina temporal de la televisión de un tiempo y una época. Nació madrileña y ha muerto madrileña, pero era una señora romana, una periodista de fuste, de tradición, de currículo, que empezó cubriendo asuntos de política general antes de hacerse vaticanista y que saltó a la opinión obligada por la deriva de los medios, de este columnismo que nos cercena la voluntad de solamente contar, con mucho conocimiento de causa. Una personalidad tan característica que nos hizo parodiarla, quedarnos con su pelo crepado, su cercanía a los miembros influyentes de la jerarquía católica, su especial manera de hacernos unas crónicas de decenas de viajes papales, para coagularla en una forma caricaturesca que la propia Paloma sabía reírse de sí misma. Se ha ido una profesional que formó parte activa de una época televisiva.