Iñaki ZARATIEGI
DONOSTIA
Elkarrizketa
CARLOS DO CARMO
CANTANTE PORTUGUÉS

«La imagen del fado como canción siempre triste y dolorida no va conmigo»

A sus 77 años y tras sufrir varios aneurismas, el elegante «crooner» espacia sus recitales. Estuvo en su día en Zinemaldia de Donostia presentando con Mariza el documental «Fados» de Carlos Saura y debuta el miércoles 26 en Bilbo, en la sala BBK, acompañado por un trío.

¿Cómo va la primavera lisboeta?

Pues no va, aún la estamos esperando, está extrañamente caliente. Tras un invierno más frío que de costumbre ahora parece verano. Demasiada alteración por todas partes. Pero Lisboa sigue igual de bonita. He viajado mucho y la luz lisboeta no tiene parangón. El momento de las 6-7 de la tarde es paradisíaco.

Pertenece al corazón de Lisboa: nació en el barrio fadista Mouraria, vivió su infancia en Bica y pasó después al Barrio Alto. Se dice que en sus canciones se refleja el alma lisboeta.

Lisboeta cien por cien, sí. Pero ¿cómo encuentra uno el alma? Diría que se canta con el alma y se necesita completar un triángulo: cabeza, corazón y voz. Si falla uno no hay concierto.

Su padre regentaba con éxito la casa de fados O Faia, le envió a estudiar hostelería a Suiza y a su muerte se ocupó del negocio familiar compaginándolo como cantante.

Lo de cantar ocurrió de manera sencilla. Estaba con amigos y me propusieron entonar un fado. Solo sabía uno, “Loucura”, aprendido de mi madre. Lo canté y me dijeron: «Lo has hecho muy bien porque no le imitas». Era imposible imitar su estilo. Ahí empezó mi vida artística y tuve suerte porque el primer disco fue un éxito y no he parado hasta hoy.

O Faia, fundada en 1947 en el Barrio Alto, fue lugar de referencia. ¿Existe aquel espíritu fadista o las casas se convirtieron en reclamos turísticos?

Fui gerente durante 20 años, además de cantante, y trabajé todas las horas imaginables llevando aquel lugar. Ahora raramente voy a esas casas, no sé ni lo que pasa allí. Nos va a visitar Carlos Saura y es natural que vayamos a una casa de fados. Pero mi mirada no será neutra, recuerdo cómo se debe hacer esa labor y si no se hace bien me molesta. Para sufrir ya tengo el telediario. No digo que no hagan su trabajo, pero me cuesta sentarme ahí porque recuerdo la intensidad y dedicación que puse para que los clientes se sintieran como amigos y volvieran como si fuera su casa.

Tenía la tradición lusa en su genética, pero le enamoraban los discos que su madre traía cuando iba de gira a Brasil y sobre todo los de Frank Sinatra.

Fui melómano desde muy joven y escuchaba mucho la radio. Cuando mi madre giraba por Brasil me traía aquellos discos de 78 revoluciones de grandes maestros como Luiz Gonzaga. A los 12 años comencé a aprender inglés y me nutrí y hasta enamoré de Sinatra. Por su dicción, por su intención… algo muy sublime que me sigue tocando dentro hasta hoy. Fue el mayor cantante de fado porque puedes oírle una canción muchas veces y nunca la cantaba igual, que es lo que en el fado se llama “estilar”, tratar de hacer siempre algo distinto.

Fue también coetáneo de los Beatles y admirador de Jacques Brel.

Los Beatles salieron el mismo año que yo empecé a cantar. Y es cierto que nuestra generación fue muy francófona y de aquellos músicos Brel fue el maestro. Pero a Brasil, Sinatra, la canción o el pop les ganó el fado, que estaba en mi alma, en mi corazón, en mi vida.

Debutó en disco en 1963 con «Loucura», grabado con guitarra eléctrica, bajo, batería y coro femenino. Un éxito que enfadó a los puristas. ¿Fue un renovador del fado?

Así se ha dicho; decirlo yo sería presunción. Es cierto que hubo mucha gente que se acercó al fado tras escucharme y me encanta cuando canto en una misma sala para tres generaciones.

¿Qué tenía de especial? La calidez de la voz, un estilo más contemporáneo de «fado canción»…

He interpretado lo que usted llama renovador, pero he cantado también muchísimos fados tradicionales. El público me quiere bien, ¿qué más le puedo decir? Hace unos días canté aquí en una sala de unas 600 personas con la taquilla agotada y la gente entregada y volví a la eterna pregunta: de dónde sale ese cariño, ese amor de la gente tras tantos años de escucharme. Es el mejor regalo y una inmensa responsabilidad.

Ha dicho que el fado es «un puñetazo al corazón», «algo misterioso que logra dejar un mensaje de amor y esperanza». Pero no le gusta mucho el tópico de la «saudade».

