Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Un hombre llamado Ove»

La imposibilidad de un suicidio

U na vez llegado al invierno de su propia vida, Ove se miró al espejo, se acordó de todo lo que le habían dado las anteriores estaciones, hizo una rápida estimación de lo que estaba por llegar y decidió, por abrumadora unanimidad, que la decisión más sensata que podía tomar era terminar con todo esto cuanto antes mejor. Se impuso el suicidio. ¿Cómo? Por ahorcamiento, ¿por qué no? De modo que el bueno de Ove salió de casa, se compró una cuerda, volvió, la ató al techo, hizo un nudo de marinero y...

... Algún impertinente pensó que aquel era el mejor momento para llamar a la puerta. La muerte tendría que esperar. Esta secuencia, vista infinitas veces en una infinidad de películas, no deja de probar su efectividad. La historia de “Un hombre llamado Ove” se estructura a través de la repetición (con ligeras variaciones) de esta especie de gag macabro, de una amargura existencial demasiado evidente como para tener que señalarse, pero bien usada como alivio cómico. Así es, el nuevo trabajo de Hannes Holm coge el tono bobalicón imperante hasta la fecha en su carrera, y lo cambia por unas tonalidades negras que, no obstante, se descubren en todo momento como completamente inofensivas.

No es una crítica, es una constatación de las intenciones de Holm a la hora de adaptar la novela homónima de Frederik Backman. El propósito es mostrarse gamberro... ma non troppo. Una actitud que ahora mismo no podía ser más académica. La nominación al Óscar de este film en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa era cuestión de pura aritmética. Lo mismo que la regulación emocional del producto, suerte de “Cuento de navidad” dickensiano a la sueca. La comedia y el drama comparten escena, sin molestarse demasiado, creando así una zona de confort en la que insinuar sonrisas y lágrimas... sin llegar jamás a ningún extremo.