Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Luces, sombras y colores

En la intersección de dos calles, esperando a que el semáforo de peatones se ponga en verde, una joven mira a su alrededor y habla en voz alta. Un hombre de mediana edad se agacha para acariciar a su perro; la hoja de un árbol se desprende de su rama y cae grácilmente hasta quedarse flotando en un charco. En cualquier sitio del mundo, los sicólogos se la rifarían para descubrir y catalogar nuevos síndromes. En Cannes, este comportamiento es normal. En una película de Naomi Kawase, aún más.

La única película presentada hoy a Competición ha sido “Hikari”, “ensayo sobre la ceguera” sui generis a manos de una de las directoras más interesantes de la cinematografía nipona contemporánea. La escena antes descrita podría pasar por locura, pero en realidad es un apasionante diálogo conceptual. De los ojos al cerebro y del cerebro a la boca. El recorrido de la imagen marca también la senda sentimental de la propuesta. Algo prometedor sobre el papel, pero decepcionante en la pantalla.

El pretexto está en juntar a un fotógrafo a punto de perder la vista, con la encargada de escribir audio-comentarios para invidentes en una película. El juego meta-fílmico mantiene su atractivo gracias a la sensibilidad sensorial de Kawase, capaz de convertir la luz en la rima poética definitiva, y de distorsionar sobremanera la proporción de una imagen con mil palabras. Sería fantástico... si no fuera por lo condicionado que está el conjunto a una historia de amor que simplemente no funciona. Por poca química entre sus actores, por exceso de cursilería... por recordarnos demasiado a la versión quiero-no-puedo de la propia Kawase.

Y así, con la carrera por la Palma de Oro dándonos una tregua, vamos a probar suerte en las secciones paralelas, donde encontramos la peor y la mejor noticia dadas de momento por el festival. Empezando por lo malo, tenemos a Claude Lanzmann, quien incomprensiblemente decide inmolarse en “Napalm”. Su esperado documental sobre Corea del Norte es en realidad una película sobre él mismo. Sobre un lío de faldas que tuvo, hará cincuenta años, en aquel país. Sin más voluntad que acaparar la cámara recordando batallitas del pasado. De la forma más aburrida y egoísta. Un ejercicio de narcisismo a manos, recordemos, del autor de “Shoah”, documento cinematográfico más fundamental sobre el Holocausto nazi. Increíble, sí. E indignante.

Para sacarnos el mal olor de encima, acudimos a la Quincena de los Realizadores, donde aguarda la que hasta ahora es la mejor película vista este año en Cannes. “The Florida Project” es un colorido poema urbano que conjuga, de manera perfecta, el retrato social de esa otra América (la white trash sureña) con el espíritu de Mark Twain a la hora de acercarse a la infancia, ese frágil y en parte por esto precioso tesoro.

Así luce el film, precisamente. Manteniendo siempre un equilibrio espectacular entre lo bello y lo monstruoso; entre la inocencia y la depravación. En condiciones normales, en unos días, su genial director, Sean Baker, estaría recogiendo la Palma de Oro. Pero no. Lástima.