Esa cuestión de la “saudade” la discuto mucho. Yo lo que tengo es mucha “saudade” de futuro y lo que me gusta del fado es la intensidad. Es un tipo de canción muy seria que puede hablar de la variedad de la vida. La imagen del fado como canción siempre triste y dolorida no va conmigo. Quizás de ahí venga lo de renovador. Hay tres temáticas: el fado menor, que es triste; el fado “moureria” o fado mayor y el fado “corrido”, de movimiento, que se bailaba. Y si hay tres posibilidades, ¿por qué cantar siempre el fado menor? Me parece divino que el público cante conmigo la alegría de muchas letras populares.

Tras la revolución de abril de 1974, el fado entró en crisis al ser visto como símbolo del régimen dictatorial, pero usted defendió siempre su condición de canción social.

Se trataba de aclarar las cosas. En el siglo XIX no había dictadura y sí un fado que describía la vida y que acompañó los movimientos sociales. Llegaron la dictadura y la censura y hubo que cantar temas permitidos. La izquierda pensó que era un género de la dictadura, pero las cosas se fueron recuperando y yo aporté mi contribución personal. La dictadura se apropió de la canción y había que devolverle su libertad. Mi primer disco en libertad real fue “Um homem na cidade”, dos años después de la revolución, y habla de Lisboa en libertad, sin censura. La gente entendió ese nuevo hecho del fado libre. Fue una profunda reflexión junto al poeta José Carlos Ary Dos Santos; no queríamos canciones con referencias revolucionarias inmediatas sino atemporales.

Ha sido siempre exigente con las letras. De Federico de Brito, uno de los autores claves de Amália Rodrigues, a José Saramago y Lobo Antunes.

El encuentro con la poesía de Saramago fue curioso: no sabía que escribía en verso hasta que encontré un libro suyo en una librería del Chiado y escogí el poema “Aquela praia ignorada” para el disco “Mais do que amor é amar”. Su viuda me dijo hace dos o tres años que José compró el disco y le puso encantado la canción. Con Antunes he tenido mucha relación.

Los comienzos del género fueron masculinos, pero hoy es muy femenino. Usted mismo ha colaborado con Mariza, Ana Moura o Aldina Duarte.

La historia del fado es de ciclos, hubo el de hombres y ahora es el de las mujeres, aunque hay demasiada competencia entre ellas. Mariza o Ana Moura siguen muy bien. Y hay algunos pocos hombres, tres o cuatro, muy fuertes. Ya no lo veré, pero creo que se van a quedar porque es gente que canta muy bien. En mi modesta opinión, en el fado cuenta más lo que das que lo que recibes.

Se celebra un siglo de Fátima, va el Papa, y se esperan 8 millones de «peregrinos» durante el año. El músico Pedro Barroso y otros nombres conocidos han escrito el manifiesto «Contra la acreditación del milagro de Fátima» pidiendo al Papa que «desenmascare lo que hoy en día es un negocio».

Soy creyente y respeto a ateos como mi amigo Saramago. Y soy demócrata: que la gente piense como quiera. No soy dueño de ninguna verdad, pero comprendo a las personas que hablan de negocio. No he ido nunca a Fátima, pero que venga el Papa está bien porque es un pontífice histórico que habla de asuntos sociales. Nos cerca el comercio, el dinero, y los sentimientos, la dignidad están como en huelga. Es un momento difícil e imprevisible, todo va a una velocidad loca y las condiciones son desfavorables. Cuarenta y pocas familias son dueñas del 40% de la riqueza humana... Son también ciclos y hay que tener esperanza, creer siempre en el hombre.

Tiene algunos títulos («Uma canção para a Europa», «Os inmigrantes»…) que parecen más actuales que nunca.

Son de autores inteligentes interesados, desde nuestras condiciones favorables, en el ser humano que no tiene nada. Si uno es artista y tiene posibilidad de comunicarlo lo debe hacer. Sin panfletos, porque no se hacen revoluciones cantadas pero sí quedan canciones de revolución. Tengo cuatro nietos y no les voy a decir «lo que te va a quedar es una mierda», sino «lucha, mantén tu carácter, tu personalidad y no olvides nunca la ética».

Hace 16 años un aneurisma alteró su vida: debe cantar poco, dar conciertos espaciados.

Fueron varios, el primero a los 60 años; me operaron en Estados Unidos y me dieron casi por muerto. Soy un sobreviviente y cantaré toda la vida, ahora voy a hacerlo en Boston, París o Johannesburgo. Tengo un disco que grabar y estoy escogiendo las canciones con entusiasmo, pero sin prisa. Serán grandes poetas de mi tierra, algunos que la gente ni conoce, y algunas  músicas inéditas. Poetas no cantados aún en fado como los grandes Herberto Elder o la poetisa Hélia Correia. Se lo estoy adelantando porque aún no lo he contado en Portugal.

Presentó el documental «Fados» en Donostia y ahora debuta por fin en Bilbo.

Nunca he cantado en Bilbo, será una experiencia buena porque es nueva. Y muy interesante porque sé que los vascos son gran gente, muy fuertes en lo gastronómico y que aman mucho la música. He compartido escenario con María Berasarte. Así que espero que les gusten mis canciones.