Alberto PRADILLA
PERFIL

La tercera es la vencida para la «lideresa liberal» que retó a Rajoy

Con Esperanza Aguirre nunca se sabe, pero parece que, esta vez sí, a la tercera será la vencida y la «lideresa» dejará la política definitivamente. Todo un hito para una «liberal» y «verso suelto» del PP que dedicó buena parte de su carrera a desprestigiar las «mamandurrias», pero que se ha pasado más de tres décadas cobrando del erario público. Después de que sus dos grandes colaboradores, Francisco Granados e Ignacio González, hayan dado con sus huesos en la cárcel por corrupción, no parece que en Génova tengan pensado realizar una despedida con honores. El comunicado, de apenas ocho líneas, deja entrever que en el partido que lidera Mariano Rajoy están entre el alivio por perderla de vista y la sospecha de que el fango de los negocios oscuros puede llegar a salpicar a la siempre impoluta Aguirre.

Hagamos memoria y vayamos a 1996, cuando José María Aznar la puso al frente de Cultura. Es difícil creer que aquella ministra nobel, ridiculizada hasta la saciedad por la sátira de la época (gracias, «Wyoming»), sea la misma persona que termina su carrera asediada por las corruptelas y convertida en el fallido intento español de emular a Margaret Tatcher. Hace dos décadas, los reporteros le perseguían hasta la saciedad esperando una metedura de pata. Incluso se hizo popular un gazapo apócrifo en el que Aguirre no era capaz de identificar a una tal «Sara Mago» que habría ganado el Nobel de Literatura. No era cierto, pero esa imagen de «outsider» aristócrata con poca literatura a sus espaldas le llevó al estrellato. Quizás fue en esa época cuando aprendió a exprimir el desparpajo (aka «rostro de cemento») que le ha acompañado en su difícil relación con todo el que no le bailó el agua.

«Lo que la corrupción te da, la corrupción te lo quita», podría pensar la ya exconcejal. No en vano, un asunto muy turbio está en el origen de su llegada a la Presidencia de la Comunidad de Madrid y las investigaciones por corrupción le obligan a dejar el Consistorio. El círculo se cierra.

El 10 de junio de 2003, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, entonces parlamentarios del PSOE, impidieron la formación de un Gobierno «progresista» (si así puede denominarse a un pacto entre el PSM y la IUM de José Antonio Moral Santín, Gregorio Gordo y Ángel Pérez) y forzaron otras elecciones. Es el «tamayazo» que llevará a Aguirre a la Presidencia y a convertir Madrid en su gran centro de operaciones. Por un lado, para desarrollar sus políticas «liberales» de ataque a lo público. Por el otro, para intentar asaltar el poder del PP en el Estado.

Su lista de «hazañas» en la capital del Estado es larga: privatizaciones de servicios públicos, acusaciones de espionaje, rivalidades como la que mantuvo con Alberto Ruiz Gallardón y una supuesta imbatibilidad en las urnas que se quebró en 2015. En el partido, sin embargo, no tuvo tanta suerte cuando aspiró a lo más alto. En 2008 se vio con fuerzas de disputar a Mariano Rajoy el liderazgo del partido y, tras un congreso en Valencia en el que el PP casi se desangra, terminó derrotada. Ahí comenzó a languidecer el «aznarismo». Ella, sin embargo, siguió dando guerra desde Madrid.

Los últimos años han sido los del declive. Ayer, ella aseguró sentirse «traicionada» y se presentó como una víctima de Ignacio González, a quien «no vigiló lo suficiente». Pero también es mala suerte que todos los grandes colaboradores que ha tenido en los últimos años, como Francisco Granados, hayan terminado en la cárcel. Que el único trabajo al margen de lo público que Aguirre haya desempeñado en las últimas décadas sea de «cazatalentos» no deja de ser una de esas ironías con las que se sobrellevan la infinita capacidad de los corruptos de hacer como que ellos solo pasaban por allí.

La «Operación Lezo» (que lleva 60 imputados) es la tumba política del «aguirrismo». Al final, los supuestos «liberales» quisieron privatizar la Sanidad o el agua, cuestionaron todo tipo de gestión pública, pero no tuvieron problema en llenarse los bolsillos con el dinero de los contribuyentes. Rajoy, mientras, ve pasar el cadáver de sus rivales desde La Moncloa.