Soledad GALIANA
Dublín
BREXIT EN EL NORTE DE IRLANDA

REFUERZO DE LOS ARGUMENTOS POR UNA IRLANDA UNIDA

La discusión sobre la unidad de Irlanda ha adquirido una nueva dimensión a raíz del Brexit que se implementará en el norte de Irlanda a pesar de que la mayoría de los norirlandeses desean permanecer dentro de las instituciones europeas.

E l día después de la activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, el disparo de salida a los dos años del proceso de separación de Gran Bretaña de la Unión Europea, la situación en el norte de Irlanda sigue siendo la que se ha vivido desde que se dieran a conocer los resultados del referéndum sobre el Brexit: la preocupación sobre el impacto de la imposición de la salida de la UE sobre los norirlandeses, quienes votaron mayoritariamente (un 56%) por la permanencia.

El debate sobre el futuro de la entidad que es ahora el norte de Irlanda se ha centrado en el impacto del Brexit sobre el proceso de paz y cómo garantizar que la frontera que dividía físicamente a Irlanda –y que desapareció tras la firma del Acuerdo de Viernes Santo– no reaparezca. Las promesas por parte del Gobierno de la primera ministra británica Theresa May, suenan vacías. Por mucho que insista que la voluntad de Londres es mantener una frontera invisible entre el norte y el sur de la isla, hay una gran distancia entre sus promesas y la realidad.

Una de los principales argumentos esgrimidos por los propulsores del Brexit fue el de la xenofobia: poner fin al flujo de inmigrantes del que tanto se ha beneficiado la economía y la sociedad británica. Es por ello que la proposición de mantener una frontera invisible, que minaría esa política migratoria permitiendo el acceso a Gran Bretaña a través de Irlanda, suena a vacía y la solución, que sería la de implementar los controles migratorios en los puertos de entrada de Gran Bretaña (en el caso del norte de Irlanda sería Escocia), la separación física del norte del Irlanda de la realidad británica.

Claro está que esta segunda solución se volvería impracticable ante la posible salida de Escocia, que también votó por la permanencia en la UE del Reino Unido. Si esta salida se produce, el norte de Irlanda se vería abandonado a su suerte entre un estado miembro de la UE, Irlanda, y una Escocia con la intención de entrar en las instituciones europeas.

De ahí que cobren fuerza los argumentos que exigen una garantía real sobre el futuro de los seis condados irlandeses bajo control británico en su futura relación con la República irlandesa y con una UE que ha invertido en el desarrollo económico y social del proceso de paz.

El único partido dentro de la Asamblea de Belfast que apoyó el Brexit fue el unionista DUP. Incluso partidos críticos de la UE como Sinn Féin entendieron el impacto que esta salida tendría sobre el futuro de la isla. Y aunque ahora el unionismo, incluyendo al UUP que hizo campaña por la permanencia, se felicitaban por la declaración del miércoles, también se preocupan ante los resultados electorales del pasado 2 de marzo, sobre todo porque los partidos que obtuvieron los mejores resultados (Sinn Féin, Alliance y SDLP) son precisamente los que apoyaron la permanencia y en el caso del partido republicano, el único que ha puesto sobre la mesa posibles soluciones al actual dilema.

Negativa al estatus especial y referéndum

Y fue precisamente Michelle O’Neill, la nueva líder republicana en el norte de Irlanda, la que el miércoles afirmó que la propuesta de un estatuto especial para el norte de Irlanda dentro de la Unión Europea, que garantizaría la supervivencia de la situación política, social y económica en la isla de Irlanda, ha cobrado mayor relevancia.

Sin embargo, es la negativa de May a considerar distintas alternativas para Escocia y el norte de Irlanda la que ha causado la demanda de un segundo referéndum de independencia en Escocia, refrendado por el parlamento de Edimburgo, y la creciente corriente que exige una votación en el norte de Irlanda sobre la reunificación de la isla. La pasión por asegurar una Gran Bretaña unida fuera de la UE de May contrasta con la actitud del secretario de estado para el Brexit, David Davies, que en correspondencia con el Partido Nacionalista Escoces afirmó sin aspavientos que «si la mayoría del pueblo de Irlanda del Norte votará el ser parte de una Irlanda unida, el Gobierno británico honraría ese compromiso para permitir que ocurriera». «Si ello ocurriera, Irlanda del Norte estaría en posición de ser parte de un estado miembro de la Unión Europea en lugar de solicitar la membresía como un estado independiente», añadía Davies para así argumentar a los nacionalistas escoceses que su situación sería la de unirse a la cola de entrada en la UE, con el fin de disuadirles de celebrar un segundo referéndum.

