Iratxe FRESNEDA
Profesora de Comunicación Audiovisual

La vida y el cine

La culpa no es de la televisión, ya sucedió antes, ni siquiera es de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Los productos audiovisuales “televisivos” pueden convivir en armonía con el cine. El problema base surge de los modos de distribución, de la falta de reconocimiento institucional y político del cine como tesoro cultural, de los modos de ver. Pero esta es una vieja historia y se aloja recurridamente en mi cabeza al pensar en la polémica (interesada) que ha surgido en torno a Netflix y el Festival de Cannes. Pasan los días y aún no he encontrado “la película del festival”, aún nadie hablado de obra maestra alguna. Este año parece asolarnos una especie de sequía creativa que arrasa, incluso, con los grandes nombres. Si tuviera que elegir entre todo lo que he visto me quedaría con “Carré 35” del actor, guionista y director Eric Caravaca y con la obra póstuma de Abbas Kiarostami “24 frames”. La primera surge del universo familiar de Caravaca que tras “Le Passager” ha dirigido este precioso documento, de manera delicada, dolorosa y, quizá, sentimentalmente pornográfica, pero al mismo tiempo interesante como ejercicio de expiación cinematográfico. “Carré 35” registra la historia de su familia desde los interiores, rodada con elegancia y sencillez, avanza sobre la idea de la memoria y los secretos familiares de un modo conmovedor. Como cualquier película, cualquier historia que se precie, esta comienza con una pregunta, con un interrogante, en este caso sobre sus orígenes y sobre una hermana a la que no conoció y que borraron de los álbumes familiares. A través de este viaje iniciático, Caravaca nos introduce en el relato para que viajemos a su lado por esta investigación en la que películas en Súper 8, documentos oficiales y administrativos o testimonios diversos conforman un puzzle inacabado y sugerente. “24 frames” es la segunda película o artefacto artístico que me llevaría de Cannes para seguir degustando. Como todas sus propuestas, esta también es distinta y arriesgada. Kiarostami no está, pero su hijo retomó las labores de posproducción para poder mostrarle al mundo los fascinantes “Tableau vivant” que creó su padre. El encuentro entre la complejidad de lo cotidiano y lo sofisticado de lo tecnológico se unen en este artefacto audiovisual que se sustenta en la contemplación de la vida que nos rodea, recreándola y reinventándola hasta convertirla en algo mágico. Los modos de ver y de mirar de Kiarostami nos acercan a su poética visual desde la observación de la naturaleza. “24 Frames” es la intersección de sus fotografías, sus películas y su poesía, más bien son 24 películas. A pesar de la belleza audiovisual y sugestiva de su(s) relato(s) el Gran Teatro Lumière se vaciaba “de frame a frame” y Netflix tenía poco que ver en ello.