Desde Irlanda, las redes sociales se hicieron eco de los comentarios de Davies, que se han interpretado como una expresión de la falta de interés del partido conservador sobre el futuro de Irlanda, por mucho que May asegure que «nunca serán neutrales» y que defenderán la unidad de Gran Bretaña.

En la República irlandesa, incluso en círculos políticos en los que nunca se había considerado la posibilidad de una Irlanda unida, se ha iniciado el debate. Ya lo planteaba Sinn Féin a raíz del resultado del referéndum. La reunificación de Irlanda tiene sentido, no solo políticamente, sino también económicamente. Hasta ahora la preponderancia electoral del unionismo la hacía inviable, pero la ruptura histórica de esa mayoría unionista en la Asamblea de Belfast acerca la aspiración republicana a la realidad. En la República irlandesa el deseo de unificación se ha despertado hasta en los partidos conservadores como Fianna Fail y Fine Gael, que ya han prometido presentar su visión de una Irlanda reunificada.

 

Londres minimiza su amenaza de abandonar la cooperación en seguridad

El Gobierno británico quitó hierro ayer a su amenaza de dejar de colaborar con la Unión Europea en seguridad si no hay acuerdo comercial. «En términos de seguridad, un fracaso a la hora de alcanzar un acuerdo se traduciría en el debilitamiento de nuestra cooperación en la lucha contra el crimen y el terrorismo», escribió la primera ministra británica, Theresa May, en una tribuna en siete diarios europeos. Además, en la carta que dirigió a la UE para dar inicio a la separación, May se refirió a la seguridad en 11 ocasiones.

«No es una amenaza«, afirmó ayer el ministro británico del Brexit, David Davis, que repitió la misma advertencia con un lenguaje más diplomático. «Es una constatación del hecho de que sería perjudicial para ambas partes que no lleguemos a un acuerdo. Es un argumento para lograr un acuerdo».

La ministra británica del Interior, Amber Rudd, también ha insistido en que la seguridad tiene que ser objeto de negociaciones. «Somos el mayor contribuyente de la Europol. Si nos vamos de la Europol, nos llevamos la información», avisó Rudd. El argumento no cayó bien en el resto de Europa. «Trato de ser un caballero con las señoras, así que no uso, ni pienso, en la palabra ‘chantaje’», dijo el principal negociador del Parlamento europeo, Guy Verhofstadt. Pero añadió que la seguridad de los ciudadanos «es un tema demasiado serio para depender de las negociaciones de divorcio con Reino Unido». «No aceptaremos nunca que haya un mercadeo entre» acuerdo y seguridad, sentenció.

La amenaza también provocó críticas dentro de Gran Bretaña. «No. Somos Reino Unido. No hacemos estas cosas. No amenazamos con ignorar atentados terroristas a cambio de libre comercio. No amenazamos vidas a cambio de acuerdos aduaneros», señaló la portavoz de Interior de la oposición laborista, Yvette Cooper.

No fue la única fricción, Merkel echó un jarro de agua fría a la pretensión británica de negociar un acuerdo de libre comercio al mismo tiempo que el divorcio, como May pidió en su carta. «Antes habrá que clarificar en las negociaciones como desligar las estrechas imbricaciones» entre la UE y Reino Unido, dijo Merkel.

Londres empezó ayer a afrontar esa tarea de separar sus leyes de las europeas tras 44 años de supremacía de la legislación y los tribunales comunes. Para ello, el Gobierno británico publicó un libro blanco con las líneas más importantes de la Gran Ley de Derogación, que convertirá en leyes británicas todas las europeas, para luego ir examinándolas una a una y enmendarlas o derogarlas, con un viejo mecanismo que suscita recelos porque elude los parlamentos.GARA